ESCRIBIR, REESCRIBIR
Tanto
como las obras literarias mismas, me fascina el proceso de creación, el sistema
que sigue cada escritor para construir los mundos de ficción en los que me
sumerjo como lectora agradecida. En alguna entrada anterior de este blog he
reflexionado sobre los lugares de la escritura: autores que se encierran a cal
y canto frente a otros que se abren al mundo exterior y desarrollan su tarea en
lugares públicos, en cafés, en casas atestadas de ruidos humanos. Ahora que
acabo de terminar una novela que me ha ocupado el último año y medio, y que
afronto ese periodo de duración aún no definida de la relectura y las
correcciones, me parece que el universo de la gente de letras se divide en dos
grandes grupos: los que escriben de un tirón y los que someten su escritura a
constantes revisiones; los que se dejan llevar por la inspiración y los que
construyen un complicado andamiaje antes de escribir la primera letra; los que
escriben sin más y los que reescriben sin tregua. Curiosamente, en las últimas
semanas han llegado a mis manos dos obras de sendos autores a los que
desconocía y que encarnan posiciones opuestas en este sentido.
Jesús
Carrasco es un narrador en la cuarentena que ha tenido un inicio rutilante en el
panorama de las letras españolas gracias a su primera novela publicada, Intemperie. La novela ha llegado a mí a
través de la recomendación de una amiga que es además una fiel y entusiasta
participante en el club de lectura que coordino, y el hecho de haber preparado
la tertulia correspondiente me ha obligado a buscar información sobre este
hombre discreto y prácticamente desconocido, cuya contundente y demoledora
opera prima está arrasando en sus primeros meses de vida comercial. Lo que he
descubierto en ese proceso de investigación ha sido sorprendente. Jesús
Carrasco comenta que en la creación de esta novela de poco más de doscientas
páginas ha invertido tres años de trabajo, repartidos a lo largo de otros
siete. Es un escritor que somete sus frases a una constante poda, que relee y
reelabora una y otra vez, en una paciente labor de búsqueda de lo esencial.
Este hombre tranquilo de la literatura lleva veinte años escribiendo y sólo en
tiempos muy recientes ha sentido la convicción de tener algo interesante que
ofrecer a un editor. Quién sabe si pasarán otros veinte antes de que nos
ofrezca una joya de intensidad similar a la de esta Intemperie, brutal y despojada como su genial título. Rezo para que
la presión editorial no altere el ritmo demorado de un autor que posee la
paciencia de otros tiempos menos frenéticos y que trabaja con el temple de un
copista medieval. Curiosamente, al hablar de su minuciosa y exigente tarea lo
hace con humildad, sin esos fastidiosos alardes de otros autores que hacen bandera de la lucha interna y el sufrimiento del creador. Copio su respuesta en
un foro de Internet a la pregunta de una lectora sobre la dureza de su trabajo
de escritor: “A mí no me resulta duro
escribir. Es algo que me gusta hacer y, sobre todo, algo que yo he elegido
libremente. Duro es recoger tomates en los invernaderos, subirse a un andamio
en invierno o dar clase en la escuela pública”. Ni que decir tiene: aparte
de un excelente novelista, Jesús Carrasco me parece un tipo sensato y cabal.
Tiene, además de mi admiración, toda mi simpatía.
Hace
un par de semanas, participé en un encuentro con los lectores organizado por la
Asociación de Mujeres de Brihuega para presentar mi novela La voz de los extraños. Al final del acto, varios asistentes se
acercaron para que les firmara su ejemplar. Uno de ellos era una chica, creo
que la persona más joven que se encontraba en el salón de actos, con la que me puse a charlar sobre literatura después de escribirle su dedicatoria. Me comentó
que acababa de descubrir a un autor rumano contemporáneo que le encantaba.
Inmediatamente, le pedí que me escribiera su nombre; cualquier recomendación de
lectura despierta de inmediato mi atención. El escritor en cuestión es un poeta
y narrador llamado Mircea Cărtărescu y es el eterno candidato rumano al premio
Nobel. La joven lectora me contó con entusiasmo que Cărtărescu había estado
recientemente en España con motivo de la presentación de su última obra, acto
al que ella había tenido la suerte de asistir. Entre las declaraciones del
escritor, le había llamado la atención aquella que hacía referencia a su
peculiar sistema de trabajo: al parecer, es un autor que nunca relee, y que
cuando se dispone a retomar la escritura de una obra, se limita a revisar las
últimas líneas escritas en la precedente jornada de trabajo y eso le basta para
engancharse al hilo de la creación. Fue un dato que me dejó fascinada y que me
impulsó a buscar, a la primera oportunidad, una obra de este escritor para mí
desconocido. Me limitaré por ahora a decir que agradezco sobremanera a esta
joven lectora cuyo nombre lamento haber olvidado el haberme puesto sobre su
pista. Más adelante traeré a este blog las impresiones que me está causando el
libro suyo que tengo entre manos, Por qué
nos gustan las mujeres. De momento, dejo aquí una anécdota curiosa contada
por él mismo durante su reciente estancia en España, en una entrevista en el programa de radio El ojo crítico. Hace
veinte años, encontrándose en el aeropuerto JFK de Nueva York tras un largo
viaje por Estados Unidos, el entonces treintañero Cărtărescu confió al azar su
decisión de regresar o no a Rumanía, y lanzó al aire una moneda que cayó del
lado del retorno a su país. No es extraño que este hombre impulsivo y sin
planes previos en la vida se pasee por el mundo de la creación de forma tan
libre, al dictado de su prodigiosa intuición. Algo que nos está vetado a los
que meditamos indefinidamente sobre lo escrito y lo vivido. Porque –creo que no
hace falta explicitarlo a estas alturas- yo pertenezco al grupo de los que
reescriben.
Bea, me alegro tanto de que escribas y reescribas¡ Porque me gusta lo que sale de tus manos. Pero me has hecho pensar en la terrible contradición en que vivo. Me encantaría improvisar,vivir cada día sin pensar, y,, sin mebargo, hay una fuerza que me obliga a planificar y replanificar cada situación. Qué locura. L.
ResponderEliminarEl caso es que a mí me gustaría escribir con más alegría, sin tanta premeditación. Me siento más capaz de improvisar en la vida que frente a la pantalla de ordenador. Existe, tomando prestadas tus palabras, una fuerza que me obliga a planificar y replanificar los párrafos. ¡Qué no daría yo por tener en ese sentido una pequeña -o grande- dosis de locura!
Eliminar