BUSCAR CASA
Buscar
casa es hacer un inciso total en la vida. Está a punto de cambiar el escenario
de la obra; cambiarán sin duda la actitud de los personajes y el sesgo de la
trama. En esos instantes previos al inicio del nuevo acto de la función, se
apodera de nosotros la incertidumbre.
Buscando
casa se exploran los entramados de la ciudad. Se despliegan planos de calles y
transportes, se husmea por los vericuetos de la red a la caza y captura del
detalle revelador que nos ayude en la toma de decisiones. Se contacta con una
variada fauna de propietarios: el flexible y el que exprime su piso como un
fruto de jugo inagotable; el que se pone en el lugar del futuro inquilino y el
que subraya la distancia infranqueable que establece su título de propiedad; el
que concede la presunción de inocencia y el que exige garantías que rozan las
condiciones implacables de un pacto diabólico. Es todo un muestrario de
virtudes y debilidades humanas. Se conoce también a agentes inmobiliarios y a
porteros de variado pelaje: apresurados, diligentes, indagadores, charlatanes,
obsequiosos, serviles y serviciales. Igual que un crimen les sirve a los grandes
del género negro para retratar una sociedad, se podría hacer lo propio con la
historia de un personaje que busca un piso en alquiler.
Buscar
casa es sentir que se tambalea bajo los pies esa prolongación de la cueva de
nuestros ancestros que es el hogar. Dentro de él se descansa y se planea la
acción futura, se restañan las heridas y se toma impulso para saltar el
siguiente obstáculo. Afuera aguardan las fieras, la noche amenazadora, la
intemperie. El tránsito entre una y otra guarida es un momento de peligro.
La
búsqueda de una casa obliga a replantearse cuestiones trascendentales. Qué es
lo que se desea de verdad, qué exigencias son prioritarias. Dónde se puede ser
feliz y dónde no. Hay que leerse a uno mismo, los propios impulsos y
preferencias, con tanta o más atención que la que se dedica a los detalles de
los anuncios sobre calefacción, ascensor, aire acondicionado, meses de fianza.
Cuando
se está buscando casa, no se piensa en otra cosa. La realidad se vuelve pequeña
y obsesiva. Apenas se puede escribir: tan sólo se puede, como yo ahora,
engarzar palabras para expresar el punto de angustia y desasosiego, de profundo
desequilibrio, que se agazapa tras la vulgar acción de buscar una casa.
Suerte
ResponderEliminarY por cierto, no soy un robot
ResponderEliminarMuchas gracias. Más que para suerte para buscar casa, necesito fuerzas para abandonar la anterior. Han sido muchos años.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de no ser un robot... Es curioso que nos obliguen a demostrarlo para poder publicar un comentario. Es una situación que parece extraída de un relato de Bradbury o de Asimov.
Tampoco la abandonas del todo y para siempre. Pero aunque así fuera, hay que practicar el desapego. Lo he aprendido a las bravas, con la muerte de un hermano que tenía muchísimo de todo, lo que me ha obligado a renunciar a muchas de sus cosas (libros he donado unos doscientos y en casa de mi madre aún quedan mogollón) y a intentar mantenerle en mi recuerdo en vez de en sus cosas materiales.
ResponderEliminarCon las casas es diferente. Un día me hablaba una amiga de que su madre se resiste a abandonar su tercero sin ascensor para mudarse a un bajo, porque es la casa en que vivió con su familia en los buenos viejos tiempos, y ella trataba de convencerla con el argumento de que son cuatro paredes.
No estoy de acuerdo, si mi familia se viera obligada a vender la casa de mi madre, creo que no podría volver ni al pueblo.
Pero con mi casa, la que tengo hace quince años, no tengo ese apego, la verdad. Podría dejarla, no te diré que sin pena ni gloria, pero sí con una pena fácilmente asumible ...sobre todo si es para mejorar.
Me impresiona lo que me cuentas de tu hermano. No puedo ni imaginar lo que se siente ante algo así. Enfrentarse a las pertenencias de alguien que se va antes de tiempo tiene que ser doblemente doloroso.
