NIÑOS DE VERDAD
Hace
unos días, un lector me dejaba un comentario en la entrada titulada La bondad de los desconocidos; en él
reflexionaba sobre lo que daba en llamar “el niño de verdad”: el niño sin
nombre que corretea por las calles, sin lastres materiales, despreocupado de
acumular, indiferente a ese gigante que amenaza su porvenir bajo el apelativo
enorme y apabullante de “Dinero”. Un niño en franca amenaza de extinción en
nuestro mundo urbano, esa implacable maquinaria de ansiar, lograr, atesorar,
despilfarrar, en la que vivimos inmersos. Las palabras de este lector anónimo han estado durante varios días haciendo eco en mi cerebro, y me han remitido a reflexiones que me
asaltan con cierta frecuencia.
Casi
todos los años participo en una actividad extraescolar que moviliza a los más
jóvenes de nuestro instituto. Al llegar el mes de mayo, cuatro aguerridos
profesores –doy fe de que el adjetivo se ajusta estrictamente a la realidad- emprenden
viaje rumbo a Segovia y La Granja de San Ildefonso a bordo de dos autocares
repletos de alumnos de doce y trece años. Son doce horas en estrecho contacto
con más de un centenar de muchachos poseídos por el entusiasmo de la primavera
y la emoción de viajar sin la tutela paterna. La experiencia es siempre
agotadora, y tiene momentos de enorme diversión, pero año tras año, al regresar
a casa por la noche, me traigo conmigo un poso de tristeza. Estos inquietos
viajeros que están iniciando la segunda década de sus vidas poseen sentido del
humor, ganas de jugar, compañerismo, fantasía e ingenio, pero carecen de la
capacidad de mirar. Durante el viaje en autobús, recorren kilómetros y
kilómetros con los ojos fijos en pequeñas pantallas de aparatos con los que
juegan incansables, ignorando el mundo que se despliega al otro lado de la
ventanilla. Los árboles, las rocas, los animales, las nubes: todo carece de
importancia frente al último artilugio electrónico, que exhiben con singular
orgullo. Sé que un alumno es extraordinario cuando lo veo fijarse en algún
detalle del paisaje y exclamar: “¡Mira,
profe!”. La posterior estancia en Segovia trae acarreado un momento que
para mí es de pesadilla: ese en que debemos ir sacando a los chicos de todas
las tiendas y los puestos callejeros, en los que están firmemente decididos a
dejarse el dinero a cambio de gafas de sol, bates de juguete, chucherías,
recuerdos varios. El afán de comprar es tan convulsivo que convierte el
tránsito del Alcázar al Acueducto en una lucha sin cuartel. Nadie mira nada que
no esté en un expositor o escaparate, junto a un cartel que indique su precio. Lo
gratuito carece automáticamente de interés. Recuerdo con especial cariño a un
chico que hará cosa de tres cursos fue el único de aquella riada de frenéticos
compradores que levantó los ojos hacia lo alto en un momento del trayecto y
preguntó, asombrado: “Profe, ¿eso qué
es?” Lo que de esa forma había llamado su atención era la impresionante
mole de la catedral, que se cernía sobre nuestras cabezas.
Toda
esta reflexión me ha traído a la memoria el recuerdo de dos imágenes de niños tomadas
por dos grandes fotógrafos franceses. Las incluyo a continuación: la primera es
del maestro de la captación de la vida callejera, Henri Cartier-Bresson, y
responde al título de Rue Mouffetard.
La segunda se titula Pequeño parisino
y es obra de Willy Ronis, fotógrafo siempre atento a la belleza de los detalles.
Precisan poco comentario. Son dos pequeños que regresan sin duda de cumplir un
encargo hecho por algún adulto. El primero tiene trazas de pilluelo y exhibe
con gesto ufano delante de unas niñas las botellas de vino que le han enviado a
comprar. El segundo surca las calles como una flecha, enarbolando el tesoro de
su barra de pan. Ambas imágenes son un prodigio de gracia y espontaneidad. Sencillos,
divertidos, despreocupados, felices. ¿Serán estos los “niños de verdad” de los
que hablaba mi lector desconocido?
