EN EXPOSICIÓN (IV): JOAQUÍN SOROLLA / HIJAS DEL NILO
Me entero a través de Internet de que anda por
tierras valencianas la exposición La edad dichosa, que reúne cuadros de
Sorolla centrados en el tema de la infancia y que tuve la oportunidad de
contemplar en la casa-museo del pintor el pasado mes de marzo. Desempolvo los
apuntes que tomé en aquella ocasión que me parece curiosamente lejana, un
viernes por la tarde en que llovía a cántaros sobre Madrid y en que tenía yo el
humor un tanto torcido ―no recuerdo por qué― hasta que me encontré con esta
explosión de belleza y de ternura. La apacible vida familiar del artista está
presente en más de un lienzo, como en el que encabeza estas líneas, titulado María
Clotilde. Sorolla pinta en 1900
a su hija mayor, que cuenta por entonces ocho años, y lo
hace desplegando su prodigioso dominio del color blanco. Todo es alegre en la
indumentaria y en el entorno de la modelo, formado por una pared de coloridos
azulejos, y sin embargo hay algo hondo y oscuro en los ojos de la niña, que se
convierten de inmediato en el principal foco de atención. Es una niña seria y
paciente, que posa con formalidad escrutando a su padre ―y de paso a nosotros―
con una mirada en la que parecen acumularse una sabiduría impropia de su edad y
una cierta tristeza. En contraposición con la gravedad de la pequeña y su
formal vestimenta, sus pocos años quedan subrayados con un detalle encantador:
los pies que distan aún de llegar al suelo y que penden en el aire, asomando
bajo el borde de la inmaculada falda. Alrededor de esta niña sabia pululan en
la exposición otros pequeños pertenecientes a la burguesía acomodada, pero
también niños menos afortunados en el terreno económico, que Sorolla recrea en
la gozosa libertad de la naturaleza o en sus duras tareas cotidianas. Es el
caso del singular lienzo La siesta, Asturias, que se aleja de la visión
luminosa que se suele asociar con su autor. Un mar bien distinto al habitual,
compuesto por balas de heno, sirve de lecho a una pareja de jovencitos que
reposan después del trabajo. La niña, seguramente exhausta por el esfuerzo, se
ha abandonado a la blanda superficie en la que parece estarse hundiendo. El
muchacho, aún despierto, nos escruta desde detrás de la sombra que oscurece su
rostro. Otro niño sabio de Sorolla, que nos anuncia el lado oscuro que inevitablemente
convive con la luz y que acompaña a toda vida, incluso en la edad dichosa.
En torno al 2500 a . C., un artista egipcio desconocido para
nosotros esculpió en calcita las figuras de una pareja de esposos: los nobles Nepeh-Ka
y Wahit. Es la clásica escultura oficial, en la que los retratados se muestran
hieráticos, detenidos para la eternidad, pero cuya solemnidad queda rota por el
sencillo gesto de la mano de la mujer apoyada en el brazo del marido: una
muestra de afecto y complicidad, una corriente cálida que envuelve al que
contempla la escultura, veinticinco siglos después de que sus modelos y su
autor desaparecieran. Los que se acerquen a la exposición Hijas del Nilo,
ubicada en el Palacio de las Alhajas de Madrid, podrán contemplar esta y otras
piezas de variada procedencia, muchas de ellas exhibidas por primera vez en
España, y que tienen como nexo de unión la aproximación a la historia y la
cultura del antiguo Egipto desde una perspectiva femenina. Las escasas mujeres
que alcanzaron el rango de reina, las numerosas esposas de faraones, las
diosas, las nobles, las sacerdotisas, las sirvientas, las trabajadoras: todas
ellas aparecen reflejadas en un emocionante recorrido por obras que sería
inabarcable visitar en sus emplazamientos originales. Son piezas reveladoras,
algunas de una belleza extraordinaria, como el relieve extraído de una tumba
que muestra a una serie de mujeres en procesión, portando ofrendas para el
difunto, en una estilizada y elegante coreografía. Acudo a la ficha del museo
de procedencia, el Roemer und Pelizaeus Museum de Hildesheim, donde queda
plasmada la incertidumbre sobre el emplazamiento de la tumba que albergó en
origen dicho relieve. No puedo evitar pensar en el ilustre y desconocido
difunto, que 1500 años antes de Cristo emprendió el viaje al más allá tan bien
flanqueado, y que dispone de toda la eternidad para echar de menos a sus
hermosas acompañantes.
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