LOS NIÑOS DE ZURBARÁN
Hace
algo más de un mes, con motivo de mi entonces reciente visita a la exposición Zurbarán, una nueva mirada del Museo
Thyssen-Bornemisza, escribí en este espacio una entrada con el título de Aproximaciones a Zurbarán. Al final de ella
planteaba mi propósito de escribir otra sobre un descubrimiento que había hecho
contemplando los cuadros allí reunidos. Sin embargo, otros temas se han ido
“colando” desde entonces, algunos por estar vinculados a sucesos de actualidad,
y la entrada en cuestión se había quedado aguardando pacientemente en la lista
de espera ―por otro lado, cada vez más larga― de este blog. Hace unos pocos
días, una conversación con un amigo me ha hecho rescatarla. Se me ocurrió
preguntarle si había ido a ver la exposición del Thyssen. Resultó que sí, pero
que no compartía mi entusiasmo por Zurbarán. «A mí es un
pintor que me resulta antipático», me dijo a guisa de explicación.
No
es la primera vez que lo oigo. Yo misma, hace años ―ya lo contaba en la anterior
entrada― encontraba difícil conectar con un pintor que deja tan escaso
resquicio para la comunicación sentimental. Cuando entré en la exposición del
Thyssen, seguía teniéndolo por un artista técnico, más preocupado por tratar
cualquier tema como pura materia pictórica que por crear vínculos emocionales
con sus personajes o con el que se acerca a contemplar sus cuadros. Y entonces,
me encontré con una sorpresa. Allí estaban: tiernos, entrañables, llamándome
desde los lienzos. Son los niños de Zurbarán.
A
mí me da la impresión de que uno de los aspectos más difíciles de tratar desde
el punto de vista artístico es el de la infancia. Lo digo desde mi notable
incompetencia en ese terreno: yo no sé pintar, y tan difícil me resultaría
plasmar a un niño como a una persona mayor. Pero el caso es que la Historia del
Arte nos demuestra que los creadores se pasaron siglos peleándose para reflejar
en sus cuadros y esculturas a esos seres pequeños con proporciones especiales,
a los que durante mucho tiempo se representó como simples adultos bajitos. Y
luego está el tema de la expresión. Esa mirada maravillosa para la que las
denominaciones de candor o inocencia se quedan inevitablemente cortas. Cuando
me encuentro con un artista capaz de reflejar el mundo de la infancia con
espontaneidad y gracia, sin concesiones baratas a la ñoñez o al
sentimentalismo, me quedo pasmada. Si me hubieran preguntado antes de visitar
la exposición de Zurbarán, yo habría dicho que en el siglo XVII español lo
hicieron con indudable solvencia Velázquez ―¿qué no supo pintar Velázquez?― y
Murillo. Pero hete aquí que Zurbarán guardaba una sorpresa para mí. Este pintor
de frailes, bodegones y santas de expresión distante, para el que la realidad
parecía ser una inmensa naturaleza muerta, salpicó sus cuadros de pequeñas
presencias encantadoras. El frío Zurbarán no lo era tanto, cuando se enfrentaba
a la ternura infantil.
Dejo
aquí varios ejemplos de lo que pude ver en la exposición. Supongo que existirán
muchos más, repartidos por museos, iglesias y colecciones particulares.
El que acompaña a estas líneas es una de las múltiples versiones que el
extremeño realizó del tema de la infancia de la Virgen; lleva el título de La Virgen niña rezando y es, en mi
opinión, un ejemplo de cómo se puede evitar caer en la cursilería tratando un
asunto que tan peligrosamente conduce hacia ella. Esta muchachita abstraída en
sus pensamientos me parece un prodigio de encanto y naturalidad. Hay poco de
sobrenatural en su porte y su actitud; bien podría ser una niña cualquiera que
interrumpe sus tareas cotidianas para perderse en sus sueños. La expresión
seria de su rostro, su mirada limpia, la ausencia de elementos altisonantes en
su atuendo y en su entorno, la convierten para mí en una imagen deliciosa. Será
que trabajo con niños, y miradas perdidas como esta las sorprendo con
frecuencia curso tras curso.
Las
reproducciones que incluyo a continuación son detalles de los cuadros titulados
La adoración de los Magos, La huida a Egipto, La Virgen de la Merced y Descanso
en la huida a Egipto. Unidos todos por la ternura de la presencia infantil.
Tal vez sirvan para que, en el caso de que lea esta entrada, mi amigo empiece a
encontrar a Zurbarán un poco más cercano.
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