¿POR QUÉ MERCÈ RODOREDA?
Cuando
tuve noticia del proyecto Adopta una autora, no lo dudé ni un segundo. No me cabía la menor duda acerca de cuál
era la escritora que debía elegir para investigar su figura y reseñar su obra a
través de entradas periódicas en este blog. Era verdad que la idea de “adoptar”
a una autora tan grande me parecía pretenciosa y me causaba pudor, pero el
hecho de que nadie a esas alturas la hubiese elegido todavía ―el proyecto
llevaba ya varios meses en marcha― me resultaba intolerable.
Supe de la existencia de Mercè Rodoreda cuando yo era una adolescente y ella una autora veterana que había escrito ya la práctica totalidad de su obra. Nos unía en aquel momento la circunstancia de que ambas nos encontrábamos en Ginebra, una de las ciudades en que habitó durante su largo exilio en la posguerra y a la que yo estaba vinculada por razones familiares. Fue precisamente una entrevista emitida por la televisión francesa o la suiza (soy incapaz de recordarlo, de la misma forma que no he podido encontrar rastro alguna de dicha entrevista en la red) la que me desveló la existencia de aquella mujer de rostro luminoso y hermosa conversación, que convocaba recuerdos singulares e intensos sin darles importancia, como si pasase de puntillas por encima de su propia vida. De inmediato, sentí unos profundos deseos de conocerla. En aquel momento me asombraron dos cosas: lo primero, que ese personaje que se me antojaba extraordinario se desenvolviera en el mismo entorno que yo; sería tal vez una de esas vigorosas ancianas de pelo blanco con las que tan a menudo me cruzaba por las calles de Ginebra. En segundo lugar, el hecho de que una aplicada estudiante enamorada de las letras como era yo por aquel entonces jamás hubiera oído en clase ni leído en los libros de texto que tan a fondo inspeccionaba el nombre de Mercè Rodoreda. Tardé en darme cuenta de cómo operaban en ese caso el doble obstáculo de la condición femenina y de la lengua materna, siendo como son el mundo castellano y el catalán dos hermanos siameses no ya unidos por la espalda, como afirmaba Saramago con respecto a España y Portugal, sino enfrentados cara a cara y en constante disensión. Pero ese es otro tema. En aquel momento, el hecho de que una amante de las letras española hubiera tenido que ir a Ginebra para oír hablar de una gran autora compatriota suya me pareció una circunstancia mágica. Yo era, qué duda cabe, una adolescente fantasiosa.
Fue
así como se abrieron ante mí las fascinantes páginas creadas por Mercé
Rodoreda. Las primeras, las que narraban de forma sencilla y conmovedora la vida
de Colometa, la más conocida de sus criaturas, que apenas lo era entonces por
estos lares, hasta que unos años después emitió Televisión Española una
adaptación de La plaza del Diamante dirigida
por Francesc Betriu y protagonizada por Silvia Munt y Lluís Homar. Se reveló así
a los castellanohablantes la existencia de esta novela tan popular en el ámbito
catalán que, según creo, rara es la casa en la que no existe un ejemplar de
ella. Me adentré luego en el territorio turbio y desazonante de los relatos de
Rodoreda, que oscilan entre un profundo anclaje en la realidad y la exploración
de un mundo oscuro y onírico, plagado de símbolos. Vinieron después otros
personajes emocionantes, otras perspectivas sensibles y singulares sobre la vida:
Aloma, La calle de las camelias, Jardín
junto al mar. La inquietante visión de un mundo gobernado por fuerzas
telúricas en la enigmática novela póstuma La
muerte y la primavera. Y, sobre todo, Espejo
roto, la mítica saga de la familia Valldaura, la novela que he leído y releído
hasta perder la cuenta y de la que existen varios ejemplares en mi biblioteca;
la obra que me aprendería de memoria en el caso de encontrarme en la extremada
coyuntura de los “hombres-libro” creados por Ray Bradbury en Fahrenheit 451. Uno de los libros que
han contribuido de forma más decisiva a convertirme de por vida, como dice la
hermosa expresión catalana, en una lletraferida.
Hablemos,
pues, sobre Mercè Rodoreda. Está claro que los motivos me sobran.
Sin duda una gran escritora jejje te paso el link de nuestro blog literario por si te apetece echarle un vistazo http://glaukareflejada.blogspot.com.es/?m=1
ResponderEliminarCreo que no era difícil adivinar cuál sería tu elección… Me han entrado ganas de conocer más detalles de tu maravilloso encuentro en Ginebra. De rescatar de mi biblioteca de adolescente algún título de la autora. De releer “Espejo roto”... recuerdo el poder evocador y la carga de sentimientos de ciertos objetos, auténticos fragmentos de vida… Como siempre, gracias por tu permanente invitación a descubrir mundos y palabras fascinantes.
ResponderEliminarUn abrazo. Choni.
No era difícil adivinarla para los que me conocéis bien y habéis compartido conmigo muchas lecturas (incluida alguna de Rodoreda). Yo también querría tener más detalles de aquel primer encuentro en Ginebra..., pero la memoria gasta malas pasadas. Recuerdo la sensación de estar conociendo a un personaje fascinante, pero no detalles más concretos. Me encantaría rescatar el documental. Aún no lo descarto.
EliminarGracias a ti por el aprecio que haces de cuanto escribo. Un abrazo.
¡Hola! Acabo de saber de este proyecto y te me has adelantado unos meses...La primera autora que me ha venido a la cabeza ha sido Rodoreda. ¡Estaré atenta a tus entradas! :)
ResponderEliminar¡Un saludo!
A mí me ocurrió lo mismo: fue la primera autora en la que pensé. Siento habértela quitado..., pero me alegra constatar que hay lectores que comparten mi entusiasmo. Gracias por hacérmelo saber. Un saludo y bienvenida a este espacio.
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