LOS CUADROS DE FEBRERO (2017)
El pintor estadounidense
Jeremy Lipking está especializado en retratos femeninos, en los que el realismo
se mezcla con un elemento lírico. El que encabeza estas líneas se inscribe en
la línea clásica de la bella misteriosa que nos oculta en rostro, aunque en
este caso no se trate de un gesto de picardía o de seducción, sino la muestra
de un intenso recogimiento. Es un cuadro que atrapa por la elección y el
tratamiento de sus colores: el blanco transparente de la vestimenta, los ocres
y dorados de los almohadones, la preciosa superficie azul de la pared (tal vez
alguno diría que es verde; nos encontramos en ese territorio fronterizo en el
que cuesta fijar los límites entre un color y otro). Como artista experto en la
captación de la realidad, Lipking hace un alarde técnico en el juego de las
texturas. Es impresionante la plasmación del cuerpo de la modelo, que la tela
transparente deja en evidencia, en contraste con la rugosidad del muro o las
molduras del asiento. Pero lo que de verdad atrapa de esta obra es la emoción
que transmite, la profunda sensación de melancolía, de haberse inmiscuido en un
momento de intimidad. Los cuadros en los que el azul ocupa un puesto importante
tienen en mi opinión ese poder de emocionar.
El mundo ―mi mundo― está
cubierto desde ayer por una cortina de agua; también precisamente ayer descubrí
al pintor vietnamita Do Duy Tuan, autor de este delicioso paisaje titulado Después de la lluvia. Por lo que he
podido averiguar de él, el universo pictórico de este artista está poblado de
mujeres intangibles que se funden con la naturaleza que las circunda o por
vistas de calles y edificios dotados de una ingenua animación. Las casas que
emergen bajo la lluvia reciente en este cuadro están formadas, como suele
suceder en este autor, por líneas curvas y temblorosas, más propias del trazado
de una piel que de la seca verticalidad de un muro. Los toldos que recubren las
ventanas casi parecen párpados dispuestos a velar los grandes ojos con que nos
observan los edificios. Do Duy Tuan aprovecha la rugosa superficie del cuadro
para crear la imagen de un mundo cubierto por el agua. En ese ámbito gris
reluciente, pequeñas figuras humanas ―únicas notas de color― se cobijan,
observan el exterior, se aventuran a recorrer las calles mojadas. Este rincón
urbano que se despereza tras la lluvia nos transmite una sensación de limpieza,
de energía renovada, de alegría frente a un nuevo comienzo.
Josep de Togores es un
pintor que combina la dulzura con un notable tratamiento de los volúmenes; sus
lienzos presentan una superficie suave y difuminada en la que, sin embargo,
alcanza especial relevancia la corporeidad de las figuras. Se crea así un
estilo singular e inconfundible, la doble sensación de que sus personajes
sobresalen del cuadro y se podrían tocar, pero a la vez están separados de
nuestra observación por un tamiz que los sitúa en un plano distante y les dota
de suavidad y de un carácter casi irreal. La obra que encabeza estas líneas, Mujer y sus hijos, es un perfecto
ejemplo de lo que acabo de decir. Se trata de una pintura que sorprende también
por la elección de colores fríos (a excepción de la masa amarilla del cabello),
que moderan el efecto sentimental del tema. El juego de miradas es delicioso:
la madre que observa a una de las niñas, que a su vez dirige la mirada hacia su
hermana, abstraída de la escena familiar y concentrada en el artista que la
inmortaliza y, de rebote, en los que la contemplamos casi un siglo después. El
artista oscila una y otra vez entre la emoción y la frialdad, entre lo cercano
y lo distante, entre la recreación directa de la vida y su transformación en
arte.
El último cuadro de
febrero llega justo en el límite, cuando este mes está a punto de expirar y
ceder paso a una nueva etapa y con ella a nuevas pinturas. La agitación que ha
caracterizado para mí la mayor parte de estos veintiocho días me había llevado
a pensar en una elección bien distinta para esta sección, pero vengo de ver el
mar y eso me ha traído a la memoria a una artista singular. La británica Lia
Melia se ha especializado en llevar a sus lienzos el movimiento, el brillo y la
intensidad de las olas. Su peculiar técnica, con la superposición de capas de
color traslúcidas sobre bases de aluminio o vidrio, crea un efecto táctil y
corpóreo, que invita al espectador a implicar otros sentidos aparte de la
vista. Melia es una artista que bordea la abstracción y que crea obras de
enorme lirismo. Sus impresiones del mar son emocionantes, fruto de una relación
estrecha y amorosa. Es capaz de descubrir los infinitos matices de tonalidad y
diseño que singularizan los movimientos del agua: sus cuadros sobre olas se
parecen todos entre sí pero están cargados de detalles que los hacen únicos.
¿No es esa mezcla de repetición y de sorpresa lo que nos puede mantener largo
rato concentrados en la contemplación de las idas y venidas del mar?
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