LA TRISTEZA DE LEMPICKA
Incluso la reina del glamour y la
modernidad, Tamara de Lempicka, tuvo sus momentos de tristeza. Lo he
descubierto recientemente en la exposición dedicada a su figura que todavía se
puede ver en el Palacio de Gaviria de Madrid. Probablemente, el descubrimiento
de esa faceta me ha sorprendido por el contraste que supone con la imagen
elegante y distanciada que tenía de esta autora. Los cuadros más conocidos de
Lempicka están poblados por mujeres que conducen, que agitan al viento sus
fulares, que se desperezan sensualmente y nos observan con un leve gesto de
desdén en sus ojos maquilladísimos. Son bellas, modernas, seguras y distantes.
Pero, en medio de ese despliegue de telas brillantes y pieles satinadas,
Lempicka supo hacer un hueco para la tristeza y el dolor.
Su tristeza es precisamente el subtítulo de Retrato
de la sra. P. Esta mujer vestida de negro que parece inclinarse como
consecuencia de algún peso interior es Ira Perrot, amante de la artista a
principios de los años veinte, cuando el cuadro fue pintado. Su figura se
recorta sobre un fondo acorde con el estado de ánimo que indica el subtítulo:
las casas apelotonadas y las retorcidas ramas del árbol nos hablan de
conflictos y tormentas del alma. Pero lo más perturbador es la mirada torva e
intensa de la modelo, clavada en nosotros. Es uno de los primeros cuadros que
vi en la exposición y, quizá por ello, el que más me sorprendió; jamás se lo
habría atribuido a Tamara de Lempicka, de la que en esos momentos tenía una
visión muy parcial. También es, de todas las mujeres que pintó, la que sin duda
más me atrae. Si me fuera dado el mágico don de conversar con una de ellas, no
me lo pensaría dos veces y traería de nuevo a la vida a esta mujer de mirada
hipnótica que pasea con las manos en los bolsillos, como protegiéndose de un
frío salido de lo hondo.
El más oscuro e inesperado cuadro de Lempicka y
también el de más terrible actualidad se titula Los refugiados. Pintado
a comienzos de la década de los treinta, supone un punto de inflexión en la
obra de su autora. Esta madre y este hijo que viajan con sus escasas posesiones
envueltas en un pañuelo están en las antípodas del deslumbrante panorama de
riqueza y hedonismo que Lempicka había retratado hasta ese momento. Sombríos,
replegados en su tristeza, conmovedores en la forma en que se confortan el uno
a la otra y con todo el cansancio del mundo agolpado en sus ojos: estos
refugiados consiguieron que la reina del Art Decó apartara su mirada de
motivos más amables para posarla en la dureza del mundo real. Y siguen tan
vigentes como cuando fueron pintados. Es parte de su triste condición.
Avanzada la década de los treinta, enfrentada a
los primeros síntomas de la decadencia física, Lempicka sufre una crisis que la
lleva lo mismo a la consulta del psiquiatra que a visitar un convento, en busca
de ayuda espiritual. Es allí donde conoce a la mujer que le inspirará su obra
más clásica y sobrecogedora: Madre superiora. Siglos de arte religioso
subyacen en este cuadro; es inevitable pensar en las Dolorosas de Tiziano, en
las miradas húmedas de los santos de El Greco, en la límpida blancura de los
hábitos de Zurbarán. Un sentimiento que trasciende al de un único ser humano se
alberga en el rostro surcado de arrugas y en las lágrimas de consistencia casi
sólida. Esta religiosa parece hacerse eco del dolor que arrasa el mundo; su
retrato es la misma tristeza detenida para la eternidad.
A veces, la búsqueda desenfrenada, del glamour o de cualquier otra cosa, esconde cosas duras, difíciles...tanto que, al llegar a una edad más avanzada, resultan imposibles de esconder detrás de la apariencia . En efecto, impresiona el Retrato de la señora P., pero a mí me impacta más aún el de la Madre Superiora, pues es superior su desolación, su mirada vacía y falta de esperanza...se diría que es todo lo contrario de lo se que se podría esperar encontrar en el rostro de una religiosa distinguida en los años más que maduros de su vida...
ResponderEliminarLo defines muy bien: el retrato de la madre superiora es la absoluta desolación. Me gustaría que lo vieras al natural. Es un cuadro pequeño, con una intensidad increíble. Imposible apartar la mirada de él.
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