LOS CUADROS DE ABRIL (2019)
El
holandés Tejo Verstappen es un personaje polifacético, que ha dividido su
carrera artística entre la música, la interpretación y la pintura. En este
último campo, se inició dentro de los cánones tradicionales, para interesarse
más adelante por la pintura digital. Él mismo describe sus obras como “paisajes
metafísicos y oníricos, de los que se desprende una sensación de soledad y
deseo”. En efecto, sus cuadros e ilustraciones están plagados de edificios
aislados, parajes sombríos, personajes que deambulan sin compañía en medio de
una naturaleza misteriosa. La obra que encabeza estas líneas se titula La
cabaña del pescador y es mi favorita de ese conjunto de escenas sugerentes.
En un paisaje marino plasmado con la economía de medios y los trazos briosos
que son habituales en este autor, una figura humana sin rasgos individuales se
vuelca sobre la borda de su barca para echar, o tal vez recoger, una red de
pesca. En su tarea le sirve de guía la luz procedente del interior de una casa
y que, de forma casi sobrenatural, se proyecta sobre la barca. La escena es a
medias tranquilizadora e inquietante; nos cabe la duda sobre el origen de esos
focos luminosos que acompañan al pescador, pero a la vez parecen atraerlo hacia
un muro negro y amenazante. Como sucede casi siempre con las obras de este
artista, captamos que hay algo más detrás de lo evidente, un mensaje oculto,
indeterminado como las pinceladas que esbozan la escena sin acotarla del todo,
extrayéndola a medias de los territorios del sueño.
Ocurre
con frecuencia que mi amor por la lectura me lleva a tener felices encuentros
con el arte. Así me ha sucedido ―no podía de ser de otra manera― con la edición
de Acantilado de Mendel, el de los libros de Stefan Zweig, en cuya
cubierta aparece este hermoso cuadro del pintor francés Felix Vallotton,
titulado La biblioteca. Vallotton es un artista que desde hace tiempo
tenía en lista de espera para aparecer en este espacio. Había seleccionado una
de sus vibrantes creaciones, de rabioso colorido, que reflejan su adscripción
al grupo de artistas conocidos como los nabis. Pero dicha obra tendrá que
esperar, porque le ha tomado la delantera, a su manera humilde y callada, esta
delicada composición que, sin grandes alardes, nos habla de la belleza de los
rincones consagrados a la lectura. Un conjunto de libros modestos, sin especial
atractivo en lo que se refiere a su encuadernación, se distribuyen en cuatro
baldas de una estantería. Las tres superiores mantienen el orden dentro de su abarrotamiento;
la inferior es el clásico ejemplo de amontonamiento provisional que todas las
bibliotecas particulares tienen: allí conviven, apilados horizontalmente,
libros y cuadernos que parecen haber sido colocados con un simple criterio de
aprovechamiento del espacio, en espera de una más afortunada reubicación. Mi
experiencia de lectora habitual me hace temer que esa disposición transitoria
se convierta en indefinida. Pero no importa: el conjunto tiene el encanto de lo
vivo, lo que no puede amoldarse a cánones prefijados porque no depende de
ningún plan. Los libros han ido acudiendo a esta biblioteca y aquí conviven,
saltándose las estrechas normas del paralelismo y la perpendicularidad. Delante
de ellos, un jarrón de llamativas flores de color naranja reposa sobre una mesa
cubierta por una tela colocada de forma apresurada. La mano que con tanto
descuido la ha dispuesto es evidentemente la misma que ha amontonado los libros
en su confusa ubicación. Pero, ¿a quién puede importarle, si las rayas coloridas
forman un dibujo tan irregular como encantador? Sin incluir ninguna figura
humana, Vallotton ha creado una escena llena de vida. Todos tenemos en nuestra
casa un rincón así, que no podemos dejar de amar a pesar de sus muchas
imperfecciones.
El
pintor ruso-lituano Alex Kanevsky no es un artista fácil. Sus exploraciones
anatómicas responden a una mirada nada complaciente, al margen de la búsqueda
de la belleza tan extendida entre los que hacen de la figura humana el
principal tema de sus cuadros. Los modelos de Kanevsky no resultan estéticos,
sino que con frecuencia sus cuerpos aparecen plasmados en actitudes poco
favorecedoras o en momentos de decadencia. La obra de este autor presenta, por
otra parte, una curiosa mezcla entre esa perspectiva casi descarnada y la
creación de un ambiente que se aleja de la simple realidad. Son especialmente
llamativos en este sentido los cuadros que nos muestran a personajes que se
adentran en el agua. Esta mujer vestida de blanco que se recorta sobre un fondo
sombrío e inquietante carece de rasgos que la singularicen e incluso de nombre.
En un ejercicio de alejamiento sentimental, Kanevsky incluye la identidad de
sus modelos en los títulos por medio de iniciales, y así lo hace en este caso: C.
B. en el agua. Nada sabemos de la naturaleza de esa agua en esta escena
oscura y sin referencias espaciales; lo que sí sentimos de forma inevitable es
malestar y temor por el destino inmediato de la mujer que avanza en un
territorio tan impreciso. Las aguas de Kanevsky son así, profundamente
amenazadoras. Más que entrando en un río o en el mar, esta enigmática C. B.
parece en trance de sumirse en las aguas de su propio inconsciente.
El
artista contemporáneo Juan Correa crea sus cuadros a base de capas superpuestas
de pintura que raspa posteriormente para conseguir la sensación de una
superficie erosionada. Sus lienzos se convierten así en territorios ásperos y
castigados, que creemos percibir a través del tacto tanto como de la vista.
Correa se mueve dentro de la abstracción, pero aun así es frecuente que en sus
cuadros podamos distinguir algún elemento figurativo: suelos cuarteados,
naturalezas confusas, brotes que se esfuerzan por sobrevivir en un ámbito
hostil. Es el caso del que encabeza estas líneas, que responde al sugerente
título de Escarcha de seda. Mi primera sensación al contemplar este
cuadro fue la de estar frente a un árbol que lucha por mantener sus últimas
hojas frente al invierno, plasmado en el frío color azul que ocupa y cuartea la
mayor parte del lienzo. Estas hojas a punto de desprenderse tienen colores
vivos, como recuerdos de un tiempo más grato y acogedor. El cuadro ―como los
otros de este autor― se presta a múltiples interpretaciones, pero creo que en
todas ellas estará presente esta duplicidad: la aspereza y frialdad de la
superficie azul, la calidez de las pequeñas notas de color que pretenden
imponer su presencia en un territorio inhóspito. En definitiva, la escarcha y
la seda que conviven en el título.
Es un complemento perfecto… la música y la pintura, no me extraña que abarcara así la interpretación. No conocía a Tejo Verstappen.
ResponderEliminarY jo, cómo describes las pinturas… Me ha fascinado: “la aspereza y frialdad de la superficie azul, la calidez de las pequeñas notas de color que pretenden imponer su presencia en un territorio inhóspito. En definitiva, la escarcha y la seda que conviven en el título.”
Gracias por tus amables palabras, Luz.
ResponderEliminarYo tampoco conocía a Tejo Verstappen. Es una de las grandes ventajas de la red: la posibilidad de explorar las obras de multitud de artistas a los que, de otra forma, es probable que no tuviéramos acceso jamás. Un abrazo.