LOS CUADROS DE ENERO (2013)
Con
indudable influencia de los pintores simbolistas, la artista contemporánea
argentina Sol Halabi crea escenas oscuras, difusas, inquietantes, en las que figuras
casi siempre infantiles o femeninas se desenvuelven en un mundo a medio camino
entre la vigilia y los sueños. En este Sueño
de Gustave, el personaje envuelto sobre sí mismo en posición fetal clava
sus ojos en nosotros y parece invitarnos a bucear en nuestro yo más oculto, en
el pasado remoto, en las pulsiones íntimas que no siempre sabemos reconocer. El
azul intenso y acariciador del fondo nos remite al cielo nocturno o quizá a las
profundidades marinas; en definitiva, a un ámbito solitario y silencioso, en el
que el protagonista de la escena parece estar suspendido o flotar con placidez
extraordinaria. La autora se confiesa enormemente interesada por lo que Jung
escribió sobre el poder del inconsciente y cómo este rebasa las barreras de lo
individual y nos une al resto de los seres humanos. A ese Gustave está tal vez
dedicado el título de la obra, aunque cabría leer entre líneas un homenaje a
otro personaje de idéntico nombre, el maestro Gustave Klimt.
El
más francés de los pintores orientales, el japonés Léonard Foujita (1886-1968),
se instaló de joven en Montparnasse y nos legó emblemáticas imágenes de la vida
parisina de principios del XX, como este lienzo que responde al conciso título
de Café. Este cuadro es un hermoso
punto de encuentro entre la cultura original de Foujita y su contacto con
Europa. La meticulosidad en el trazado de las siluetas y la exquisitez en la
representación de los detalles le deben mucho al grabado japonés. El tintero,
la carta abierta y llena de borrones, la superficie de mármol de la mesa,
cobran una relevancia extraordinaria de la mano de este artista meticuloso. La
ambientación y los tipos humanos nos remiten a la metrópoli europea en la que
se estaba gestando en ese momento la renovación del arte. Esta mujer que
simultáneamente nos mira y parece abstraída en sus meditaciones tiene mucho de
heroína de Toulouse-Lautrec, pero también de la pálida delicadeza de las
modelos femeninas del arte nipón. Y no es gratuita la alusión al gran Lautrec:
él también se dejó seducir por los cánones pictóricos venidos del este. Oriente
y occidente se cruzan una y otra vez, juegan a imitarse y a darse la mano, entre
las cuatro paredes de este Café de
Foujita.
La
primera visión del grabado Sombras
nocturnas realizado en 1921 por el pintor estadounidense Edward Hopper nos
remite de inmediato al mundo del cine. La calle vacía, el hombre solitario, la
monstruosa sombra de la farola que se cierne sobre el edificio, le dan
inmediatamente al espectador la impresión de encontrarse frente a un fotograma
de una película de género negro. Uno desearía quedarse a saber la continuación
de la historia, lo que le aguarda al paseante nocturno al dar la vuelta a esa
esquina amenazadora. A mí lo que me atrae irremisiblemente de esta obra desde
que la vi por primera vez es la perspectiva que adoptamos gracias al artista:
ese punto de vista elevado, por encima de las contingencias humanas, como si el
destino del único actor de la escena estuviera en nuestras manos. Como
narradores que tienen el poder de decidir lo que le depararán al protagonista
los segundos inmediatos. De hecho, lo primero que se me vino a la cabeza es que
sería una preciosa ilustración de cubierta para la Trilogía de Nueva York de Paul Auster. Lo es, de hecho, en una
edición ilusoria que existe sólo –de momento- en mi cabeza.
He
de confesar que cuando más me gusta Salvador Dalí es cuando menos se parece a
la imagen habitual que de él tenemos. En 1922, con apenas dieciocho años, este
artista precoz empieza a tantear el Cubismo, movimiento al que de momento sólo
tiene acceso a través de artículos y catálogos, y pinta cuadros como este
precioso –ya desde el título- Los
primeros días de primavera. Es una obra que me fascina por su libre
organización del espacio, sus delicados colores, la gracia infantil de sus
trazos. El pintor parece pasar revista a todo lo que le hace feliz con la
llegada del buen tiempo y va abriendo espacios ilusorios en la realidad, como
nichos en los que expone a nuestra vista todo lo que hay de hermoso en la estación
recién estrenada: los niños jugando en el patio del colegio, las madres
llevando a los pequeñines de la mano, los perros correteando, los enamorados
contemplando el horizonte, las mujeres asomadas a la ventana, las bandadas de
pájaros surcando el cielo, los tiestos llenos de flores, la ropa tendida al
sol. Dos detalles paralelos que sirven de contrapunto a esa explosión de
libertad: el pajarillo encerrado en su jaula y los muchachos atribulados sobre
su mesa de estudio, en el rincón más sombrío del cuadro. Tal vez recuerdos
agridulces de la cercana niñez del autor.
Gracias por compartir
ResponderEliminar