Sí, esas imágenes casi no se ven ya, aunque sean de niños no desocupados, porque están haciendo recaos, y por tanto no sueltos. Y lo del niño de verdad, perdóneseme (si es que soy yo el lector del otro día). Era un decir, ¿no? Después de leer el artículo, tan claro en los testimonios, me he acordao de una de las cosas más hirientes que he leido nunca, una conferencia trascrita que dio Agustín García Calvo, y que se titulaba "Cómo matar a un niño para hacer un hombre", la he vuelto a leer, y uno revienta de ganas de hablar. ¿A quién? ¿En dónde? Y ya que estoy, de paso, me acuerdo de un niño, 14 años, que hasta me es familia, condenao, el pobre, a llevar un corsé collarín sólo 17 horas de cada 24!, porque el médico le midio el ángulo de la columna, y no le parecía muy bien al señor. Decía que cuando tuviera 50 años podía hundírsele no sé qué. ¿Y lo de ahora, no importa?
ResponderEliminarSalud y gracias por el artículo,
Pablo.
Me resulta muy divertida tu expresión de que los niños de las fotografías están ocupados y por tanto "no sueltos". En cuanto la he leído, me ha venido a la cabeza la mayor explosión de libertad que se puede contemplar, y que los que trabajamos con niños vivimos a diario: la riada de chavales que salen de las aulas cuando suena el timbre que anuncia el final de las clases del día. Es una carrera frenética a la que se entregan con increíble afán los alumnos de los cursos inferiores del instituto, y que luego van perdiendo con los años, cuando los adultos hemos conseguido "civilizarlos". Como tutora que soy de un grupo de pequeños, los adoctrino con mucha seriedad sobre la importancia de salir con tranquilidad, de tomarse el tiempo preciso, de ceder el paso, etc., etc., etc. Y sin embargo, no puedo dejar de sonreír cuando, día tras día, al final de la jornada, se produce ese unánime aullido que recorre las aulas de la zona de los más jóvenes y que precede a una auténtica estampida. No hay momento de libertad como el de un niño que sale de la escuela.
EliminarGracias a ti por tus comentarios, Pablo, y bienvenido a este blog.
Las fotos son una delicia. Las asocio con el pueblo, con la edad y con los tiempos en que algunos hemos vivido. Creo que hay momentos en los que los niños nos regalan a los adultos su esfuerzo por colaborar y su inmenso deseo de descubrir. Cuántas veces, cuando están aprendiendo a leer, nos dicen "mamá, ahí pone coca cola". Este interés y su curiosidad va cambiando: exceso de propuestas "enlatadas", la incorporación y encuentro con los iguales... Nuestra tarea sería apoyarles y crear situaciones "reales", en contacto con la vida y, condicionarles "un poquito" porque tienen que aprender que no viven solos y es necesario que lo entiendan. De todas formas ellos tienen su propia evolución. Mi hija pequeña, a los cinco años doblaba sus jerseis con un precisión matemática. A los 16, al emparejar sus calcetines después de lavarlos, me faltaban sistemáticamente seis, siete, o mas. Es simplemente que para ella no era importante. El verdadero niño son todos, creo. L
ResponderEliminarEn efecto: todos los niños son el niño de verdad. A lo que me refería al escribir esta entrada es a ese concepto de la infancia que todos tenemos, que se mueve a medio camino entre lo ideal y lo que cada uno vivimos y recordamos con especial afecto. No hay infancia como la propia: cuando yo era niña, mi abuela se quejaba de que yo tenía demasiadas cosas y andaba muy pendiente de ellas, igual que yo ahora me quejo del exceso material de los más jóvenes. Está claro: a cada cual su infancia le parece la mejor, porque es el territorio en el que -salvo excepciones terribles, injusticias imperdonables de la vida- todos conocimos una felicidad sin fisuras.
EliminarHola Beatriz:
ResponderEliminarEstaba desayunando ojeando tu blog y viendo las maravillosas imágenes que recogen momentos de ese universo infantil que tanto me gusta reflejar en mis obras, cuando he leído algo que me ha recordado mucho a los alumnos con los que trabajo: "Alumnos Extraordinarios".
