LIBROS SIN DUEÑO

Estaba desayunando el sábado pasado cuando oí por la radio la noticia de la muerte de Umberto Eco. Mi cerebro se puso a funcionar con la celeridad de un rayo: me pareció oír los pasos de los monjes en un monasterio aislado por la nieve y sacudido por enigmáticos crímenes; creí sentir en el rostro la agitación del aire producida por el vuelo de un gigantesco péndulo en el Panteón de París. Supongo que, a esas horas, miles de lectores de todo el mundo andaban perdidos en ensoñaciones semejantes. Pero pronto otra idea vino a superponerse a estas sensaciones extraídas de antiguas lecturas y las anuló casi por completo. «¿Qué va a ser ahora de su biblioteca?», me pregunté. Creo que lo hice en voz alta.

Eco era muchas cosas y los medios de comunicación se han encargado de ponerlo de manifiesto en los últimos días. Para mí era un novelista que me había arrastrado desde muy joven con sus tramas y me había desesperado con los alambicados vericuetos de su pensamiento, pero también era un anciano maravilloso que había acumulado a lo largo de su vida una biblioteca casi tan amplia como las anécdotas que jalonaban su intensa vida de lector. Era el amor mismo a la lectura encarnado en un ser humano, y lo era sobre todo gracias a un hermoso libro que leí hace ya unos años y que respondía al tajante y esperanzador título de Nadie acabará con los libros. En su momento escribí una reseña en este blog; releerla ahora me ha traído buenos recuerdos y me ha hecho recuperar historias e impresiones que el tiempo había borrado. Incluyo el enlace al final de esta entrada por si algún lector antiguo quiere emprender un similar camino de recuperación o si alguno nuevo se ha incorporado desde entonces.

Lo confieso: me apena pensar en todos esos libros sin dueño que el gran maestro ha dejado al partir. Me parecen como criaturas sin amo, desvalidas en sus estantes, a merced de las decisiones de los supervivientes y privadas de la sombra protectora del que las reunió. La pena por la pérdida del ser humano la combato amparándome en mi parte infantil y me imagino a Eco, probablemente en compañía del gran Borges, curioseando por esas salas de la eternidad en que sin duda se almacenan los libros para siempre.

Comentarios

  1. Bea, la biblioteca de Eco está en muy buenas manos. Confieso que al enterarme de su fallecimiento pensé lo mismo que tú: qué será de su biblioteca... Pero me tranquilicé al escuchar las entrañables palabras que Emanuele, su nieto de quince años, le dedicó en su funeral. Entre la lista de cosas que le agradeció emocionado –los viajes que hicieron juntos, la música que escucharon- destacó "las historias que me has contado, los libros que me has regalado y todas las cosas que me has transmitido y siento que debo transmitir".
    Sus libros tienen un prometedor dueño. Eco tenía razón: nadie acabará con sus libros... Choni.

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  2. He estado tan ocupada que no he podido contestar a tu comentario hasta ahora. Gracias por dejarlo por escrito; cuando me contaste esta historia, pensé que a alguien más le interesaría (y le tranquilizaría) conocerla. Sospecho que la continuidad entre generaciones, el hecho de que las enseñanzas de tan maravilloso maestro encuentren un cauce por el que seguir fluyendo, será una idea grata para los lectores que se dejen caer por aquí. Gracias de nuevo por hacernos saber que, en efecto, Eco tenía razón al prever una larga vida para sus libros.

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