OTROS VIAJES
Dado
que circunstancias de la vida no me han permitido viajar esta Semana Santa, me
voy a dar al menos el lujo de dedicar esta entrada de hoy al tema de los
viajes. De unos muy concretos, de los que llevo siendo testigo –y en cierta
medida participante- desde hará cosa de un mes. No se trata de viajes al uso;
no se puede hablar de ellos con las amistades, esgrimiendo adminículos
electrónicos repletos de imágenes de recuerdo. Pero tienen la enorme ventaja de
que pueden suceder en el momento más inesperado y no requieren aparatosos
equipajes ni un sólido soporte económico, aunque sí una minuciosa, precisa,
demorada preparación. Ese es precisamente su encanto.
Pero
vayamos por partes. Pondré en antecedentes a los lectores que no saben de mis
actividades profesionales: en el instituto en el que imparto clases, me encargo
de la organización de la biblioteca, y casi todos los recreos permanezco allí
para atender a los alumnos que acuden a leer, sacar libros en préstamo o
realizar en el último minuto las tareas que no traen hechas de casa. Es un
espectáculo que, curso tras curso, me apasiona. Presencio la llegada en masa de
las nuevas generaciones, que tienden a refugiarse en el espacio seguro acotado
por estanterías mientras se aclimatan a la vida del instituto, que al principio
debe de parecerles, qué duda cabe, un tanto hostil. La mayoría de estos
jovencitos archilectores dejan de serlo al curso siguiente. Es inevitable: poco
tenemos que hacer los que sólo ofrecemos letra impresa frente a la fuerza
arrolladora del mundo exterior, a la vida que late y bulle en el patio
abarrotado de adolescentes. Muchos de los que integran esa desbandada regresan
al cabo de un par de años, urgidos por la necesidad de estudiar más en los
cursos superiores. Vuelven muy cambiados, altos y desgarbados ellos, ellas
convertidas ya en auténticas mujeres. Me divierte verlos desenvueltos y
formales, a aquella niña que unos años atrás se ponía colorada al solicitarme
un libro, a aquel chiquillo que irrumpía saludando a voces porque en su casa le
habían enseñado que al entrar en una habitación tenía que solicitar permiso.
Este
curso hay dos alumnas de las más jóvenes del instituto que acuden a diario a la
biblioteca con el objetivo fundamental de celebrar la amistad que las une. Es
una amistad de esas que sólo se ven en la infancia y la adolescencia: siempre
cabeza con cabeza, hablándose en susurros, en una pura risa. Nada de lo que
pase por la mente de una de ellas va a dejar de llegar de inmediato al oído de
la otra. Desde que empezó el curso, han leído cómics juntas, han dibujado, han
escrito a medias una novela, han sacado en préstamo libros juveniles. Y en los
últimos tiempos, dedican sus recreos a preparar a dúo un viaje.
No
es un viaje cualquiera. Es un larguísimo periplo que las llevará hasta los
confines de Oriente y que realizarán, en su mayor parte –salvo obstáculos
insalvables como mares interiores o cordilleras- por carretera. Ignoro cuál es
el objetivo de tan minuciosos preparativos, si es que hay otro que la diversión
que en sí mismos procuran, porque estas dos imaginativas muchachitas juegan a
implicarme y a despertar mi curiosidad pero a dejarme con la incógnita. Llegan
al comienzo del recreo, sacan varios atlas de la estantería, los despliegan
sobre una mesa junto con una libreta llena de apuntes y una regla para medir
las distancias entre poblaciones, y comienzan a deliberar. En ocasiones, la
elaboración del itinerario degenera en acaloradas discusiones, cuando una
defiende una ruta que a otra le parece inadecuada; con frecuencia, el
descubrimiento de una ciudad rusa o china con un nombre estrafalario o
malsonante las hace llorar de risa, con la cara refugiada tras el atlas. Ni que
decir tiene que son todo un espectáculo, estas alumnas viajeras. De vez en
cuando, una de ellas acude a mí con una duda perentoria sobre los conflictos de
Oriente Medio: “Profe, ¿qué es más
peligroso: atravesar Afganistán o Irak?” “Profe: ¿tú crees que si tomamos un
avión para volar sobre Irak, nos pondrán una bomba?” Otras veces, las dudas tienen un carácter
meramente geográfico: se me acercan con el dedo plantado sobre un punto del
mapa y discutiendo vivamente, porque una asegura que pueden atravesar ese territorio
en autobús y la otra no está de acuerdo. Les informo de que lo que me señalan
es el mar Caspio o la cordillera del Himalaya, y regresan a su sitio tirándose
los trastos verbalmente, como un matrimonio antiguo: “¿Lo ves, lo ves?”, exclama
en tono triunfal la defensora de la imposibilidad del autobús. Las dudas
económicas son las que me cogen más a contrapié. El último día de clase antes
de las vacaciones tuve que desencantarlas confesándoles que no podía darles
idea del precio, ni siquiera aproximado, de un vuelo entre Turkmenistán y Kazajistán.
