UN INTERLUDIO CLÁSICO
Septiembre es para mí el mes de la gran contradicción.
Después de sesenta días clamando por el final del calor, me asalta una
imprevista melancolía al detectar la mayor brevedad de los días. Si las
vacaciones no han traído el necesario descanso, me cuesta reintegrarme a la
vida laboral. Si lo han traído, me cuesta más todavía: lógica resistencia a
abandonar el paraíso. Creo que no es necesario explicitar que no estoy del
mejor de los humores; tampoco en la mejor disposición para la concentración y
la escritura. El insomnio me acecha. Los nervios me juegan malas pasadas. Por
eso fue providencial un encuentro de ayer que me proporcionó una paz
inesperada.
Ellas son Muchachas
con laúd, fragmento de un sarcófago ático esculpido en el siglo III d. C.
Me las encontré ayer en una esquina de la exposición Músicas en la antigüedad de CaixaForum. Allí estaban ellas, entre
las maravillosas esculturas de arcilla de Tanagra y las primorosas vasijas de
cerámica decoradas con figuras de dioses y humanos dedicados al noble arte de
la música. Laúdes, arpas, oboes, sistros, sonajeros, liras: instrumentos
antiguos y en desuso, otros de antes y de siempre, me observaban silenciosos
desde las vitrinas, evocando una música perdida hace siglos y que sonaba sólo
en mi imaginación. En un rincón, el sarcófago de una joven romana mostraba los
relieves de varios instrumentos musicales. Así privados de la presencia de
quien los hizo sonar en vida, los objetos parecían respirar al mismo tiempo
tristeza y serenidad. No muy lejos, en el fragmento de otro sarcófago, aparecieron
frente a mis ojos estas dos jóvenes de siluetas sinuosas, entrelazadas en un
gesto entre dancístico y amoroso, labradas con esa increíble pericia capaz de
transformar la piedra en tela y en piel. La belleza y la armonía, detenidas
para la eternidad. Creedme si os digo que me quedé sin aliento al descubrirlas.
Contemplándolas, sentí un extraordinario alivio en medio de mis tribulaciones
de septiembre. Inmersa en esas salas llenas de calladas
resonancias, experimenté de una forma que iba mucho más allá de lo intelectual
la idea de la inmortalidad de los clásicos.
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