LECTURAS DE JUNIO (2021)
Un gato descuidado y famélico hace
su aparición en la casa de una renombrada pintora y es acogido a
escondidas por la empleada de hogar. Cuando la dueña descubre la
presencia del animal, tiene una reacción sorprendente: su habitual
coraza de frialdad se resquebraja y deja paso a una emoción
inesperada. Bajo la suciedad y el barro ha descubierto un hermoso
pelaje blanco que la ha devuelto a los lejanos tiempos de su
juventud, cuando era una joven aspirante a pintora que vivió una
historia que la marcaría para siempre. Este es el planteamiento,
clásico pero no por ello menos arriesgado, de Momoko
y la gata, de la
novelista japonesa Mariko Koike;
clásico
por el habitual recurso
del protagonista anciano al que un estímulo del presente catapulta a
bruscamente hacia su juventud, pero arriesgado por la necesidad de
que la trama retrospectiva esté a la altura de las expectativas del
lector, avisado desde el principio de su fuerte impacto sentimental.
He de decir que, en este sentido, la novela ha superado con creces
mis previsiones. La relación entre cuatro personajes es la base de
esta historia hermosa y perturbadora: la joven aspirante a pintora,
el artista consagrado que la acoge en su casa, la hija de este, una
niña de difícil trato desde la muerte de su madre, y una preciosa
gata blanca que es el único ser con el que la pequeña se comunica
de verdad. La irrupción de un quinto personaje, una mujer joven que
pretende ocupar el papel de la madre ausente, es el detonante de la
tragedia. Me confieso a medias cautivada y sobrecogida por esta sutil
crónica sobre los lazos familiares y el peso del pasado. Nunca podré
mirar de la misma manera a un gato de pelaje blanco.
En
la lista ―inexistente por ahora― de los libros que he tardado
menos tiempo en leer, esta novela de Hervé Le Tellier, reciente
Premio Goncourt, ocuparía sin duda uno de los primeros puestos. El
factor añadido de que su lectura haya coincidido con una época de
intenso trabajo hace este dato aún más significativo: se podría
aplicar en este caso la manida expresión de que “me la he
devorado”. Curiosamente, llevo un buen rato atascada en el comienzo
de esta reseña, sin saber por dónde seguir; y es que resulta
difícil comentar esta novela sorprendente sin caer en el acto
imperdonable y canallesco de destriparle la trama al potencial
lector. Dios me libre de incurrir en semejante vileza, así que me
limitaré a decir que esta historia múltiple, de vidas entrelazadas
y en principio sin conexión alguna, constituye una maquinaria bien
engrasada que deslumbra y apasiona. Y añadiré tan solo un pasaje de
una de esas historias que desfilan frente a los ojos del asombrado
lector y que dará una idea de la capacidad de intrigar de esta trama
hábilmente construida: dos científicos que han elaborado un
complicadísimo protocolo de emergencia para incidencias en el
tráfico aéreo llevan consigo durante años unos móviles a los que
deben responder de forma ineludible y que solo sonarán en el caso
más improbable de su lista de emergencias: cuando haya sucedido lo
que no puede suceder. Y un día, ambos teléfonos suenan.
La ira es la última parte de la trilogía protagonizada por el fiscal Szacki y firmada por el novelista polaco Zygmunt Miloszewski. Lo he comentado en más de una ocasión en este blog: como forma de acercarse a una sociedad, la novela negra es un instrumento impagable. Yo me declaro rendida admiradora de este personaje que, según he podido leer en las redes sociales, despierta tantas adhesiones como rechazos. Bronco, irónico, despegado, propenso a la ira y a los errores personales y crudamente imperfecto, el fiscal Szacki es un tipo al que uno no desearía tener como padre o pareja, pero que como personaje literario proporciona una intensa sensación de realidad, aparte de brindar abundantes momentos de regocijo con su humor mordaz y su sarcasmo. De su mano he recorrido las calles de tres ciudades polacas: Varsovia (en El caso Telak), Sandomierz (en La mitad de la verdad) y Olsztyn, en la novela que ahora comento. La ira tiene como tema central la violencia contra las mujeres y posee la trama más trepidante de la saga, pero también la más alambicada y la que conduce a un desenlace más enigmático. No diré más en este sentido: me encantaría leer las interpretaciones al respecto de los visitantes de este blog. Creo que el asunto daría lugar a discusiones enjundiosas. Solo añadiré, por aquello de lanzar el anzuelo de la lectura ―no lo puedo evitar: deformación profesional de educadora― que los que se crean hastiados del clásico rapto de un familiar del investigador por parte de un peligroso asesino harían bien en ver cómo se enfrenta a la situación nuestro peculiar Teodor Szacki. Hasta en eso es distinto a todos.
Pocas
obras literarias hacen en su título un compendio tan exacto de su
argumento como Crimen y
castigo; para mis
estudiantes, acostumbrados al disfrute rápido y a la sorpresa
constante, es un enigma por qué un escritor decide poner en la
portada de su obra dos palabras que eliminan toda incertidumbre
acerca de su contenido. Pero es que entre el crimen y el castigo
narrados por Dostoievski hay muchas cosas: la mirada conmovida del
autor sobre las clases desfavorecidas de la desigual sociedad
zarista, una perturbadora inmersión en el mundo de los deseos
inconscientes y los sueños de unos seres torturados y, por supuesto,
la inmensa figura de Raskólnikov, el protagonista. Brutal, generoso,
utópico, visceral, calculador y
emotivo al mismo tiempo,
con un cerebro en constante ebullición y un cuerpo asediado por
enfermedades que en realidad son estados mentales: se agotan los
adjetivos para describir a este personaje enorme y desconcertante que
en cada relectura descoloca y arrastra al lector. Lo descubrí cuando
era una estudiante apenas unos años más joven que él; ahora que
han pasado las décadas, me sigue sorprendiendo su personalidad
múltiple e inabarcable. Decididamente, el título de esta novela no
desvela gran cosa sobre su contenido; si acaso la primera y más
tenue de las múltiples capas que el lector irá sacando a la luz
siempre que vuelva a sumergirse entre sus páginas.
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