Soy profesora de Pedagogía Terapéutica y trabajo con niños maravillosos y muy especiales, algunos con pequeñas y otros con grandes dificultades. De la mano de ellos he entrado en un mundo distinto, con su propia lógica .En su universo impera la sensibilidad, la creatividad y la alegría. Siempre he tenido algún alumno dedicado a la observación de la vida de algunos insectos mientras sus compañeros jugaban en el patio. En fin me harían falta muchos folios para describir el mundo mágico de estos niños y el recuerdo imborrable que dejan en el alma de todos los que trabajamos con ellos.
El mundo de la infancia es un tema apasionante porque nos vemos reflejados nosotros mismos , todos llevamos un niño dentro aunque a veces lo olvidemos.
Un abrazo Beatriz y muchas gracias por tu artículo:
Martmina.
Y yo estoy leyendo tu comentario, y todavía se me alegra más el corazón de estas cosas sensatas que dices. Haría tanta falta que la gente que está ahí, sintiendo como tú todo eso, hablara para desmentir las barbaridades que se imponen en la educación desde arriba! Qué raro es leer, aunque sean unas pocas líneas como las tuyas, que no esté llenas de palabros cultos que pretenden saber qué es un niño, qué es la vida, qué objetivos tiene que cumplir! (a escepción del título con que te presentas, que sí es a lo culto, pero cómo si no lo podrías decir?).
EliminarSí, sé que no siempre hay los ánimos o a lo mejor no nos lo hemos dicho así de claro: que sin ir en contra (o sea, diciéndoles no a sus cosas) pues es difícil. Pero, como de verdad no se sabe cuándo se dice NO a las mentiras, con ir contando esas cosas que dices -y así con esas palabras- lo que esos niños te hacen descubrir, se lo irías descubriendo a los que te leyeran, y, por lo bajo, seguro que empezaría a sonar "ah, pero si son especiales, pero quizá porque tienen algo mejor que los normales", "ah, pero si eso es lo que también más o menos siento yo, pero, claro, la obediencia me ha hecho tirar por otro sitio", "ah, pero si este niño que no aprende eso, si es que es porque es más razonable que los normales: porque, está diciéndonos sin decirlo: <<¿para qué quiero yo saber las partes de una flor o aprender a decir "habitat urbano", si no hay nada más asombroso que mirar a los mosquitillos, las mariquitas, las dulces cucarachas y yo qué sé más -porque, del asombro, ni me interesan sus nombres?>>"
Qué gusto sería poder leer todo esas cosas!
Sin hablar de lo que se hace en los trabajos, no creo que se pueda luchar contra el Dinero.
Salud,
Pablo.
PD: Por mi parte, además de procurar comentar en los sitios que me encuentro y que dejan, como éste de Beatriz, ando ahora con unas cositas que aunque vayan por la vía más seca de la pregunta "qué es", confío en que puedan tener su utilidad: http://hablarycallar.blogspot.com
Precisamente, Martmina, cuando hace un par de días entré por primera vez en tu blog, me llamó la atención de forma especial el cuadro titulado "El saltamontes verde", en el que plasmas de forma encantadora la fascinación infantil por esas pequeñas criaturas con las que compartimos espacio en este planeta, a veces de forma tan dificultosa. Es un cuadro que me gusta mucho, por la indeterminación del rostro de la niña, por la limpieza y sencillez del fondo, por la deliciosa postura del cuerpecito de la modelo, medio tendido en el suelo frente a un libro, sobre el cual destaca la figura del insecto como si fuera un personaje mágico recién salido de un cuento.
EliminarMe encanta, también, el amor hacia los niños con los que trabajas que se trasluce de tu comentario. Gracias por hacérnoslo llegar.
Muchas gracias Beatriz por tus palabras sobre mi cuadro , como siempre captas a la perfeccion todo lo que el pintor quiere expresar. Es un gusto poder intercambiar impresiones con personas de tan exquisita sensibilidad.
ResponderEliminarPablo, no sabes lo que me han alegrado tus comentarios y como con tus palabras has sabido comprender como son realmente estos niños y lo que valen.Gracias.
Un abrazo muy fuerte : Martmina