EliminarComprendo muy bien lo que dices de la casa de tu madre. Para mí sería impensable que estuviera en otras manos. En cuanto a la mía... Es cierto, como dices, que no la abandono para siempre. Pero debo vaciarla y eso supone que nunca volverá a ser como ahora. Es una sensación parecida a la que tengo al final de cada curso, cuando miro por última vez a mis alumnos reunidos en la misma aula. Nunca volveremos a estar todos juntos; es una situación que nunca se repetirá. Lo irreversible, que es algo inevitable en nuestra vida, me produce una angustia difícil de asumir.
Gracias por tu comprensión. Te aseguro que tus palabras me ayudan.
Serás feliz en cualquier lugar donde te permitas serlo. No te apegues de más a la vieja casa. Ya es parte de ti, pero si necesitas abrir las alas y volar alto llenándote los pulmones, hay que salir del nido. Suerte y adelante!
ResponderEliminar"Apegarse de más". Es una buena definición de lo que me ocurre. Intentaré seguir tu consejo. Está claro que las cosas buenas de la vida no se derivan del miedo y la inmovilidad, sino de los saltos (a veces arriesgados). Gracias por tus palabras. Y bienvenida a este espacio. Espero leerte más por aquí.
EliminarQuienes escribimos somos seres de interior. Las casas son criaturas vivas que nos expresan, que agradecen la caricia de gamuza suave, los ojos enamorados al mirar ese rincón en el que refulge un adornillo... Es probable que la que se siente abandonada o ha sufrido de indiferencia -aunque tenga la calefacción a punto, bien las tuberías y el suelo impoluto- será la que más te quiera y ría con el cosquilleo de las cortinas que le vas a poner, la pintura con la que vas a revestirla... Confía en tu instinto.
ResponderEliminar¿No te ocurre que cuando el aula en la que das clase se usa para otro fin o motivo no te parece el mismo lugar y que vuelve a convertirse en tu espacio cuando se llena contigo y con tus críos? No tengas miedo princesa, también ésta se llenará de ti y de los tuyos, y una vez elegida será la mejor opción porque ya es tuya, y muy pronto cuando veas la anterior te parecerá el lugar de otro, porque en ella no estás tú.
Sentí lo mismo con las de mis padres, una en Alicante y otra aquí, -malvendidas- traidora con el cuidado que pusieron en meter camas y hacerlas acogedoras para nosotros y nuestros hijos, con toda la historia personal que acumulaban... Pero no te las puedes llevar contigo, y si las alquilas también son de otros. Al fin puedo mirar hacia la persiana cuando paso por allí, y no los veo, ahora mis padres están siempre en el territorio de mi memoria que es amplio y sin tabiques temporales, y de eso entiendes tú más que nadie, tesoro.
Es completamente normal el dolor y la incertidumbre que padeces, pero no te van a engañar, no te preocupes, y la otra casa nada te va a reprochar, seguro que los nuevos inquilinos la tratarán bien.
Como siempre una maravilla de relato querida Beatriz, es precioso adentrarse en lo mejor de ti: la esencia que sublima con palabras estados anímicos abstractos, dicen que el fin último del ser humano no es alcanzar la sabiduría sino la bondad, hace tiempo que tú estás ahí, por eso me gusta leerte y conocerte cuando ya te has destilado en el matraz. Un abrazo Pili Zori
"Seres de interior". Qué preciosa denominación para los que estamos tantas horas a solas con nosotros mismos transformando en palabras lo que la realidad (la de dentro y la de fuera) nos proporciona.
EliminarTu concepto de la casa como una criatura viva que agradece nuestros cuidados y se resiente de nuestro abandono me recuerda a una novela maravillosa de Mujica Láinez que no sé si conocerás y que se titula precisamente "La casa". Si no la has leído, te la recomiendo: entre la belleza del lenguaje y las emociones que transmite, me parece un libro ideal para ti.
Gracias por tu ánimo y comprensión y por la hermosa manera en que me lo transmites. Es siempre un placer leerte. Un abrazo.
Gracias a ti Beatriz, ya verás como viviréis un momento dulce,al ordenar, colocar y celebrar. Buscaré la novela que me recomiendas. Un abrazo.
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