CUADROS RECUPERADOS (XX): DÚOS

La singularidad del pintor madrileño Jerónimo Elespe comienza ya en el mismo material que emplea como base, los paneles de aluminio. Su sistema de trabajo no es menos peculiar: sus cuadros pasan por un largo proceso en el que son olvidados durante un tiempo para ser sometidos más tarde a una transformación por medio del raspado o del añadido de nuevas capas de pintura. Tienen algo de seres vivos que van formándose poco a poco, y Elespe posee la minuciosidad del arqueólogo que con precisión y paciencia infinitas va retirando materiales para extraer un objeto antiguo oculto a nuestra mirada. Su pintura es una curiosa alianza entre lo nuevo y lo tradicional; produce en el que la contempla la sensación de estar entrando en un territorio personal y originalísimo, pero en el que constantemente le salen al paso elementos de una tradición pictórica reconocible. Todo lo anterior se refleja en este cuadro que responde al misterioso título de The antipodal room.  A mí me da la impresión de que estos dos personajes se encuentran ahí desde mucho antes de que ninguno llegáramos a este mundo, y que Elespe los ha ido sacando a la luz con minuciosidad, raspando en una superficie abigarrada por la acumulación de capas de pintura que forman sugerentes diseños. Los dos rostros juveniles nos observan con estupor, sorprendidos en lo que tal vez creían un descanso eterno, a salvo de miradas intrusas. Por su actitud reposada y sus graves vestimentas, parecen extraídos de una pintura clásica; son un nexo de unión entre un mundo olvidado y el nuestro, traídos a la superficie por la pericia del artista. Pero, insisto, estas pinturas de Elespe tienen algo de ser vivo: no me cuesta imaginar el diseño de formas y colores que los cubren parcialmente como un mundo orgánico y en ebullición, dispuesto a reproducirse hasta cubrir de nuevo a las dos figuras simétricas. 

(Los cuadros de marzo. 2015) 


Una de las alegrías que brindó mi viaje a Berlín de hace cinco años fue la oportunidad de dialogar largo y tendido (y en ocasiones en solitario) con un pintor que me fascina. Tenía una cita con él en el Alte Nationalgalerie, museo consagrado por entero al arte del siglo XIX, pero también tuve un encuentro no esperado en uno de los pabellones del Palacio de Charlottenburg. Caspar David Friedrich me salía al encuentro, y lo hacía con cuadros que había visto muchas veces a través de reproducciones y con alguno que no conocía. Esto último me sucedió con el que traigo hoy a esta sección, Dos hombres junto al mar contemplando la luna. Era un cuadro nuevo para mí, pero que me produjo una sensación de enorme familiaridad, por ser uno de los innumerables paisajes de su autor en los que personajes de reducidas dimensiones, situados de espaldas al espectador, se enfrentan a la grandiosidad de la naturaleza. El contraste entre lo desmesurado del entorno natural y la pequeñez de la figura humana expresa con increíble eficacia el sentimiento de soledad del hombre perdido en el infinito, la melancolía o la angustia de un ser mortal frente al universo que le sobrevivirá. Dos hombres junto al mar se orienta más hacia el terreno de lo melancólico, con la serenidad del reflejo lunar extendiéndose sobre las aguas y la actitud contemplativa de los dos protagonistas. Estos presentan además la peculiaridad de la enorme semejanza de su porte e indumentaria; se diría que son un mismo individuo desdoblado que contempla, desde dos puntos de vista distintos, los grandes problemas de su existencia. El paisaje marino, nocturno y apacible, se resuelve con una bellísima gradación de ocres y dorados. En momentos así, Friedrich se sitúa a escasa distancia de la abstracción y es capaz de expresar con hondura y libertad absoluta –como lo haría la música— esos sentimientos que nos agitan por dentro y a los que resulta tan difícil ponerles nombre. 

(Los cuadros de agosto. 2016) 

La pintora francesa nacida en 1952 Françoise de Felice es la autora de acuarelas en las que recrea un mundo irreal, detenido en el tiempo y que parece extraído de un sueño. Es el caso de Las flores gemelas, retrato doble en el que las figuras femeninas se diluyen en un entorno vegetal de vistoso y delicado colorido. Es un sugerente juego pasear la vista sobre estos rostros semejantes en rasgos y contrapuestos en expresión: madurez frente a inocencia, recelo frente a ensoñación. Nada sabemos sobre la identidad de estas dos mujeres, la que fija en nosotros la mirada y la que se pierde en sus pensamientos mientras sujeta una flor. Dudamos, incluso, de su condición humana; como sugiere el hermoso título del cuadro, no hay mucha diferencia entre estos dos misteriosos seres y las flores que las envuelven. 

(Los cuadros de agosto. 2012) 


El pintor neoyorquino Robert Fundis (nacido en 1977) es el artista más joven que ha pasado hasta el momento por esta sección. Es autor de obras de enorme intensidad, en las que combina diversas técnicas y explora la textura de superficies y materiales con el fin de indagar en los entresijos de la condición humana, especialmente en los sentimientos de angustia y soledad. La división de la presente obra en dos paneles tiene una clara intención expresiva: estos dos personajes retratados de perfil están aislados en sus respectivos mundos. Ella clava los ojos en él con gesto de conformidad; la mirada de él se escapa hacia un punto indeterminado en las alturas. Y, entre ambos, se abre esa profunda hendidura que divide el cuadro en dos. Tenemos la impresión de que los miembros de esta pareja están más separados que si hubieran sido pintados dándose la espalda. El conciso y contundente título de la obra no deja lugar a dudas: Corrosión. Todo está en trance de desmoronarse, en este mundo monocromo y gris. En consonancia con ello, el artista se ha encargado de que la superficie irregular del cuadro parezca a punto de resquebrajarse, igual que la precaria relación de los dos seres humanos atrapados en él. 

(Los cuadros de agosto. 2013)

Comentarios

  1. "Dos hombres junto al mar contemplando la luna". También ese cuadro es nuevo para mí. Es una hermosa entrada, que me ha encantado.

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  2. Cuánto me alegro, Rubén. Deduzco de tu sorpresa ante "Dos hombres junto al mar contemplando la luna" que Friedrich es un pintor que te gusta y cuya obra te es familiar. ¿Un romántico irredento, como la que escribe estas líneas?

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