SILENCIO

En el corazón de Madrid, cerca del paseo de la Castellana, tiene su morada el silencio. Habita en un bello palacete del siglo XIX, pero no ocupa una de sus lujosas salas, sino el angosto espacio de un patio interior. Se diría por ello que vive encerrado, tal vez huyendo del ruidoso ambiente de la ciudad que lo rodea. 

La Fundación María Cristina Masaveu Peterson, situada en la calle Alcalá Galiano, alberga auténticos tesoros. Muchos de ellos forman parte de su extraordinaria colección de pintura del siglo XIX. Otro es el relieve titulado Silencio, del escultor Jaume Plensa. Como ocurre en tantas obras de este artista, Silencio es un enorme rostro femenino, muy joven, de una impactante pureza de líneas. Lo que singulariza esta escultura frente a otras de su autor es que no despliega su majestuosa belleza en un espacio abierto, en una plaza, un parque o un paseo fluvial, sino que está confinada en los exiguos límites de un patio, una especie de tubo situado en el interior del edificio Masaveu, que ha pasado a denominarse Patio del Silencio. 

He de reconocer que esta obra de Plensa me atrae y me inquieta a partes iguales: la estrechez del marco ha llevado al artista a crear un rostro de un alargamiento vertiginoso, antinatural. Esta muchacha que vive en tan claustrofóbico encierro no se lleva un dedo a los labios en una delicada petición de silencio, como su hermana erigida frente a las aguas del río Hudson, sino que cierra los ojos y se tapa la boca con las manos cruzadas. Se diría que está secuestrada y que soporta con estoicismo su reclusión. Contemplarla es sentirse impresionado al mismo tiempo por su belleza y su cruel confinamiento. Desde que la conocí, en una visita a la colección de pintura del XIX, sueño con que un milagro abra los muros que la aprisionan para que pueda expandirse, respirar, extender su benéfico silencio sobre la ciudad. Desplegar incluso sus manos cruzadas para acariciar a los transeúntes que deambulan en medio de una disonante sinfonía de bocinazos y sirenas. Abrir cada cierto tiempo, en el infernal trasiego de peatones y vehículos, un breve interludio de paz.

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