ALEGRÍAS LITERARIAS
Esta
mañana, en clase de Literatura Universal, un alumno de 1º de Bachillerato me ha
llamado con un nombre que no es el mío. Este tipo de confusiones son bastante
embarazosas cuando ya se llevan cerca de tres meses de clase (y no digo nada de
cuando se producen a final de curso), así que he fingido no darme cuenta y he
seguido con lo que estaba explicando. Cuál no habrá sido mi asombro al ver que
el alumno en cuestión se dirigía a sus compañeros con expresivos gestos para
que le aclararan cómo me llamaba yo. Y lo peor: varios alumnos más manifestaban
tener la misma duda.
He
interrumpido mi explicación, desalentada. De modo que chicos a los que he visto
cuatro horas semanales durante casi un trimestre no saben a estas alturas cómo
me llamo. En fin. En esto, les he oído susurrar cuáles eran los dos nombres que
barajaban y mi desaliento se ha disipado de golpe. El primero en dudar ha
aprovechado la interrupción para dirigirse a mí abiertamente y preguntarme: “Profe, ¿te llamas Laura o Beatriz?”. Me
he echado a reír. Llevo un par de semanas explicando el Renacimiento italiano,
hablando de cómo Beatriz guía a Dante por las divinas esferas y cómo Petrarca
vuelca su amor por Laura en su Cancionero.
Se conoce que lo he hecho con tanta emoción como si estuviera implicada
personalmente, así que ahora mis alumnos no están seguros de cómo me llamo.
Le
he aclarado al caviloso muchacho que mi tocaya es la dama angelical que guía al
poeta al Paraíso y no la amada inalcanzable que inspira algunos de los más
hermosos sonetos de amor que se han escrito. Ha sonreído, satisfecho. “Claro, claro”, ha dicho. “Es que me estaba confundiendo a Dante con
Petrarca”. Se le veía aliviado. Había salido más que airoso del despiste:
su profesora tenía nombre de amada de poeta italiano, pero él no sabía de cuál.
Raras veces una metedura de pata habrá tenido una explicación más literaria.
Ha
sonado el timbre del recreo y he salido de clase meditando sobre mi nueva
identidad. Me veía a mí misma alternativamente en los círculos celestiales con
el divino Dante, cruzando mi mirada en las calles de Aviñón con la del gran
Petrarca. Decir que iba feliz sería quedarme muy corta.
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