PEQUEÑAS COSAS CON IMPORTANCIA
Lo
bueno de esta costumbre humana de dividir el tiempo en periodos es que el
calendario impone un orden en esa tendencia tan nuestra de hacer balance, y nos
da además la impresión de que, si las cosas no han venido bien dadas, el
siguiente plazo que nos disponemos a abordar –sea año, semana, mes o curso-
pertenece a una clase distinta y va a ser necesariamente otra historia. Yo
suelo dar un repasito mental los fines de semana a lo más llamativo de los días
precedentes. Y en este caso me he encontrado con una semana tranquila, marcada
por dos acontecimientos sin mayor trascendencia que, sin embargo, tienen el
poder de darme una buena porción de eso tan esquivo que llamamos felicidad.
El
primero lo protagonizó el miércoles una compañera del club de lectores. Ha
estado poco tiempo con nosotros (sus ocupaciones le han impedido con frecuencia
acudir a las reuniones), pero siempre se ha mantenido en contacto conmigo por
correo electrónico para hacerme llegar sus comentarios e impresiones sobre las
lecturas propuestas. Ahora las circunstancias de la vida se la llevan lejos por
un tiempo, y quiso pasarse por mi instituto para despedirse en persona. Hasta
aquí, todo normal. Lo singular de la entrevista y lo que me la hará recordar
mucho tiempo, aparte de que se trata de una persona con la que resulta fácil y
gratificante el simple acto de conversar, es que esta compañera tuvo el detalle
de traerme como regalo de despedida un pedacito de la tierra a la que encamina
sus pasos. Y cómo se hace eso, fui la primera en preguntarme cuando me lo
anunció. He de aclarar previamente que esa tierra a la que se dirigirá en breve
es Melilla. Y su forma de hacerme llegar una porción del que será dentro de
poco su hogar fue reunir en un platito de cerámica bolsitas con especias típicas
de la zona: ajonjolí, canela, jengibre. No me detendré a describir el placer
con el que, como una niña, me he dedicado una y otra vez a acercar esas
primorosas bolsitas a mi nariz para aspirar su aroma. Mágico poder el de los
olores: cada vez que lo hago, me siento transportada a un ruidoso bazar lleno
de colorido y tráfago de compradores. Ahora mismo tengo el recipiente junto a
la pantalla de mi ordenador, y me parece que esta entrada está adquiriendo gracias a él un
carácter distinto.
Pero
las gratas sorpresas del miércoles no terminaron ahí. Tras despedirme de
esta compañera de lecturas, subía yo con una sonrisa y con mi preciado regalo
bajo el brazo a la biblioteca del instituto, y nada más entrar en ella me
abordó un alumno al que le he dado clase varios años. Es un chico de esos que
no engrosa las estadísticas del botellón, ni de adicción a las redes sociales, ni
de asistencia a macrofiestas. Es un muchacho con aficiones distintas a las de
la mayoría, o al menos a las de la mayoría que se nos impone desde los medios
de comunicación. Con frecuencia está solo y sobre él pesa la losa de “raro”.
Mientras me iba yo organizando para atender el préstamo de libros que se
realiza durante los recreos, el chico me lanzó esta sorprendente pregunta: “Una primera edición de “El Principito”,
¿tiene más valor económico o sentimental?” Aquí conviene aclarar que una de
las cosas que más me gustan de mi trabajo es que, pese a que llevo en él
bastantes años, los alumnos no dejan de sorprenderme. Mi cara de desconcierto
fue tal que el muchacho se apresuró a darme una explicación: en su casa tenían
una y su padre estaba intentando venderla. “A
mí me da mucha pena”, continuó. “Es
tan bonita, con esos dibujos desvaídos…” La respuesta que le di me salió
del alma. “Yo no la vendería por todo el
oro del mundo”, le dije con emoción. Creo que, en ese juicio valorativo,
estaba incluyendo también a mi interlocutor.
Son dos historias, Bea, que me hacen pensar en la importancia de estar lo suficientemente vivo como para no dejar pasar esos momentos que nos deja el día a día, tan sencillos pero tan valiosos; que nos hacen sentir que merece la pena estar ahí.
ResponderEliminarYo estoy convencida de que la felicidad nos viene así, en pequeñas dosis, en detalles que -estoy de acuerdo contigo- hay que estar vivo y atento para no pasar por alto. Como el hecho de volver a leerte en este espacio después de tanto tiempo, Confidente fiel.
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