NO SABE, NO CONTESTA
Siempre me ha fascinado ese valor de los gráficos estadísticos al
lado del cual aparecen las siglas NS/NC. Suele ser la barra más corta o, en el
caso de esas representaciones circulares que se asemejan a una tarta o una caja
de quesitos, el gajo más pequeño. Allí, en ese espacio insignificante, se
aglutina un variado e interesante grupo de encuestados: los que no conocen la
respuesta a lo que se les pregunta, los que no quieren contestar por reserva o
por vergüenza y supongo que también los que se han salido por la tangente y han
dado una contestación absurda o inapropiada. Me gusta imaginarlos alelados, planteándose
un tema por primera vez en su vida, rebuscando infructuosamente por los pliegues
de su memoria o, si no, recalcitrantes en su silencio, huyendo a pasos
acelerados del encuestador que los persigue, libreta (o tableta) en mano.
Mucha menos gracia me hace la trasposición de esa actitud esquiva
al trato diario. Uno de los aspectos más desagradables de mi trabajo es el de
escribir correos electrónicos, en ocasiones largos y elaborados, que no reciben
respuesta alguna. Nada. Ni una palabra. Ni un «recibido»; mucho menos un
«gracias». Como si hubiera lanzado un mensaje al mar en la clásica botella de
los relatos de náufragos y me sentara a esperar en mi isla una respuesta que no
llega nunca. Lo más sorprendente es que con frecuencia escribo esos correos
para atender peticiones o consultas. Familias que indagan sobre el
comportamiento o los resultados académicos de sus retoños, alumnos que plantean
dudas o piden ayuda. En correspondencia a estas solicitudes, llevo años
enviando largos mensajes que se ha tragado el mar. Recuerdo una ocasión en que escribí
una carta de recomendación para una alumna que se iba a estudiar al extranjero.
Tal vez no fui suficientemente encomiástica; nunca me respondió. Hace poco,
consulté a mis compañeros docentes para informar a un padre preocupado por el
trabajo y las calificaciones de su hija. A este destinatario tampoco ha debido de
gustarle demasiado lo que dicho mensaje contenía, porque no ha vuelto a dar
señales de vida. A estas alturas de mi carrera, debería haberme acostumbrado a
ese silencio que sigue a muchas de mis comunicaciones, pero de vez en cuando me
rebelo. Hace un par de años, respondí a una serie de mensajes (creo recordar
que fueron ocho) en los que una alumna de bachillerato a distancia, y por tanto
adulta, me planteaba dudas sobre el temario y las actividades de clase. El
proceso se repetía siempre de forma idéntica: su consulta, mi explicación y su
silencio. La siguiente vez que me escribía, me planteaba una duda nueva, sin
hacer alusión alguna a mi mensaje anterior. Al noveno mensaje, me harté. Creo
que esta estudiante pagó por todos los silencios y por todas las botellas hundidas
en el fondo del mar. Le escribí: «Entiendo que no has recibido ninguno de los
ocho mensajes anteriores, porque no me has dicho nada al respecto». Reaccionó
al fin. Me contestó: «No, no he recibido los anteriores. Este último sí». No
volvió a escribirme.
Con frecuencia pienso si llegará un momento en que este desconsiderado
silencio epistolar se traslade a las relaciones cara a cara. En que nuestras
palabras choquen con el muro de una mirada ausente, en que nuestro interlocutor
reciba nuestro mensaje poniéndose a canturrear, clavando la mirada en la
pantalla de su móvil, dándonos la espalda. No sé. Conforme lo escribo, me
parece que ese momento no está tan lejos. Llevo ya unas cuantas tentativas
frustradas de comunicarme en el metro con viajeros que obstaculizan la puerta y
que no me oyen a causa de la música que sale de sus auriculares. Tal vez nuestra
sociedad vaya camino de convertirse en un gigantesco «no sabe, no contesta». Yo,
en cualquier caso, seguiré lanzando botellas al mar.
Algo así siento yo cuando cedo el paso, me levanto de mi asiento para facilitar el paso al asiento contiguo a una persona en el autobus, etc. y obtengo un mutis por respuesta. Un viejo amigo solía responder "De nada" a ese "Gracias" no pronunciado...a veces dan ganas...
ResponderEliminarPues he tardado tanto en responder a tu comentario que casi se me podría aplicar a mí también la fórmula de «no sabe, no contesta». En fin. Sobre lo que me cuentas, es algo que yo hago de vez en cuando (cada vez más en los últimos tiempos): respondo con un ostentoso «de nada» a ese agradecimiento que no se me ha dado... y, hasta la fecha, nadie se ha hecho eco de ello, ni siquiera para enfadarse. ¿Será que no me están escuchando tampoco?
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