EL CRISTALINO MUNDO DE LAS ESTRELLAS

Este curso, el cambio de libro de texto en la asignatura de Literatura Universal ha traído como consecuencia que, a los habituales encuentros con autores clásicos y pasajes archiconocidos, se unan nuevos rostros y voces que me alegran la ya de por sí agradable travesía a través del océano de las letras.

En el primer tema de este nuevo libro están, cómo no, Homero y Virgilio, Safo y Catulo, y también las remotas hazañas del héroe Gilgamesh en los albores de la escritura. La literatura india tiene su hueco con sus dos epopeyas, impresionantes ya desde el increíble despliegue de la vocal a en sus títulos: Mahabharata y Ramayana. Edipo se bate inútilmente en duelo con su destino de la mano del gran trágico Sófocles; los egipcios dejan constancia del complejo paso hacia la inmortalidad en El libro de los muertos. Pero también, junto a estos viejos conocidos, encuentro la voz moderna y delicada del poeta chino Li Bai.

Comparado con los autores que acabo de citar, Li Bai es casi un contemporáneo nuestro: vivió en el siglo VIII de nuestra era, lo cual, al lado de los cuatro mil años de antigüedad del Poema de Gilgamesh, es como decir antesdeayer. Fue uno de los grandes de la dinastía Tang, época en que la poesía alcanzó un singular esplendor; es decir, que fue un grande entre los grandes. Son proverbiales las hermosas imágenes de su poesía y su afición a la bebida, y la tradición le atribuye una forma de morir en la que se aúnan ambas cosas: se dice que, profundamente borracho, se arrojó a las aguas del Yangtsé llevado por su deseo de abrazar el reflejo de la luna en el río. Es una muerte todo lo bella que pueden ser las muertes de ficción. En la realidad, dudo mucho que haya belleza alguna en ese último trance. Pero dejémonos engañar por los poetas también a ese respecto.

Este personaje a la vez borrachín y refinado es el autor de un poema maravilloso que me ha encantado compartir por primera vez con mis alumnos. No contenta con ello, lo incluyo también aquí. La noche y la eterna luna de los poetas están presentes, así como un conmovedor deseo de compañía con el que es fácil identificarse. El verso final contiene una de las más bellas metáforas de la muerte que he leído nunca: el cristalino mundo de las estrellas. Me gusta imaginar a su autor vagando por ahí arriba después de su frustrado abrazo al reflejo de la luna.

LIBACIÓN SOLITARIA BAJO LA LUNA

Rodeado de flores, bebo solo,
ante una jarra de vino.
Alzo la copa y convido a la luna.
Con mi sombra, ahora somos tres.

Aunque la luna no puede beber,
y mi sombra en vano me sigue,
las tomo por compañeras transitorias.
¡Divirtámonos antes que pase la primavera!

Canto, mientras la luna pasea.
Bailo, mientras mi sombra vacila.
Antes de mi embriaguez nos solazamos juntos.
Cuando estoy ebrio, se deshace nuestra compañía.
¡Oh, luna! ¡Oh, sombra!
Seréis mis inmortales amigas.
Ya nos reuniremos algún día
en el cristalino mundo de las estrellas.

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