DE NUEVO YEATS
Cuando
empecé a dar clases, hace ya mucho más tiempo de lo que me gustaría, trabajé durante
un par de años en varias academias como profesora de español para extranjeros. Entre
todos los alumnos a los que tuve oportunidad de conocer –y los hubo de muy variadas
condiciones y nacionalidades-, recuerdo especialmente a un grupo de militares
de países de la OTAN que estaban destinados en Madrid y a los que debo una de
las más gratificantes experiencias de mi carrera docente. Aquellos hombres cultos,
atentos y divertidos se encargaron de dinamitar todos los prejuicios con los
que atravesé el primer día las duras medidas de seguridad de las instalaciones
del ejército donde se impartían las clases.
El último día de curso, cada uno de los miembros de aquel singular grupo me hizo un regalo que tenía relación con alguno de los múltiples temas que habíamos tratado en nuestras conversaciones. El militar británico me regaló una antología bilingüe del poeta irlandés William Butler Yeats. Se trataba de un autor al que yo no había leído aún por aquella época. Mi reciente licenciatura en Filología Hispánica me había brindado un relativo conocimiento de las letras escritas en español de uno y otro lado del océano, y una total ignorancia del resto de las literaturas. No sabía, por lo tanto, que aquel hombre pulcro y educado, cuyos rasgos se me representan con claridad a pesar de los años transcurridos, me estaba abriendo con su regalo la puerta de uno de los universos poéticos que más me emocionarían en el futuro.
Desde
aquel lejano regalo que por supuesto aún conservo (y en cuya primera página
figura una dedicatoria con el delicioso error de modo verbal propio de un
estudiante de español: “espero que te
gusta”), las palabras de Yeats me han asaltado una y otra vez por vías
diversas. Canciones, citas en obras ajenas, recitado de sus versos en
películas. De hecho, ya he traído su figura a este blog en alguna otra ocasión.
Hoy quiero hacerlo a través de un precioso poema de amor y de su presencia en
una película por la que siento especial cariño. Y sí, lo confieso: la elección
de la fecha no es casual. Aunque San Valentín me resulta una fiesta más bien
antipática, como todas aquellas que huelen al dictado de los grandes almacenes,
empeñados en indicarnos cuándo debemos regalar-reunirnos en familia-comer hasta
reventarnos-demostrar nuestro amor, esta mañana al entrar en una de las clases
de los más jóvenes del instituto, se palpaba el nerviosismo en el aire y varias
de las niñas me han deseado a gritos que pase un feliz San Valentín. Nunca me
había sucedido: me han lanzado su felicitación con la misma alegría con que
normalmente se despiden de mí antes de Navidad o me saludan en el año nuevo. En
atención a ese entusiasmo juvenil, que me resulta, no hay ni que decirlo, mucho
más simpático que todos los reclamos comerciales de las grandes superficies,
escribo precisamente hoy esta entrada.
El
poema en cuestión se titulaba originalmente Aedh
Wishes For The Cloths Of Heaven, aunque de forma habitual se sustituye el
nombre del personaje que habla en él (Aedh, uno de los arquetipos del universo
poético de Yeats, encarnación del amor desgraciado) por un genérico pronombre
de tercera persona. Se trata de la más breve, sencilla y conmovedora declaración
de amor que he leído jamás. Es un placer añadido oírla en la voz del gran
Anthony Hopkins, que la recita en una escena de la adaptación cinematográfica
de 84 Charing Cross Road, que incluyo
a continuación. El que necesite leer los versos traducidos al español puede
hacerlo al final de esta entrada. Confieso que en ellos me he tomado alguna
libertad, que espero que se me perdone: puedo asegurar que ha sido fruto del
entusiasmo. El mismo entusiasmo, en el fondo, con que hoy mis jóvenes alumnas me han deseado feliz Día de San Valentín.
ÉL DESEA LOS MANTOS DEL
CIELO
(William Butler Yeats, 1899)
Si yo fuera el dueño de
los mantos del cielo,
Bordados con luz dorada y plateada,
Los azules y los tenues y los oscuros mantos
De la sombra y la luz y la penumbra,
Tendería esos mantos bajo tus pies:
Pero, al ser pobre, sólo tengo mis sueños.
He tendido mis sueños bajo tus pies;
Pisa suavemente, porque pisas mis sueños.
Bordados con luz dorada y plateada,
Los azules y los tenues y los oscuros mantos
De la sombra y la luz y la penumbra,
Tendería esos mantos bajo tus pies:
Pero, al ser pobre, sólo tengo mis sueños.
He tendido mis sueños bajo tus pies;
Pisa suavemente, porque pisas mis sueños.
Es un poema maravilloso. Ultimamente siento que todo lo que se me ocurre al leer estas páginas es triste y casi sórdido. Y me cuesta derramar mis pensamientos en un lugar tan cuidado, con tantas promesas y sensaciones de paz, estabilidad y esperanza. En fin, pisemos suavemente, no pisoteemos los sueños. L.
ResponderEliminarLos sentimientos de ira y tristeza son más habituales de lo que nos gustaría en estos tiempos difíciles, además de perfectamente comprensibles. Te aseguro que serás siempre bienvenida en este espacio, aunque sea para volcar pensamientos tan negros. En cualquier caso, para eso están palabras como las de Yeats, para consolarnos cuando la realidad se vuelve tan fea que solo queda el refugio de esa otra realidad que habita en nuestra imaginación.
Eliminarrealmente es reconfortante sumergirse en el placer de la literatura, que muchas veces puede darnos una "ayudita" en el día a día levantandonos el ánimo y muchas veces aportándonos fuerzas. En el caso de este autor me llama la atención la sutileza que expresa en sus versos al igual que le agradezco la publicación de este poema que aporta entretenimiento a un joven lector.
ResponderEliminarY.E
Me alegra mucho haber servido de puente entre las maravillosas palabras de Yeats y un lector que empieza a acercarse a la literatura. Al fin y al cabo, los jóvenes lectores son una de las facetas de mi vida a las que dedico más energía. Me alegra también saber que este blog cuenta con un nuevo lector. Bienvenido.
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