NOCHE DE TERROR
Me levanto temprano a pesar de ser día festivo y escucho la radio. La locutora, que se ha levantado mucho más temprano que yo, cuenta con humor que su trayecto de madrugada hasta la emisora ha sido singular: las calles de la ciudad estaban tomadas por hordas de vampiros, zombis, catrinas. Siguen estándolo, añade, por los que se resisten a poner fin a la festiva noche de Halloween. Miro por la ventana del salón con un punto de añoranza. La casa en la que vivo da a un jardín interior por el que apenas pasan viandantes. Me quedo sin el espectáculo de criaturas salidas de la tumba o de una pesadilla, habitual en esta celebración anual del terror.
Cuando vuelvo a prestar atención a la radio, el
tono de la locutora ha cambiado. Está dando cuenta del más reciente episodio de
esa celebración del horror real que tiene lugar, como suele suceder, lo
bastante lejos de nuestro televisor y nuestro móvil como para no perturbarnos
el sueño ni las comidas familiares. Israel ha bombardeado un campamento de
refugiados al norte de Gaza. Se trata de una zona densamente poblada (¿cuál no
lo es en ese punto del planeta?). Más de veinte edificios se han
derrumbado; se estima que las víctimas superan el centenar. Los heridos están
siendo operados sin anestesia. Sin más medios que sus manos y su desesperación,
los civiles están buscando supervivientes entre los escombros. Se habla de
pérdida de niños y de mujeres. «También hombres», pienso, «no nos olvidemos de ellos». Como fondo a la voz de
la locutora que va desgranando los detalles de la noticia, se oye el sonido
hiriente de alarmas y gritos de mujeres. Siempre hay una mujer que grita en
todos las guerras del mundo. De pronto, una voz masculina ocupa la emisión. Es,
al parecer, un alto cargo del ejército israelí, que explica que el objetivo no
era el campamento en sí, sino un edificio en el que estaban atrincherados
milicianos de Hamás, alto mando incluido. La imprecisión y el aceleramiento de
la excusa me dejan pasmada. No sé si esforzarme en atisbar un resto de
conciencia o rendirme ante el más monumental de los cinismos, ante la más
despiadada indiferencia.
Me viene a la cabeza una situación que viví hace
muchos años, cuando era muy joven. Estaba en el hospital acompañando a un
familiar y entretenía las horas leyendo. El médico que pasó a ver al paciente
era un hombre cordial y comunicativo. Se interesó por mi lectura y le enseñé la
cubierta: era una antología de relatos de terror de grandes maestros. Poe,
Lovecraft, Maupassant, Mary Shelley. El médico observó el libro con interés y me hizo
un comentario que entonces interpreté como condescendiente. «El auténtico terror está
en la vida», me dijo. Cuánta razón
tenía. Por si nos cabía alguna duda, el mundo y su espantosa deriva de los últimos
tiempos se están encargando de demostrarlo.
En efecto. Lo que dices, aparte de muy bien escrito, es verdad.
ResponderEliminarPues sí, querido Rubén, me temo que es verdad: ojalá nuestros temores se limitaran a las ánimas del Purgatorio, los fuegos fatuos, la Santa Compaña. Los horrores reales carecen por completo de encanto y romanticismo. Gracias por comentar.
ResponderEliminarHay cosas, demasiadas cosas, que todos sabemos que suceden, pero de alguna forma hacemos como que no. Es lo que nos protege de perder la razón.
ResponderEliminarEs la única manera de poder vivir. Gianni Rodari tiene un cuento titulado "Voces nocturnas" en el que un hombre es despertado cada noche por los lamentos de personas que sufren en el mundo, lo cual le impulsa a levantarse y salir a la calle para brindar su ayuda, en una actividad nocturna que consume su vida y sus energías. Pero eso ocurre en el reino de la fantasía. En la vida real, casi todos elegimos dormir.
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