LECTURAS DE SEPTIEMBRE (2022)
Patrick
Modiano sigue indagando sobre su pasado y nosotros con él. El planteamiento de Tinta
simpática nos remite de forma inevitable al de novelas precedentes de este
autor: un hombre maduro evoca sus tiempos juveniles, en que trabajó para un
detective y le fueron encomendadas varias tareas relacionadas con la
desaparición de una mujer. Con un interés que rebasa lo profesional, el joven
investigador va reuniendo retazos de una historia cuyas piezas no encajan y que
le afectará de forma recurrente a lo largo de su vida, ya que sus protagonistas
irán cruzándose de forma casual en su camino en etapas posteriores. La
reconstrucción de una trayectoria vital, las trampas del recuerdo, los lugares
perdidos, la mágica casualidad que orquesta nuestras vidas, temas recurrentes
en la narrativa de Modiano, vuelven a tener en este caso un lugar preeminente.
Se trata, con todo, de una obra menos ambigua e indeterminada que otras de este
autor, como se puede ver ya desde la metáfora del título: se llama “tinta
simpática” a la que resulta invisible hasta que se la expone a un reactivo como
el calor o un producto químico. El pasado de la mujer desaparecida es como un
mensaje escrito con ese tipo de tinta, que irá desvelando su contenido gracias
al tiempo, la labor del protagonista y la casualidad. La nebulosa del pasado
es, por una vez, menos intrincada para Modiano, quien, tras múltiples
tentativas de indagación, parece haber encontrado la clave para iluminar sus
oscuros recovecos. Me cuento entre los lectores fieles de este autor, los que
han recorrido incansablemente de su mano las calles de París, adentrándose en
callejones, subiendo escaleras cuyo destino es un enigma, penetrando gracias a
la llave de la memoria en estancias a las que ya no se tiene acceso. Por ello, Tinta
simpática ha causado en mí un efecto doble: por un lado, la satisfacción
del niño que desea que le cuenten una vez más la historia que ya conoce; por
otro, la luminosa sensación de que el laberinto del recuerdo posee un orden
misterioso que en algún momento nos será revelado.
Entre
todos los títulos de libros que han llamado mi atención a lo largo de mi vida
lectora, habría que hacer una mención especial a este Shakespeare y la
ballena blanca de Jon Bilbao. En dicha formulación ―que para mí ha actuado
como un auténtico imán― está contenida la sorprendente idea que da pie a la
trama. Es bien sabida la influencia de Shakespeare en el escritor
norteamericano Herman Melville…, pero ¿qué ocurriría si le diéramos la vuelta a
lo archiestudiado e imagináramos a la célebre criatura de Melville, la ballena
Moby Dick, rondando el cerebro del maestro del teatro isabelino durante una
azarosa travesía? Ni corto ni perezoso, con esa soltura para lo insólito que lo
hace tan especial, Jon Bilbao coloca a William Shakespeare a bordo de una nave
que parte en una misión diplomática rumbo a Dinamarca. Una extraña ausencia de
viento interrumpe el viaje y sitúa el barco a merced de una gigantesca criatura
acuática que pone en peligro la vida de tripulantes y pasajeros, pero que
también se instala en la mente del dramaturgo, quien concebirá gracias a ella
el arriesgado proyecto de escribir una obra de teatro radicalmente distinta a
cualquier otra y cuyo núcleo será el duelo entre una sobrenatural ballena blanca
y el hombre obsesionado con hacerla desaparecer. Tan sorprendente planteamiento
da pie a una singular novela, que oscila entre impactantes escenas de acción y
jugosas reflexiones del protagonista sobre la obra que nunca llegará a
escribir. Es fácil dejarse llevar por el mecanismo ideado por Jon Bilbao e
imaginar, por ejemplo, a un Miguel de Cervantes empeñado en escribir la
historia de un náufrago y un salvaje, como lo hará su gran admirador Daniel
Defoe un siglo después. O creando las divertidas peripecias de un grupo de
extravagantes viajeros, adelantándose doscientos años al club Pickwick de
Dickens. Shakespeare y la ballena blanca no deja de ser, en el fondo,
una reflexión sobre el poder de la imaginación y la capacidad humana para crear
a partir de lo que la realidad brinda. Ese oscuro y profundo mar que se abre
bajo el barco detenido me parece una metáfora de la mente humana, por la que
navegan monstruos desconocidos cuyo significado último no se llega a desvelar
jamás.
El
campeón de la metaliteratura, Enrique Vila-Matas, presenta en Mac y su
contratiempo una de sus propuestas originales, estrafalarias y atravesadas
por un profundo amor a las letras. Mac, el protagonista y narrador, es un
sesentón que se ha quedado sin trabajo después de una larga vida laboral y que
decide llenar con la escritura sus días sin sustancia. No se trata de una
escritura con pretensiones literarias, como él mismo no se cansa de recalcar,
sino la elaboración de un diario en el que refleja su devenir por el barrio,
muestra su interés por los horóscopos y deja constancia de los sueños que
pueblan sus noches. Mac es un tipo singular, con una imprevisible línea de
pensamiento y un sentido del humor que con frecuencia dirige hacia sí mismo. Su
foco de atención pasa pronto a ser un vecino, un escritor de fama con quien se
obsesiona hasta el punto de ponerse como objetivo reescribir a su manera uno de
sus libros, un mediocre conjunto de relatos del cual su propio autor se
avergüenza. Se inicia así un doble viaje: a través de los cuentos originales,
que nos llegan relatados por el nada fiable narrador que es Mac, y a través de
las nuevas versiones que este se propone realizar, sin llegar a hacerlo. Un
extraño recorrido, muy borgiano, por una obra literaria que se supone escrita,
pero a la que el lector no tiene acceso directo, y por otra que no se llegará a
escribir jamás. En ese camino se cruzan citas y anécdotas de grandes maestros
de las letras, personajes de hilarante excentricidad, situaciones absurdas que
nunca queda claro si son reales o producto de la mente del protagonista. A mí
esta novela de Vila-Matas me ha hecho reír, me ha interesado y desconcertado a
partes iguales. He de decir, en cualquier caso, que no se parece a nada que
haya leído. El que quiera embarcarse en tan peculiar aventura, ha de cumplir un
requisito imprescindible: poseer una buena dosis de desesperado amor por las
letras.
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