MUERTE DIGITAL
Un día de estos voy a perder mis claves. Lo veo venir.
Ocurrirá más tarde o más temprano: mi cerebro entrará en barrena frente a la pantalla del ordenador. El detonante será el amenazador mensaje “introduzca su clave de acceso” o un recuadro blanco ―inmaculado, vacío, remiso a proporcionar pista alguna sobre su posible contenido― encabezado por el rótulo “contraseña”. Simplemente sucederá; se hará el silencio en mi memoria. Seré incapaz de recordar la combinación de cifras o letras o signos de variado pelaje necesaria para abrir frente a mí las delicias de la compra por Internet o las urgencias de una transferencia bancaria. La cueva de Ali Babá permanecerá clausurada para siempre. Seré una especie de Eva expulsada del paraíso cibernético.
Tengo la sospecha de que, cuando eso suceda, todas las claves almacenadas durante años en mi cabeza de irán viniendo abajo, como piezas de un dominó que se han sujetado de forma milagrosa durante demasiado tiempo. Notaré cómo van huyendo de mi recuerdo, una detrás de otra, tomadas de la mano: la contraseña del banco, la de la biblioteca digital, la del supermercado, la de las plataformas de educación, las de las facturas de electricidad y telefonía, las de las cuentas de correo electrónico, la de este blog. En mis consiguientes bloqueo y desconcierto, no seré capaz de recordar dónde he anotado alguna de ellas, ni si he llegado a anotarlas siquiera. Me quedaré atónita frente al ordenador, reducido de un plumazo a la condición de sofisticada máquina de escribir. Me habré quedado desconectada.
Supongo que el día en que mis claves huyan de mí, dedicaré un tiempo a intentar reconstruirlas. Será una labor que me sulfurará a ratos o que me llenará de inquietud (¿será ese vacío en mi memoria el primer aviso de la llegada de otros vacíos de mayor trascendencia?). Pero también, en un momento dado, puedo imaginarme sonriendo al pensar que la fecha de un acontecimiento jubiloso (el cumpleaños de un ser querido, el comienzo de un noviazgo, una mudanza muy deseada) era la llave que abría la puerta de una de las innumerables utilidades de la red; a saber cuál. Andarán también bailando en mi memoria el nombre de mi primera mascota y aquella evocadora combinación de un topónimo y un año, recuerdo de un viaje que me marcó. O la bella alianza de los nombres de los dos protagonistas de mi novela favorita. Desfilarán por mi mente acontecimientos de mi infancia, recuerdos de la universidad y de mis andanzas teatrales, los libros y las películas que me han hecho feliz, los seres a los que he amado y que, en demasiados casos, ya no tengo conmigo. En estos personales “ábrete Sésamo” de mi mundo virtual está recopilada gran parte de mi vida. La veré desfilar frente a mí, en esos instantes previos a mi muerte digital.
Esta navidad recibí un regalo de la farmacia de la que soy asiduo cliente y cual fue mi sorpresa al abrirlo pues ni más ni menos que una fabulosa agenda verde que utilizo desde los primeros días del año para anotar entre otras cosas mis claves porque son tantas y tan variadas que me resulta imposible acordarme de todas. Vuelta al siglo XX.
ResponderEliminarMe encantan las agendas y me encanta escribir a mano. Esa faceta del siglo XX no pienso perderla jamás.
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