DÚO DE BAILARÍN Y PALMERA

El día comienza apacible en San Sebastián de La Gomera. Bien pensado, lo que acabo de escribir es una obviedad, porque conozco pocos lugares tan tranquilos como esta isla menuda, de carreteras tortuosas y gentes de dulce acento. Un lugar en el que se tarda tanto en llegar a cualquier sitio que solo se plantean dos posibilidades, la de quedarse en donde se está o la de emprender el viaje con calma infinita. Estoy sentada en una terraza de la Plaza de la Constitución, lo que quiere decir en el mismo centro de la capital isleña. Me dispongo a desayunar en un quiosco acristalado, con trazas de local antiguo. Los que desde luego llevan allí muchos años son los inmensos ficus que bendicen la plaza con su sombra. Hace fresco, en cualquier caso. Para una viajera procedente de los rigores del centro peninsular, la brisa del Atlántico es un regalo. 

Es temprano y los turistas aún no han hecho acto de presencia. Solo hay una mesa ocupada por varios hombres de edad indefinida, tal vez jubilados recientes, que sostienen una charla apacible, dejando largos silencios entre una y otra intervención. Sus voces son el único sonido en la plaza, que se abre en plena zona peatonal. Algún lugareño pasa en dirección a su trabajo y saluda a los tertulianos. Todos se conocen. 

De pronto, un ruido rítmico se superpone a la placidez de la mañana que comienza. Es el ruido que produce un objeto al arrastrarse por el suelo una, dos, tres, incontables veces, a intervalos regulares. Pronto descubro su origen: hay un empleado municipal, vestido con su llamativo uniforme fluorescente, que está barriendo la calle. Lo curioso es que no lo hace con el habitual cepillo, sino que el instrumento que blande es una gigantesca hoja de palmera. El espectáculo me resulta de lo más original y durante unos segundos me concentro en observar los rápidos y precisos movimientos de la hoja, que se bambolea en una vistosa danza mientras arrastra consigo la suciedad de la acera. Me parece complicadísimo manejar un instrumento tan largo y flexible, que obedece solo a medias los impulsos de quien lo maneja y que adorna el rutinario acto de barrer con el vuelo de lo que parece una melena verde. 

La pericia del trabajador me fascina tanto que tardo un rato en descubrir que hay algo peculiar en él. La rapidez y el ímpetu que despliega en su actividad contrastan de tal manera con la perezosa mañana gomera que se diría que este empleado no ha sido puesto por el ayuntamiento, sino que procede de otro planeta. Es un joven de edad difícil de precisar: a primera vista da la impresión de estar en sus treinta, pero hay algo en él extraordinariamente juvenil, un derroche de energía casi adolescente. Pone tal empeño en barrer hasta el último desecho, esgrime con tanto brío la enorme hoja de palmera, que transmite la sensación de que tiene un plazo perentorio para dejar impoluta la plaza y que pagará un precio muy alto si no cumple su tarea a la perfección. Durante los minutos que dura el espectáculo, este trabajador incansable barre, avanza, retrocede, se agacha, se yergue, salta incluso por encima de su singular instrumento, en una vigorosa coreografía. Cuando al fin reúne los desperdicios en un montón de perfecta simetría, siento deseos de aplaudir. Noto con cierto asombro que ninguna de las personas que pueblan la plaza en ese momento le están prestando ninguna atención y comprendo que es una figura habitual en las mañanas de la ciudad. Viendo su rostro concentrado e infantil, que se asoma por detrás de unas gafas que le ocupan media cara, comprendo también que se trata de una persona con discapacidad y que el acto cotidiano de barrer no es para él una simple tarea mecánica, sino una lucha contra los obstáculos que la vida le ha puesto. Este empleado voluntarioso y detallista ha conseguido emocionarme. No solo ha dejado la plaza impecable, sino que con su complicado dúo de bailarín y palmera ha creado una imagen para mí imborrable de la dignidad del trabajo.

Comentarios

  1. Que mejor manera de disfrutar del aperitivo del domingo! Espero que el resto del domingo esté a la altura tal y cómo hemos empezado, un beso enorme, Puri.

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  2. Para mí también es una forma estupenda de empezar el día leer tus comentarios. Gracias por estar siempre ahí, querida Puri. Un abrazo.

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  3. A mí me da una terrible envidia al comparar este espectáculo tan canario con el horror que me producen las "escobas" diesel usadas en Madrid. Me hacen recordar los previos y recios cepillos. Recuerdo incluso barrenderos con escobones hechos de fibra vegetal. Me gustaría ver a ese joven en el Retiro.

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  4. Te gustaría, estoy segura. Puestos a imaginar, sería estupendo disponer de un grupo de trabajadores como este joven, un cuerpo de baile dispuesto a limpiar con habilidad y sin estridencias los senderos de nuestro hermoso reducto de verdor.

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