100% ROSAURA

Hace algo más de un mes, circuló por las redes un meme que llamó de inmediato mi atención. (Aquí me toca parar para hacer una precisión léxica: antes de usar el término meme, me he cerciorado de su inclusión en el diccionario de la RAE. Ahí está, flamante y con sus dos acepciones, la acuñada por el biólogo inglés Richard Dawkins en los años 70 del siglo pasado y la otra, más actual, que se refiere a elementos gráficos y textuales que se difunden por Internet, y que es a la que me refiero en este caso. Fin del inciso, fruto de mi deformación profesional.)

Pero volvamos al meme al que me refería al principio. Digo que prendió mi atención porque la imagen no era, como suele ser habitual, una fotografía o un dibujo realizado con fines burlescos, sino una pintura que yo no conocía pero que me pareció perteneciente a la órbita de los prerrafaelitas. El cuadro en cuestión representa a una muchacha vestida con indumentaria varonil, rodeada por una vegetación plasmada con extremada delicadeza, como es habitual en los artistas de este movimiento. La joven mira a su alrededor con expresión recelosa, como si se hubiera escondido en lo profundo del bosque para realizar un acto prohibido. Y lo que se dispone a hacer es cortar su larga cabellera con unas tijeras. Se trata, pues, de una de las múltiples heroínas de leyendas y obras literarias que se ven obligadas a disfrazarse de hombre para cumplir una misión. El letrero que ocupa la mitad inferior contiene un mensaje en principio enigmático, pero que al final nos saca de dudas: 40% Fuerza, 40% Vengativa, 20% Enamorada, 0% Sumisa: 100% Rosaura. Así que se trata de ella, la enérgica protagonista de La vida es sueño de Calderón, la heroína que irrumpe en escena con uno de los más briosos parlamentos del teatro clásico español y que fascina al prisionero Segismundo al primer golpe de vista. Una Rosaura, eso sí, previa a la trama calderoniana, plasmada en el momento de desprenderse de uno de sus más vistosos atributos femeninos para que su disfraz gane en eficacia.

Lo primero que me vino a la cabeza fue el motivo de que esta curiosa combinación de pintura, literatura y tantos por ciento circulara por la red. Según he averiguado después, su autor es un profesor de Literatura y escritor que, desde su tranquila posición de excedencia de la enseñanza, lanza con frecuencia ideas interesantes a los que seguimos en la brecha para que encendamos en nuestros alumnos el amor por los clásicos. Dicho autor es Nando López, que el pasado mayo difundió en su cuenta de Twiter varios memes similares sobre grandes personajes de nuestras letras. Sin embargo, eso no explica la popularidad alcanzada por este en concreto, y aquí es donde empieza el segundo hilo de esta entrada.

Con motivo del último Día de la Madre, unos grandes almacenes lanzaron una poco afortunada campaña publicitaria que tuvo una inmediata contestación en las redes sociales. En ella se definía la figura materna con cualidades a las que se asignaban los siguientes porcentajes: 97% entregada, 3% egoísmo, 0% quejas. Aquí me muevo en el terreno de la conjetura, pero supongo que algún avezado cibernauta con gustos artísticos y literarios decidió tomar prestado el meme de la heroína calderoniana no para su original misión de servir de acicate a las mentes juveniles, sino para erigirla en la antítesis de tan penosa visión del papel de la mujer. ¿Feminismo, literatura clásica y pintura prerrafaelista? Bien por él (o ella). Y ahora es cuando se inicia el tercer hilo de esta entrada: la autoría del hermoso cuadro que prestaba tan vistosa imagen a la composición. Aquí es donde vino para mí un descubrimiento y también una sorpresa.

El descubrimiento es el de una pintora famosa en vida y olvidada tras su muerte, la británica Eleanor Fortescue-Brickdale, una de las últimas representantes, cronológicamente hablando, del movimiento prerrafaelista; una de tantas artistas a las que la posteridad ha negado el puesto que le concedieron sus contemporáneos. Ella es la autora del hermoso cuadro titulado The Little Foot Page, en el cual no se representa a la Rosaura calderoniana, sino a la protagonista de una antigua balada escocesa titulada Child Waters. En cuanto averigüé este dato, me faltó tiempo para buscar el argumento de dicha composición. Y cuál no sería mi sorpresa ―y también mi desencanto― al descubrir que Child Waters es la historia de una muchacha que se disfraza de paje para complacer a su amante, un cruel caballero que solo tras muchos sacrificios por parte de la joven (incluido el de seguirle a pie, embarazada, durante un largo viaje que él realiza a caballo) consentirá en casarse con ella. Iba a decir que tan lóbrega historia tuvo el efecto de derrumbar de golpe el castillo de naipes que había creado con mi imaginación, pero más bien diré que todas las piezas encajaron al caerse. La joven escocesa sometida a los crueles caprichos de su amante, la pintora admirada por sus colegas a la que la posteridad ha arrebatado el reconocimiento que merece. La figura materna a la que se sigue negando, en muchos sectores, una entidad desligada de su función familiar. Si me apuran, la heroína calderoniana cuyas acciones, en última instancia, van encaminadas a recuperar la honra perdida por medio del matrimonio. Un juego de sometimientos y sumisiones que me desborda y que no soy capaz de expresar por medio de porcentajes. Al final, esta entrada de curso tan sinuoso me ha dejado un sabor amargo.

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