Estas
niñas que viajan por el continente asiático en la media hora que dura el recreo
me han prometido desvelarme en breve cuál es la finalidad de sus minuciosos
preparativos. Mantener la atención de la profesora que las observa sonriente
durante sus periplos imaginarios es, supongo, parte del juego. A mí, en mi
reposada condición de adulta, no me importa demasiado la resolución de ese
enigma. Este dúo de exploradoras que discute y charla y se ríe y vuelve a discutir
de forma inagotable me ha dado ya más de lo que esperaba. Me hace viajar recreo
tras recreo al lejano país de mi infancia, a la época en que mi amiga María y
yo deambulábamos por el mundo en pareja, pegadas la una a la otra como dos
hermanas siamesas, en perpetua confabulación, entre constantes explosiones de
risa. Ese, me parece a mí, es un camino aún más largo, un viaje más inesperado,
que el que conduce a tierras de Oriente.
Buenas tardes Beatriz, soy Sandra, una de las niñas aventuras que describes en este articulo.
ResponderEliminarCreo que nunca te dije que que me encantó lo que escribiste, y a día de hoy me sigue encantando, nadie hubiera conseguido plasmar de mejor manera lo que viviamos en esos treinta minutos de recreo.
No se si leeras este mensaje, pues no se muy bien como funcionan las notificaciones de un blog, pero mi intención no es otra que decirte que despues de seis años vamos a cumplir nuestro sueño, sofia y yo nos vamos a aventurar el proximo lunes en una gran ruta por europa en la que iremos, como antaño deciamos, caminando por varios paises, que aunque no llega a China como teniamos pensado con trece años, llega a la profunda Polonia, y eso nos sirve.
Tú bien sabes que llevamos mucho tiempo planeando esto, pero hace aproximadamente un año con decisiones que lo hicieran realidad y no salía de mi cabeza la idea de contarselo a la profesora que presenció nuestros inicios.
Sofia y yo seguimos siendo grandes amigas y grandes soñadoras y eso es gracias a profesoras como tú.
Gracias por ser como eras y por tu articulo, que me hace tener el viaje mas bonito del mundo, que es el de recordar mi infancia.
Me gustaría recibir un mensaje tuyo, mi correo es sandraguerrero1323@gmail.com, un beso enorme.
¡Qué alegría, Sandra! Recibir este mensaje tuyo es una de las mejores cosas que ha traído consigo este blog. Me he acordado mucho de vosotras todos estos años; siempre que evoco la biblioteca (por si no lo sabes, hace dos cursos que imparto clase en otro centro), una de las primeras imágenes que acude a mi mente es la de Sofía y la tuya, sentadas muy juntas, muertas de risa casi siempre, rodeadas de anotaciones y mapas. Es fantástico lo que me cuentas, que sigáis siendo amigas y que podáis empezar a hacer realidad aquellos sueños de hace seis años. Has dejado además una de las frases más hermosas que nadie ha aportado a este blog: "...el viaje más bonito del mundo, que es el de recordar mi infancia". Gracias por todo ello y mucha suerte en vuestro periplo. Espero noticias vuestras, maravillosas viajeras.
EliminarQué maravilla Beatriz, se me han saltado las lágrimas y no todas ellas han sido puras, algunas contenían sal envidiosa, habría sido extraordinario tener una profesora como tú, privilegio y lujo impensables entonces, que huella tan poderosa estás dejando en todos los sentidos. Conmovedoras Sofía y Sandra con esa luz tan brillante que nos muestra que otros modos de relación muy hermosos continúan existiendo. Estás llena de bondad querida escritora.
ResponderEliminarCuando he empezado a leer tu comentario, he creído que la envidia te la producía yo, por haber tenido unas alumnas tan encantadoras. La verdad es que la enseñanza, con toda su dureza (cada final de curso me parece que va a ser el último de mi vida), trae de vez en cuando experiencias como esta. Supongo que sucede en todos los trabajos en los que se tiene un estrecho contacto con seres humanos. La verdad es que estoy muy agradecida al destino, que me ha llevado a ejercer esta profesión que contrarresta mi tendencia natural a convertirme en un ratón de biblioteca. Gracias, como siempre, por tus hermosas palabras, Pili.
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