EN EL POZO CON MURAKAMI
Una de las cosas que más me
gustan de Haruki Murakami (y los que frecuentan este blog saben hasta qué punto
me gusta este autor) es su capacidad para crear imágenes que recogen estados de
ánimo. Lo íntimo, lo intangible, lo que algunos o tal vez muchos guardamos en
rincones oscuros sin acertar a expresarlo con palabras, queda así plasmado de
forma gráfica y sugerente en acciones, actitudes de personajes o ambientes que
rodean la trama. De pronto, nos encontramos “viendo” con nuestros ojos de lector
nuestros impulsos más hondos, esos a los que no sabríamos poner nombre.
Lo mejor es que Murakami no se
molesta en dar una explicación a esas misteriosas pistas que va diseminando en
sus novelas y relatos. Sus símbolos pueden ser interpretados por el lector o
no, y en ese último caso quedan como peculiares
anécdotas o escenarios singulares, de esos que tanto abundan en su obra y hacen
de ésta una constante fuente de sugerencias y asombro. Recuerdo que, en su
novela After dark, la hermana de una
de las protagonistas permanecía sumida en un extraño letargo, dentro de una
habitación que solo podía verse a través de un circuito cerrado de televisión.
¿Qué mejor forma de hablar del ensimismamiento, de la incapacidad para acceder al
otro, de la profunda soledad a la que todos, de una forma u otra, estamos abocados?
El narrador del relato Nuevo ataque a la
panadería siente, cada vez que se produce en su matrimonio una situación
que le desconcierta, que va navegando por un océano de aguas cristalinas y ve,
allá en lo más profundo, el cráter de un volcán submarino. Imponente,
amenazador, distante, pero a la vez próximo en apariencia, por efecto de la claridad
de las aguas: imprevisible como la relación con los más allegados, a los que,
pese a su cercanía, no llegamos nunca a conocer.
Crónica
del pájaro que da cuerda al mundo presenta, ya desde el mismo
título, un buen número de imágenes tan expresivas y sugerentes como las que
acabo de mencionar. Me referiré a una que me ha conmovido especialmente. El
protagonista, Tooru Okada, se enfrenta a una serie de acontecimientos inesperados
a partir de un detonante tan simple como la renuncia a su puesto de trabajo. Desde
ese momento, nada volverá a ser lo mismo, ni la convivencia con su esposa ni el
entorno que le rodea. Por si fuera poco, una sucesión de extraños personajes
entra en su vida y establece con él relaciones peculiares. En un momento dado, desbordado
por las novedades e incapaz de elegir el camino que debe seguir, Tooru toma una
extravagante decisión: desciende a un pozo seco abierto en el jardín de una
casa abandonada y se sienta en el fondo a meditar. La cubierta japonesa de la
novela recoge en su ilustración la imagen del protagonista refugiado en ese
reducto subterráneo, que se conecta en la superficie con la figura del pájaro
que da título a la novela.
Podría haber interpretaciones literarias,
metafóricas o psicoanalíticas para todos los gustos. A mí la imagen del
personaje cobijado en un submundo húmedo y oscuro, en contacto con el exterior
a través de la boca del pozo que solo le permite ver el cielo, me ha recordado
a la profunda inmersión en el acto de leer que se produce –al menos, así sucede
en mi caso—cuando la realidad se convierte en un sitio poco acogedor. Abro
entonces las tapas de un libro y me encuentro con un pasadizo que conduce a un
lugar en el que nadie podrá encontrarme. Un lugar en el que puedo pensar,
abstraerme, huir, buscar consuelo, olvido o comprensión. Si miro hacia lo alto,
allí arriba está el cielo, como recordatorio de ese mundo de la superficie al
que, en algún momento, tendré que regresar. A menos que una mano misteriosa,
como sucede en la novela de Murakami, retire la escalera de cuerda y tape la boca
del pozo.
Casi siempre hay un pozo en los relatos de Murakami. El citado antes y otros, y ahora recuerdo claramente la especie de pozo en La Muerte del comendador.
ResponderEliminarAy, ese nicho del cual sale el sonido de una campanilla... Me ha parecido uno de los pasajes más inquietantes de cuanto he leído de Murakami (y eso que hay donde elegir). Es cierto que las bajadas a las profundidades, sea a través de pozos, pasadizos o escaleras, como en el caso de 1q84, es una constante en este autor. No es extraño, dada su afición a plasmar el lado oscuro e inexplicable de la realidad, el que se encuentra en lo más hondo, a resguardo de la luz de lo racional.
ResponderEliminar