EL DON DE LA PALABRA
Tengo
mi clasificación particular de los tipos de escritor. Supongo que cada amante
de la lectura tiene la suya. No es una clasificación demasiado rigurosa y se
basa en criterios bastante sui géneris que se van incrementando a lo largo de
los años.
Están
―ya lo he mencionado en alguna entrada anterior de este blog― los escritores
que me descubren realidades desconocidas, frente a los que parece que hablan de
mis sentimientos como si fueran trasuntos míos. Los que me prenden desde la
primera línea y los que me lo ponen difícil. Los que me emocionan con su
contenido y los que me deslumbran con su forma. Los que me resultan cercanos
como amigos y los que me parecen seres de otro planeta. Los encerrados en su universo personal y los que se renuevan en cada libro. Los que firman una
historia que me gustaría que fuera mía y los que hacen literatura con elementos
que yo ni tendría en consideración. Podría seguir así hasta el infinito. Voy a
añadir solamente un último subgrupo: el de los escritores cuyas obras abundan
en pasajes que me gusta atesorar. Los libros que tengo de ellos están llenos de
fragmentos subrayados que releo una y otra vez; son como oraciones cuyo
recitado me ayuda a entender y a afrontar la vida. Yo los llamo “escritores
subrayables”. Acabo de añadir un nuevo miembro a este grupo. Se llama Erri
de Luca y desconocía su existencia hasta que un programa literario de
televisión me impulsó a leer algo suyo. Cayó así en mis manos su novela breve Los peces no cierran los ojos.
Por
lo que he averiguado de él, en su faceta de narrador ―es, fundamentalmente,
poeta, y eso se deja sentir―, Erri de Luca es escritor de un solo libro: sus
novelas pasan revista una y otra vez al reino mágico de la infancia, culmen de
su existencia y germen de toda su historia posterior. Le ocurre un poco lo que
a Patrick Modiano, eterno explorador del territorio del recuerdo y otro escritor subrayable del que acumulo
citas como si fueran pequeños tesoros. Como decía antes, Erri de Luca es poeta
y se le nota en su capacidad para crear fórmulas precisas y expresivas, con un
increíble poder de emocionar. Algunos de sus pasajes funcionarían de forma autónoma
como pequeños relatos: son retazos de vida a la vez hondos y fugaces, que nos
sacuden con la intensidad de una ráfaga de viento. Incluyo a continuación un
ejemplo extraído de Los peces no cierran
los ojos; es el momento en que una niña evoca la figura de su padre
mientras charla con el narrador protagonista. Preveo que no es la última cita
que incluiré de Erri de Luca. Este autor distinguido con el don de la palabra
está llamado a ser una presencia habitual en este blog.
«―Mi padre
falta desde hace dos años. El otoño pasado, en noviembre, fui al cementerio.
Hacía ya frío, no era época de mariposas. Sin embargo, una blanca se me acercó
volando y fue a posarse sobre mi rodilla, donde él ponía su mano. Amo a los
animales, saben de nosotros y nosotros nada de ellos.»
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