LECTURAS DE AGOSTO (2021)
Iba
a comenzar diciendo que me encanta reseñar libros a cuyos autores conozco, pero
me he dado cuenta a tiempo de que mi relación con Jesús Talón PJ viene dada por
una tercera persona que nos sirve de nexo y que nunca he tenido la oportunidad
de comunicarme con él más que a través de las redes sociales. Ni siquiera, lo
confieso, sé el significado de esas iniciales “PJ” que rematan su nombre. En
cualquier caso, me agrada escribir sobre un autor con el que tengo un vierto
vínculo, aunque sea esa curiosa sensación de cercanía que nos proporcionan los
mundos cibernéticos en los que nos desenvolvemos. Ritos paganos, libro compuesto por dieciocho relatos, que publica
con buen gusto y esmero la editorial Hilatura, es la primera obra que leo de
este escritor y me ha sorprendido por dos razones fundamentales: su carácter
poético y su valentía. Jesús Talón disfruta con el idioma, mima las palabras y
las utiliza con sabiduría para crear emociones y sugerencias. Algunos de los
textos que integran este libro son breves retazos de vida, cúmulos de
sensaciones evocadas con un intenso lirismo. Otros ―los más propiamente
narrativos― juegan a la sorpresa y al ingenio, y en algún caso se adentran sin
titubear en temas escabrosos. No quiero desvelar detalles que restarían interés
a la lectura; me limito a recomendar vivamente el relato titulado Desayunos y cenas, divertidísima
incursión en uno de los grandes tabús de los seres humanos. Qué liberador resulta,
en estos tiempos de entronización de lo políticamente correcto, que un escritor
tienda la mano para guiar al lector, sin moralinas y con gran sentido del
humor, a terrenos pantanosos. Yo lo he seguido con mucho gusto en este viaje a
medias inquietante y divertido. No en vano el libro se inicia con la célebre
frase “Hic sunt dracones”, incripción que en los mapas de la antigüedad
señalizaba los territorios desconocidos, con frecuencia decorados con dibujos
de amenazadoras criaturas de ficción.
Si
me cruzara en una calle populosa con Manfred Baumann, el protagonista de La desaparición de Adèle Bedeau, lo
reconocería sin vacilar. Conozco su forma de andar y de vestir, su aire
furtivo, su pretensión de hacer pasar inadvertida su elevada estatura, la expresión
de su rostro, las miradas recelosas que lanza alrededor. Sabría decir, incluso,
lo que podría estar pensando en ese momento, lo que se le pasaría por la cabeza
si, en una mágica ruptura de la barrera entre lectora y personaje, pudiera
dirigirme a él para saludarle diciendo: Hola,
Manfred. Es el milagro que consigue una vez más este maestro de la
penetración psicológica que es Graeme Macrae Burnet. La desaparición de Adèle Bedeau es la segunda novela que leo de
este autor después de la impactante Un plan
sangriento, con la que presenta importantes conexiones: el crimen como
punto de partida de la trama, la difusa frontera entre realidad y literatura,
en un juego ―tan cervantino, por otra parte― que lleva en este caso al escritor
a presentarse como un mero editor de la novela de otro novelista. Y, por encima
de todo, la capacidad para bucear en las honduras del alma humana, para crear
criaturas reconocibles y en las que a la vez ―y es lo más inquietante de este
retrato de una mente criminal― es posible reconocerse. La población francesa de
Saint-Louis, sus locales y viviendas, su estación, el río y el cercano bosque,
llegan a convertirse en paisajes familiares para quienes emprendemos este
intrigante viaje en pos de Adèle Bedeau, la joven camarera desaparecida en cuya
búsqueda llegaremos a saber mucho sobre sus paisanos, a codearnos con el
sospechoso Manfred Baumann y su perseguidor, el inspector Gorski, como si
fueran viejos conocidos, y también a descubrir algo más poco sobre nosotros
mismos.
Las
circunstancias que rodearon a la creación de una obra artística y las
sugerencias que esta despierta en quien la contempla: estos son los dos pilares
sobre los que se levanta Emocionarte,
el ensayo sobre pintura del periodista Carlos del Amor. No en vano lleva el
subtítulo La doble vida de los cuadros.
Con claridad de divulgador y una mirada llena de afecto, el autor reúne a
artistas de épocas diversas, obras punteras junto a otras desconocidas, cuadros
de enorme valor artístico junto a otros que le son queridos por motivos
sentimentales. Es, en definitiva, la mirada teñida de emoción (como el título
anuncia) del que lleva años recorriendo museos para acercarse a contemplar lo
que el artista intentó comunicar, pero también lo que la imaginación, en su
libre vuelo, es capaz de construir a partir de la imagen que se le proporciona.
