CUADROS RECUPERADOS (XIV): SOLEDADES
Las
enciclopedias sitúan al pintor noruego Eilif Peterssen (1852-1928) dentro de la
corriente del Neorromanticismo. Basta con ver su cuadro titulado Tarde de otoño para comprender la
razón. En la estela del gran Caspar David Friedrich, Peterssen sitúa una figura
solitaria en medio de la naturaleza, pero frente a las actitudes airosas y
grandilocuentes de los personajes del pintor alemán, elige una actitud de
recogimiento y abstracción. Todo en esta escena es pura melancolía: el gesto de
abatimiento de la protagonista, la presencia de una naturaleza en irrefrenable
avance hacia el invierno, los límites imprecisos de un paisaje que se pierde en
la distancia, la gama cromática en la línea de los ocres y del verde hoja seca.
Esta mujer sumida en sus pensamientos, o tal vez concentrada en la lectura de
un libro o de una carta que intuimos sobre su regazo, está enmarcada por los
troncos desnudos de los árboles, tristes y solitarios como ella; las fronteras
entre lo interno y lo externo, entre los sentimientos del personaje y el mundo
natural, se difuminan y forman un todo cohesionado, como sucede en las grandes
obras románticas. Y qué decir del precioso tratamiento del cielo, con esos
nubarrones que presagian tormentas, tanto físicas como sentimentales. Puro
Romanticismo del grande, de ese que tanto me gusta, en franca extinción en una
época en que se exploran otros romanticismos con minúscula.
(Los cuadros de enero. 2018)
El
pintor estadounidense Eastman Johnson (1824-1906) imagina a la mujer de un
soldado contemplando desde lo alto de una colina la partida de su esposo a la
guerra. El título original del cuadro, The
girl I left behind me, es un verso de una canción que se hizo muy popular
entre las tropas durante la Guerra de Secesión. Aunque no supiéramos lo que el
artista quiere representar, captaríamos toda la intensidad de la escena en la
mirada concentrada de esta casi niña que otea el horizonte, en las pinceladas
violentas que conforman el cielo y en el viento que azota el cabello y las
vestiduras de la muchacha. Un dato revelador: Eastman Johnson nunca puso a la
venta esta obra, que a la muerte del artista estaba todavía en su poder. Tal
vez el pintor no quiso que su protagonista se sintiera abandonada también por
quien le había dado la vida.
(Los cuadros de septiembre. 2011)
El
pintor polaco contemporáneo Darek Grabus nos da una límpida visión del verano
en el cuadro titulado Jugadores.
La sencillez de líneas, la claridad de la composición y los colores planos son
rasgos habituales de este pintor, que combina el tratamiento realista de las
figuras humanas con una simplificación del entorno. Sus personajes, con
frecuencia sentados en la playa o en terrazas que se abren al mar, parecen
suspendidos frente a un verano eterno que es más una imagen mental que un
espacio físico. De entre las obras de este artista que recrean el ambiente
estival me gusta sobre todo esta, en la que el elemento emotivo cobra un
especial relieve: el muchacho sentado en primer plano parece contagiarse de la
sombra que el muro arroja sobre él mientras observa a otros jóvenes inmersos en
un juego en el que él no participa. La escena nos habla de la soledad del que
se siente excluido, de la felicidad ajena que con frecuencia pone más de
relieve la tristeza del que la contempla. Las tres franjas que representan el
cielo, el mar y la arena conforman un escenario geométrico, casi metafísico,
para este pequeño drama cotidiano. A mí me da la sensación de que hay más
razones que las evidentes para que el protagonista siga siendo solitario: lo
que contemplan sus ojos es tal vez un verano del pasado, un producto del deseo
o un fruto de su imaginación.
(Los cuadros de julio. 2017)
La
primera vez que vi El mundo de
Cristina, del pintor estadounidense Andrew Wyeth (1917-2009), pensé que me
encontraba frente a la plasmación de una escena onírica. El paisaje vacío, los
edificios inalcanzables y el personaje solitario que lucha por acercarse a su
entorno doméstico, familiar, sin conseguirlo: un mundo de pesadilla en el que
una acción cotidiana como entrar en la propia casa se vuelve motivo de
inquietud. Descubrí luego que la historia del cuadro y de lo que le sirvió de
inspiración era mucho más real: el artista tenía una vecina paralítica que no
renunciaba a disfrutar a su manera de la naturaleza y solía arrastrarse así por
entre la hierba llevando ramitos de flores. En cualquier caso, toda la soledad
y el desvalimiento del ser humano están en esta imagen escrupulosamente
realista pero que a la vez apela a nuestro lado más oscuro y escondido.
(Los cuadros de agosto. 2011)
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