UN PUEBLO SIN OJOS
En
algún lugar en la frontera entre Lugo y Orense, cerca del cañón del río Sil,
hay un pueblo abandonado. El dato en sí no tendría interés, si no fuera porque
esta población fantasma no se parece a ninguna otra que yo haya visto con
anterioridad.
No he
llegado a averiguar el nombre de este pueblo; iba conduciendo con mucho cuidado
por una carretera llena de curvas y la impresión que me ha causado me ha dejado
fuera de juego el tiempo suficiente para que la omisión no tuviera arreglo.
Juzgo inútil consultar mapas: mi capacidad para precisar el punto exacto en el
que se ha producido el encuentro esta mañana es inversamente proporcional al
desconcierto que me ha causado. Lo dejaré en ese terreno impreciso que
mencionaba al comienzo de esta entrada: algún lugar de la frontera entre Lugo y
Orense, cerca del río Sil, en una ladera escarpada. Allí he conocido un extraño
grupo de casas abandonadas al pie de una hermosa iglesia románica extrañamente
bien conservada. El contraste entre las viviendas vacías y la lozana superviviente
de tiempos remotos causaba una impresión extraordinaria. Pero había otro
detalle que me ha producido una profunda inquietud: todos aquellos edificios
carecían de ojos. Supongo que hay una explicación práctica relacionada con el
deseo de evitar incursiones en las casas y ocupaciones indeseadas; el caso es
que unas manos metódicas e inmisericordes han tapiado todas y cada una de las
puertas y ventanas de este pueblo para mí sin nombre. El resultado es un conjunto
de casas ciegas, arracimadas bajo una iglesia preciosa que, por contraste, las
vuelve aún más siniestras. El corazón se me ha encogido al bordearlas por la
estrecha carretera.
Pero el
trayecto de esta mañana aún guardaba una sorpresa para mí. Poco antes de llegar
al fondo del valle, la espesura se ha aclarado de repente y me he encontrado a
escasa distancia de las aguas profundas y silenciosas del Sil. Aquí he tenido
que frenar; por fortuna, el tráfico es casi nulo en estas apartadas carreteras.
Debía de venir sugestionada, porque lo
que tenía delante de los ojos no me ha parecido un río. Oscuro y pesado, el
curso de agua que surcaba el paisaje me ha parecido dotado de una inexplicable
animación. He creído oír su latido, sentir su paciente espera de miles de años.
Y de pronto he comprendido por qué los antiguos representaban a sus ríos como
dioses. También he encontrado una explicación para el hecho de que estas
tierras se denominen Ribeira Sacra. Es una explicación, por cierto, que no
tiene nada que ver con la que aparece en las guías.
Qué maravilla Beatriz, como siempre,tú y tu don para comprender en lengua abisal y telúrica, sin fronteras temporales.
ResponderEliminarAy, querida Pili... Leí tu precioso comentario en Facebook pero hasta ahora no he podido verlo en el blog. Gracias a ti por comprenderme tan bien y por expresar esa conexión con palabras tan hermosas.
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