DETALLES (VI)
Hace
más de dos años que no añado ninguna entrada a esta serie. Fue en febrero de
2014 la última vez que exploré la esquina de un cuadro, a la búsqueda de un
detalle revelador. Desde entonces, he encontrado alguna obra que me habría
gustado incluir en esta sección, pero que, por cuestiones técnicas (no siempre
es posible conseguir una imagen con definición aceptable de un sector de una
pintura), se me ha quedado en el tintero. Lo curioso del caso es que hoy añado
una quinta parte a la serie y lo hago con una obra que no he llegado a ver.
No
es un buen lugar para dejar pasar los siglos y aguardar el reconocimiento de la
posteridad. O mejor dicho: es un buen lugar, pero la compañía es la peor
posible, a fuerza de excelsa. Pero dejémonos de paradojas. Me estoy refiriendo
al enorme fresco de la Crucifixión
del pintor italiano del siglo XV Giovanni Donato de Montorfano. Se trata de una
obra que presencia un constante trasiego de visitantes, pero que no recibe
apenas una mirada de atención. La causa, su situación, en la pared opuesta a la
celebérrima Última Cena de Leonardo,
en el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie en Milán. Encontrarse
frente a frente con una de las obras más magnéticas de la historia de la
pintura ya es un desafío; si a eso unimos el férreo sistema de visitas, que
permite el acceso de un restringido número de personas durante apenas quince
minutos, el desafío se convierte en una vía directa al anonimato. Yo lo
reconozco: durante el cuarto de hora que pasé allí, completamente absorta en
las maravillas de Da Vinci, apenas le dirigí una mirada fugaz a la obra de
Montorfano. Es algo, supongo, que se me había quedado dentro y me producía
cierto resquemor. Por eso, cuando hace unos días un amigo me comentó que él sí
había conseguido detenerse a contemplar el fresco en cuestión y que incluso
había tenido tiempo de fotografiar algún detalle (las tácticas de este amigo
mío para esquivar las normas en exposiciones y museos darían de sí para más de
una entrada), se me ocurrió escribir esta pequeña compensación para el bueno de
Montorfano.
El
detalle en el que se había fijado este amigo del que hablo es la figura de María
Magdalena. No me cabe duda de que, de haber tenido la oportunidad, también
habría sido el elemento de la composición en el que yo me habría detenido. La Crucifixión de Montorfano es un conjunto
abigarrado, de esos que no dan una pauta a la mirada del que lo contempla para
discernir entre lo principal y lo secundario. Tan solo la colocación en un
nivel superior y en el centro de la pintura concede a la figura de Cristo un
cierto protagonismo. Y justo a sus pies, abrazada a la cruz en un gesto emotivo
y solitario, está la figura de la Magdalena, que es el personaje más intenso de
la superpoblada composición. En torno a ella, los otros participantes de la
escena se reúnen en pequeños grupos para consolarse, observar con atención o indiferencia
o entregarse a una actividad paralela. Solo cuatro personajes permanecen
aislados, concentrados en sus pensamientos y en su dolor: dos frailes en
actitud de oración, un joven que sin duda representa a San Juan y que clava su
mirada en el espectador, y esta mujer de larga melena que se abraza a la cruz con
dramática firmeza, como lo haría una enamorada para retener junto a sí un poco
más el cuerpo de su amado muerto. No en vano, justo a sus pies aparece la firma
del autor, en forma de inscripción sobre una piedra. Sospecho que es la figura
de la que Montorfano se sentía más orgulloso. Por mi parte, yo me siento menos
culpable desde que le he dedicado, aunque sea desde la distancia, la atención
que le negué cuando la tuve delante.
Maravillosa descripción de su impresión personal. Yo espero volver para dedicarle el tiempo que merece una obra de semejante magnitud.
ResponderEliminarMarceG
Yo también querría visitar de nuevo a Santa Maria delle Grazie, aunque mucho me temo que me volvería a pasar lo mismo: el fresco de Leonardo acapararía mi atención de forma hipnótica. Muchas gracias por tu amable comentario y bienvenido a este espacio.
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