Una selección de treinta y cinco pinturas ―algunas muy conocidas y otras que
son un auténtico descubrimiento― es el hilo sobre el que se estructura esta
doble mirada. Carlos del Amor aporta datos interesantes sobre autores y épocas,
con un estilo por completo apartado del engolamiento de los manuales de arte y
con abundancia de anécdotas jugosas y significativas. Junto a eso, su peculiar
interpretación de lo que transmite el cuadro: en ocasiones, es un personaje en
él retratado quien habla, o el propio pintor, o se reproduce una escena
inevitablemente inventada sobre su proceso de creación. Arte, sensibilidad,
imaginación. Un hermoso viaje que invita al lector a enriquecer el texto con lo
que le sugiera su propia mirada.
Es
difícil encontrar un título que resuma de forma más concisa y eficaz el contenido
de un libro. El hambre a la que se alude en él es real, devoradora, y está
descrita con detalle y sin concesiones: es la que asalta al protagonista, un
escritor que vive en Cristianía, antigua denominación de Oslo, en una situación
de miseria tal que el mero hecho de alcanzar con vida el día siguiente supone
una auténtica hazaña. Knut Hamsun nos presenta a un personaje despojado de
circunstancias, sin nombre ni pasado, anclado en un presente que lo ocupa todo
y que, por ello, parece no tener salida. A lo largo de la historia, asistimos a
sus desgarradores intentos de combatir el hambre, que llegan al extremo
inadmisible de sentirse impelido a morder su propio dedo. Paralelo a este
proceso de deterioro físico, se desarrolla otro más terrible si cabe, el del
desequilibrio mental. El protagonista de Hambre
vive preso de impulsos extremos que lo llevan del optimismo y una confianza en
su capacidad creadora rayana en el triunfalismo al desánimo y la
autohumillación; lo vemos desperdiciar de forma incomprensible los recursos que
le proporcionan inesperados golpes de suerte y sentirse abrumado por los
remordimientos cuando su comportamiento se aleja mínimamente de la más estricta
honestidad. Esta especie de hermano pequeño de Raskólnikov, el protagonista de Crimen y castigo, vive en un hervidero
de sentimientos contradictorios, aumentados por el estado de debilidad al que
lo conduce la inanición. En torno a este personaje visionario y vulnerable
pulula un conjunto de habitantes de la ciudad, miserables muchos de ellos,
encerrados en sus propias soledades, auténticos fantasmas con los que nuestro
escritor se cruza en su perpetuo deambular por las calles, sin llegar a
establecer contacto real con ninguno. Leyendo esta novela impresionante, he
tenido la sensación de haberme colado en un cuadro de un ilustre compatriota de
Hamsun, explorador también de los abismos del alma humana, el pintor Edvard
Munch.
París,
finales del siglo XIX. En la Salpêtrière, institución para enfermas mentales,
se acerca el día más emocionante del año, Media Cuaresma, fecha en la que se
celebra una fiesta abierta al público que permite a las pacientes recuperar por
una noche la ilusión de pertenecer a la sociedad que las ha confinado. Es el
“baile de las locas” al que alude el título de la novela. En torno a esa
celebración, confluyen los destinos de dos mujeres. Una es la jefa de
enfermeras Geneviève, austera y profesional, llena de fe en la ciencia y
cuidadosa con unas pacientes con las que, sin embargo, procura no implicarse
sentimentalmente. La otra es Eugénie, una joven recién ingresada en la
institución que afirma sentir la presencia de los muertos. Este es el sugestivo
planteamiento que sirve a la novelista Victoria Mas para hacer un análisis de
la situación de la mujer en una época no muy lejana. Las pacientes de la
Salpêtrière son más bien prisioneras, víctimas de la violencia de una sociedad
que les niega la ayuda y las condena además al olvido, o bien mujeres
extraordinarias que se apartan de la norma y por eso deben ser silenciadas.
Catalogadas bajo la etiqueta de “histéricas”, participantes involuntarias en
las demostraciones de las autoridades médicas y objeto de observación ―muchas
veces morbosa― de sus estudiantes, estas mujeres pasan sus días encerradas, en
actitudes que oscilan entre la rabia, la resignación y el terror a recuperar la
libertad que las empujaría a un mundo exterior en el que ya no tienen un hueco.
Victoria Mas repasa esta galería de posturas frente a la adversidad con voz
emocionada y no exenta de indignación. Bajo la anécdota histórica, late la
conciencia de que el arrinconamiento de las mujeres no es un hecho anclado en
tiempos pasados.
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