LIBRETA DE LECTORA (II)
«Triste
pero forzoso es admitir que los besos no recibidos han hecho más por la
literatura que los besos recibidos».
Eloy Tizón, Merecía ser
domingo (relato del libro Técnicas de
iluminación)
«Cuando de
verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en
ella…»
Patrick
Modiano,
En el café de la juventud perdida
«Hube de
rendirme a la evidencia de que la gente no espera en general más que una sola
cosa de ti: que les devuelvas la imagen de lo que ellos quieren que tú seas».
Jean-Paul
Didierlaurent, El lector del tren de las 6.27
«Nada es
parecido al impulso de inocencia original, el principio, la génesis primera de
una novela cuando el escritor se acerca a la historia por contar como a alguien
de quien acabara de enamorarse».
Arturo Pérez-Reverte, Hombres
buenos
«No hay
necesidad de asentarse. La tarjeta del buzón es la confirmación de un fracaso.
Los problemas empiezan siempre con una dirección postal. El nido es la tumba
del pájaro. Todas las llaves, todas, las acuña Belcebú».
Eloy Tizón, Fotosíntesis
(relato del libro Técnicas de
iluminación)
«De pronto
el amor le pareció uno de tantos golpes que da la vida ante los que hay que
agachar la cabeza y aguantar hasta que pase el dolor».
Amos Oz, Entre
amigos
«Debe de ser, se decía con frecuencia, que los niños nunca se hacen preguntas. Muchos años después, intentamos resolver enigmas que no lo eran en su momento y querríamos descifrar los caracteres medio borrados de una lengua demasiado antigua cuyo alfabeto ni siquiera conocemos».
Patrick
Modiano,
Para que no te pierdas en el barrio
«Yo no
sabía entonces lo que significa una llanura de ese tipo, que puedes llevártela
dentro y tumbarte sobre ella en un piso de una gran ciudad o en una oficina un
día de invierno […]»
Kjell
Askildsen,
Canícula, (relato del libro Desde ahora te acompañaré a casa)
«Tendría que convertirme en otra
persona (una persona como mis suegros, como mis padres, como tantos padres que
he conocido, especialmente de su generación) y vivir como viven ellos: sin
pretender otra cosa que ser felices aun sabiendo que la felicidad no existe».
Julio Llamazares, Distintas
formas de mirar el agua
«El tiempo acaba siempre borrando las
heridas. El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los
fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden bajo la tierra, grietas de la
memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría
tal vez para borrarlas. Uno trata de acostumbrarse a convivir con ellas,
amontona silencios y óxido encima del recuerdo y, cuando cree que ya todo lo ha
olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos
la lámina del hielo del olvido.»
Julio Llamazares, La lluvia
amarilla
«Y así,
cuando llegó la nieve, la nieve estaba ya, desde hacía mucho tiempo, en
nuestros propios corazones».
Julio Llamazares, La lluvia
amarilla
«Una noche
habrá que adormecer para siempre a la gente feliz, mientras duermen, os lo digo
yo, y acabar con ella y con su felicidad de una vez por todas. El día siguiente
no se hablará más de su felicidad y habremos conseguido la libertad de ser
desgraciados cuanto queramos […]»
Louis
Ferdinand Céline, Viaje al fin de la
noche
«¿Qué es un
árbol?
El día se llena de sombra. Detienen
el sol. Los árboles son poderosos como un hombre quieto. Imprevisibles como un
loco, altos como un deseo.»
Rafael Courtoisie, Indios y
cortaplumas
«…es, sin
lugar a dudas, el libro más hermoso que poseo, incluida mi primera edición de
Newman. Parece tan nuevo y tan flamante como si nadie lo hubiera hojeado nunca,
pero alguien lo ha leído: se abre espontáneamente por sus pasajes más bellos, y
el fantasma de su anterior propietario me señala párrafos que jamás he leído
antes».
Helene
Hanff, 84 Charing Cross Road
«―¿Y si se
me rompe el corazón? ―le pregunté.
Ella miró
más allá de mi cabeza.
―¿Mamá?
Gesto
inexpresivo.
―¿Mamá?
Mi madre
bajó la vista y me miró.
―Sobrevivirás
―me dijo.»
J.R. Moehringer, El
bar de las grandes esperanzas
«Los
pequeños ruidos domésticos a los que nadie da importancia hasta que
desaparecen, hasta que se desvanecen en el tiempo porque quien los producía,
esa persona que sacudía las alfombras, recolocaba los platos en sus estantes,
subía corriendo las escaleras o le silbaba al perro para darle de comer, ya no
está.»
Ángeles
Caso, Todo ese fuego
«Había
leído no sé dónde ―a lo mejor era una nota a pie de página de Las maravillas celestes― que a algunas horas de la noche puede uno meterse en un mundo
paralelo: un piso vacío en donde se ha quedado la luz encendida e incluso una
callejuela sin salida. Nos encontramos allí con objetos extraviados hace mucho:
un talismán de la suerte, una carta, un paraguas, una llave, y los gatos, los
perros o los caballos que perdimos según pasaba la vida».
Patrick Modiano, Accidente
nocturno
«Spencer
Brydon habló del valor que hallaba oculto detrás de todo cuanto allí se
contemplaba: tras el mero espectáculo de las paredes desnudas, tras la mera
forma de las habitaciones, tras los meros crujidos del suelo, tras el mero
tacto de su mano al coger los pomos (pomos antiguos, bañados en plata, adosados
a las puertas de caoba; tacto que evocaba la presión que con la palma de la
mano hicieran los muertos). Setenta años del pasado, en fin, que aquellos
objetos representaban; los anales de casi tres generaciones, contando la de su
abuelo, cuyos días hallaron fin allí; y las cenizas intangibles de su juventud,
extinta hacía tanto tiempo, que flotaban en aquel mismo aire cual partículas
microscópicas.»
Henry James, La
esquina alegre
«Todo lo
que uno hace, todo lo que desea, todo lo que ama, todo lo que dice, se acabará
algún día. Se acabarán las mujeres y los amores. Se acabarán todas las
emociones, el tiempo borrará las huellas de nuestros actos. Pero la escritura
permanecerá».
Sándor Márai, La amante de Bolzano
«A veces, Eva las ve asomarse a la
ventana desde la que se ve la vida. La saludan desde lejos y la esperan. Sufren
por ella, porque los muertos saben necesariamente cosas que los vivos ignoran.
Lástima que los muertos sean mudos y los vivos sean sordos».
Víctor del Árbol, La
víspera de casi todo
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