ESPERANZA CAMINANDO

Mañana conoceré a los alumnos con los que voy a trabajar este curso que empieza. Seguramente el viernes pasado vi a algunos de ellos, inmersos en la masa de estudiantes que pululaba por escaleras y pasillos del instituto en la jornada de presentación, pero será este lunes ―dentro de apenas unas horas― cuando se producirá la habitual cadena de actos inaugurales: localizar el aula, esperar a que el bullente grupo juvenil se distribuya por las filas de asientos, distinguir los rostros conocidos de aquellos otros que veo por primera vez, captar el gesto de alegría de algunos al saberme su profesora y el de cansancio de otros. Sí, sí: soy la pesada que insiste en la importancia de la puntualidad y del respeto a los plazos, la que persigue implacablemente a los que se quedan colgados de la pantalla del móvil cuando la clase empieza. La que valora por encima de todo la casi extinta capacidad de escuchar a los demás. La que se entusiasma hablando de escritores que llevan siglos muertos y parece a punto de levitar con los versos de ciertos poetas. Una persona de otra época, como me dijo un alumno del curso pasado en un alarde de espontaneidad. Creo que tenía razón. 

Ese primer contacto con quienes serán el centro de nuestros esfuerzos durante nueve meses es un momento lleno de inquietudes y expectación. Sé de colegas veteranos que siguen soñando en los días previos al comienzo de curso con que los alumnos se insubordinan o con que las aulas se encuentran en lugares recónditos a los que resulta imposible llegar a tiempo. Yo misma he padecido estas reveladoras pesadillas en muchos finales de verano, pero este año no ha sido así. Hará un par de semanas soñé que me disponía a darle clase a un grupo al que aún no conocía. Fue un sueño organizado y conciso: yo encontraba el aula nada más subir un tramo de escalera y al entrar descubría que los alumnos estaban sentados, esperándome. No sé qué significa esta inédita placidez onírica. Tal vez, a estas alturas de mi larga carrera docente, las antiguas inquietudes de principio de curso van siendo sustituidas por otra bien distinta: la extraña certeza de que esta que voy a conocer mañana es una de las últimas generaciones de estudiantes que pasará por mis clases. 

Poniendo en orden mis  fotos de las vacaciones, me he encontrado con una imagen que viene muy al caso en esta entrada. Se trata de una escultura de las muchas que adornan las calles de Oviedo, dotándolas de un encanto especial. Es una figura de bronce de tamaño natural que representa a una muchacha que camina abstraída en la lectura de un libro. Va vestida con un abrigo bajo el que se adivina una falda. Lleva botas y una larga bufanda de lana. Su indumentaria la aparta de las modas juveniles actuales y la hace parecer de otra época (como yo, según mi alumno) o, tal vez, le otorga un carácter atemporal. La escultura se titula Esperanza caminando y es obra del maravilloso Julio López Hernández, uno de esos artistas capaces de conjugar el más virtuoso de los realismos con la capacidad de evocar lo que no se percibe por los sentidos. No es la primera vez que me emociono frente a un bronce dotado de animación por la mano de este mago. No me canso de contemplar el gesto concentrado y serio de la estudiante, el mechón de pelo que se suelta de su trenza y enmarca su rostro serio y delicado. El enternecedor detalle con que está plasmado su material escolar (ay, ese poder de evocación de los lápices y las libretas de nuestra infancia): la espiral de los cuadernos, la goma que cierra la gruesa carpeta. Todo resulta a la vez cercano y significativo, cotidiano y trascendente, gracias al bronce y a la mano maestra que lo preservan para la eternidad. Cuando el pasado agosto descubrí la escultura por casualidad en una fugaz visita a la capital asturiana, me inundó una oleada de afecto hacia ella. Por gustar, me gusta hasta el título: esta Esperanza que camina hacia clase en una mañana fría está para mí llena de promesas ―de esperanzas—para el curso que empieza mañana.

Comentarios

  1. Pues quizá, Beatriz, tu alumno tenía razón . No es fácil encontrar personas con tu sensibilidad y tu visión sobre las cosas comunes con las que nos cruzamos en la vida habitualmente. Siempre aportas un ángulo que me ayuda a descubrir chispazos emotivos. Me encantó tu comentario sobre el artículo de Muñoz Molina. Yo lo recorté y me empeñé en que lo leyese todo el que se ponía a mi lado. Me encanta tenerte cerca

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  2. Qué sorpresa agradable supone siempre para mí encontrarme un comentario tuyo, Lola. Te lo agradezco todo: la amabilidad de tus palabras y el hecho de que valores la entrada sobre el artículo de Muñoz Molina, que supongo que es la titulada "Clásicos imprescindibles". Me llevó bastante rato escribirla, en primer lugar por razones prácticas (la empecé en el tren, desplegando sobre la mesita abatible una tablet, un teclado y el libro electrónico; mi vecina de asiento me miraba de reojo, con franca curiosidad) y en segundo lugar porque fue un poco trabajoso seleccionar e hilvanar las citas que incluye. Lo doy todo por bien empleado si a ti te ha aportado algo. Gracias de nuevo por hacérmelo saber.

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