178 AÑOS Y UN DÍA
Hoy
Rosalía de Castro cumpliría ciento setenta y ocho años y un día. Rectifico: los
cumple. La tajante separación entre la vida y la muerte se tambalea un tanto en
el caso de los personajes que habitan en el recuerdo de muchos.
Ayer, esa herramienta ineludible llamada Google (y que también es con frecuencia una fuente de dispersión y un chivato e incluso, como en el caso al que me refiero, un toque de diana en la conciencia) me estuvo recordando la efemérides durante toda la jornada con uno de esos coloridos logotipos que responden al nombre de “doodle”. El de ayer presentaba el inconfundible rostro de la poeta en su imagen más difundida, sobre un fondo de suaves y verdes colinas por el cual discurría, en forma de río, uno de sus versos más famosos. Desde allí me estuvo vigilando todo el día, exigiéndome, a su dulce manera, que le dedicara una entrada en este blog. No fui capaz. No encontré el momento. Los lectores más o menos habituales habrán detectado mis recientes dificultades para mantenerlo actualizado. Malos tiempos: agobios horarios, cansancio, desánimo. Me cuesta sentarme frente al ordenador a ordenar ―involuntario pleonasmo― mis agitadas ideas. Pero Rosalía no se merece esto. Dediquémosle una entrada, pues. Tendrá la ventaja de ser uno de los escasos homenajes que se le rindan a los 178 años y 24 horas de su nacimiento.
De
Rosalía podría decir que es una autora que tardó en calar en mí porque vino
acompañada de toda esa pléyade de locos maravillosos que son los románticos. A
la adolescente que yo era entonces le pasmaban las hazañas de Byron y le
conmovían los versos de Bécquer, y estaba demasiado atenta a duelistas y
suicidas y enamorados dispuestos a asaltar conventos y a excavar tumbas como
para fijarse en una poeta que caminaba de puntillas dejando tras sí una ristra
de hermosas palabras. Hay que tener más serenidad para leer a esta mujer que
habla en susurros, directamente en nuestro oído. Recuerdo bien el momento en
que una persona muy cercana me hizo caer en la cuenta de que esta escritora sin
pretensiones fue la primera que dedicó sus versos a los desheredados, a los
emigrantes, a los que tienen que dejarlo todo para conseguir acceder a lo más
básico. Qué extraordinaria sensibilidad hay que poseer para detenerse a mirar
aquello para lo que todo un entorno está completamente ciego.
Pero
dejemos hablar a Rosalía. Hojeo el par de libros suyos que tengo en mi
biblioteca y siento que me llama un poema breve perteneciente a En las orillas del Sar. Son tan sólo
ocho versos, pero se bastan y se sobran para transmitir una infinita
melancolía: es un poema que habla de la incapacidad de ciertas almas para
sentirse plenas con otro sentimiento que no sea el de tristeza. Pido disculpas
por elección tan sombría; será cosa del cansancio.
no os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
basta un pesar del alma;
jamás, jamás le bastará una dicha.
Juguete del destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.
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