UN VILLANCICO INESPERADO

Me encantan las ocasiones en que la vida nos presenta estímulos que nos impactan o conmueven, y con el paso del tiempo vuelve a lanzarnos un cabo al que agarrarnos para completar aquello que captó nuestro interés de manera tan intensa. Esa sensación de que los elementos que componen nuestra existencia se entrelazan, de que hay múltiples correspondencias que debemos estar muy atentos para detectar y de que la realidad se hace eco a sí misma constantemente, me parece el más apasionante de los juegos. Libros remiten a libros, una sinfonía contiene las notas de una canción muy querida, un poema recoge las palabras que nos dijo alguien ya ausente, el mismo rostro aparece en dos cuadros pintados con siglos de distancia.

He vivido una situación como las que acabo de describir durante estas Navidades que hoy terminan. Todo empezó hará algo menos de un mes, y precisamente con un entrelazamiento de componentes diversos, cuando asistí a un espectáculo en el que se mezclaba la danza oriental con elementos de variados orígenes. Una de las bailarinas interpretó un solo en el que realizaba una fusión de ballet clásico y danza oriental. Su actuación me produjo una emoción extraordinaria; aquel escenario diminuto pareció ensancharse de repente para albergar a un sinfín de seres mágicos. En los días sucesivos, no podía quitarme de la cabeza la melodía que envolvía las evoluciones de aquella bailarina vestida de color plata. Busqué su nombre en Internet y encontré un vídeo que recogía otra interpretación suya de la misma coreografía, esta vez en un escenario más amplio. Ni que decir tiene que me lo descargué y lo vi repetidas veces. He de reconocer que no es una grabación muy buena y que en un momento dado la imagen de la danzarina se desenfoca por completo. A mí me gusta pensar que es de la turbación que sintió el cámara al encontrarse en presencia de un hada.

Esta mañana, la presentadora de un programa que suelo escuchar los domingos mientras me preparo para salir de casa ha introducido con entusiasmo la audición de un villancico distinto a los habituales. Se trataba de la versión jazzística de una canción de Navidad ucraniana, que fuera de su país de origen se conoce con el más accesible título de Carol of the bells. En cuanto han empezado a sonar las primeras notas del piano me ha asaltado una sensación de familiaridad: la melodía me recordaba a la que acompañaba las gráciles evoluciones de la bailarina plateada, y me ha remitido de inmediato a aquella actuación a la que asistí el pasado mes de diciembre, cuando empezaban a encenderse las luces de Navidad en nuestras calles. Por alguna razón, ambas piezas musicales establecen una misteriosa conexión en mi cerebro y producen en mi interior resonancias similares. Mientras escuchaba las hábiles maniobras del intérprete sobre el piano, he tenido la impresión de que se cerraba un paréntesis cuyos límites venían marcados por la música.

Me ha parecido una entrada adecuada para este día de Reyes incluir aquí el vídeo con la actuación de la bailarina Neftis Paloma y la versión del villancico Carol of the bells, interpretada por el pianista y compositor David Benoit. Han sido el principio y el final de estas fiestas que ahora acaban, y permanecerán para siempre conectados en mi memoria. Para mí, ha supuesto un auténtico regalo de Reyes, la casualidad que me ha hecho terminar las Navidades con este villancico inesperado.


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