VERSIONES DE UN CUADRO
Volver
a mirar una obra de arte con nuevos ojos (siempre lo son) es como leer un libro
por segunda vez. De esta relectura de lo visual, como del reencuentro con las
palabras, se pueden extraer interesantes conclusiones sobre lo que fuimos y lo
que somos.
En
septiembre de 2017, saludaba yo la vuelta a las clases en este blog con el
cuadro A las puertas de la escuela
del pintor ruso Nicolay Bogdanov-Belski. Estaba yo en aquel momento también a
las puertas de algo nuevo: me había mudado al centro de Madrid, me había
trasladado de instituto y afrontaba con ilusión una nueva etapa. Fue descubrir
este cuadro y volcar en él mis gozosas expectativas; el niño pobre que se asoma
con indecisión a la puerta del aula me pareció a punto de dar un paso
trascendental que cambiaría por completo su existencia. Porque no me cabía la
menor duda de que, si la escena recreada por el artista cobrara vida, veríamos
al muchacho incorporarse a la clase y ser recibido por un maestro que
irrumpiría en el lienzo y le indicaría un puesto libre junto a otro estudiante.
El recién llegado se sentaría y el pupitre ocultaría en gran medida su
indumentaria miserable. El aprendizaje y el calor de maestro y compañeros harían
el resto: la escuela como fuente de oportunidades, igualadora frente a las
injusticias del mundo. (No hace falta decir que, en aquel septiembre de 2017,
yo rebosaba optimismo.)
Tres
años después, repasando los cuadros sobre profesores y alumnos que he ido
comentando en sucesivos meses de septiembre, me he reencontrado con esta escena
entre lo realista y lo sentimental y me ha producido una sensación diferente. No
he visto a un alumno nuevo nervioso ante su primer día de clase, sino a un
pobre muchacho que contempla con asombro un territorio que le está vedado. Lo
que en su momento interpreté como bolsas con sus útiles de estudio se me
aparecen ahora como bultos que el chico debe acarrear en su prematura vida de
trabajador. Su periplo diario le ha llevado a pasar frente a la escuela y se
toma una pausa para atisbar un momento el ambiente del aula, las filas cerradas
de alumnos de las que él no formará parte jamás. Ajenos a su silenciosa
observación, los estudiantes inclinan las cabezas sobre sus tareas. Si la
escena cobrara vida, ningún maestro entraría en nuestro campo visual para
recibir al recién llegado, que se cubriría de nuevo la cabeza para salir por
donde ha entrado.
Quiero
pensar que, dentro de un tiempo, un nuevo reencuentro con este cuadro borrará
mi sombría impresión actual. Hay un detalle en él que me hace conservar un hilo
de esperanza: un estudiante sentado en la primera fila lleva los pies
descalzos. ¿Otro chico sin recursos al que el aula ha dado una oportunidad…?
Esperaré a encontrar luz en otros aspectos de mi vida de enseñante para
aferrarme a esa posibilidad tan hermosa.
Hace más de 20 años estuve por primera vez en México, Sinaloa, Nayarit, puritita selva como decían ellos, todos los niños eran iguales pobres o ricos en la escuela llevaban uniforme, en los pueblos más recónditos todos entraban igual por la puerta de clase, había unas ayudas para comprar zapatos y uniformes y para incentivar la escolarización y así pobres y ricos " lucian" igual, decía uno de los profesores " a ver cuando me informan a mi", no sabes como me impresionó ver a esas madres en las fuentes de los pueblos lavando los calcetines de los niños que lucían impecables día a día con o sin lavadora
ResponderEliminarEs maravilloso lo que cuentas. Puedo imaginarme a las mujeres lavando con orgullo los calcetines de sus hijos en la fuente del pueblo y la imagen me resulta conmovedora. Yo no he tenido oportunidad de ver algo así en vivo, de modo que acudo a los ojos de otros: por ejemplo, a la colección de retratos de niños del gran fotógrafo Sebastiao Salgado, que con frecuencia inmortaliza a críos muy humildes y en situaciones complicadas, mostrando con satisfacción los útiles que emplean en la escuela.
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