SER HUMANO ES DIFÍCIL
«A veces
ser humano es difícil. Se nació casi al borde», dice Vicente Aleixandre
en su poema dedicado al Niño de Vallecas
de Velázquez, que es, dentro de la serie de retratos de bufones realizados
por el gran maestro, el que inmortaliza al ser más desvalido y conmovedor de
todos, al más desposeído de dones por la naturaleza; al más, como dice
certeramente el poeta, a duras penas humano. Ese enano que nos observa desde el
lienzo con la expresión bobalicona de su mirada vacía es uno de los seres más
tristes en los que se ha detenido la atención de un artista genial, que es, por
eso mismo, genial por partida doble.
En los últimos tiempos me ronda con frecuencia el
recuerdo de este verso certero y contundente, pero lo hace por motivos bien
distintos a los de su sentido original: últimamente, me cuesta identificarme
como miembro de esta gran comunidad que es el género humano. Pongo la radio,
leo la prensa ―las noticias de la televisión no me atrevo a verlas― y me
asaltan titulares e imágenes de una barbarie que creía ya anclada en la noche
de los tiempos: los niños saltan por los aires inmolados en incomprensibles
actos de terrorismo, grupos violentos raptan niñas como quien se hace con una
recua de mulas o asesinan estudiantes y los hacinan en siniestras fosas
comunes, hordas de exaltados demuestran su poder degollando, cortando cabezas,
quemando vivo al enemigo. Las antiguas advertencias en forma de cadáveres
expuestos en cadalsos o cabezas clavadas en picas se sustituyen por grabaciones
de crueldad incalificable que se difunden como la pólvora. Ser humano es
difícil, francamente. Querer siquiera serlo, también.
Pero
de vez en cuando, asoma una noticia pequeña entre esta competición por alcanzar
las más altas cotas del terror. Hace unos días, supe de un crío de ocho años
que se había lanzado al agua helada en las costas de Girona para salvar a su
perro. La cadena de solidaridad no terminó ahí: otro niño algo mayor, primo
suyo, se lanzó detrás para ayudarlo. No pudo ser. El pobre chaval salió tan
malparado de su gesto de heroicidad infantil que sobrevivió apenas un día. Que
me perdonen si caigo en el sentimentalismo barato: a mí esta noticia me hizo
llorar, en medio de las inmolaciones, las víctimas que saltan por los aires,
los vídeos de monstruosidades y las poblaciones enteras que se quedan sin
jóvenes en una reedición macabra de El
flautista de Hamelín.
Hoy
no quiero escribir más. Le cedo la palabra a una poeta sencilla y por eso mismo
inimitable. En su poema titulado Preescolar,
Gloria Fuertes nos dejó una lección que no se olvida fácilmente:
―No olvidar
que el hombre es el único animal
que bebe sin tener sed,
que mata sin tener hambre...
Total:
no olvidar
que el hombre es el único animal.
Podemos contrarrestar tanta maldad con pequeños actos de bondad en nuestras humildes vidas anónimas.
ResponderEliminarA este pequeño le pudo el amor por su perro, recordándonos a los mayores, la valentía de la infancia. Los niños aman, sin más.
Es un tema en el que pienso a menudo, la importancia de los pequeños actos de bondad en nuestro día a día. Yo me aferro a ellos: la amabilidad, la preocupación por los que nos rodean, la posibilidad de ayudar en el reducido ámbito al que cada cual tiene acceso. Pero no puedo evitar pensar también que es relativamente fácil demostrar bondad en esos pequeños entornos, en esas situaciones confortables. ¿Aportaríamos idénticos valores, los que nos tenemos por buenas personas, frente a grandes conflictos, en circunstancias extremas, enfrentados a la violencia y el odio? Soy poco optimista en ese sentido. Ya lo he dicho en esta entrada: ser humano me parece una labor extremadamente difícil.
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