MIS FOTÓGRAFOS (III)
El
fotógrafo estadounidense Saul Leiter (nacido en 1923) comenzó a finales de la
década de los cuarenta a tomar fotografías en color que durante mucho tiempo
mantuvo inéditas. En ellas retrata entornos urbanos con fina sensibilidad de
pintor y una gama cromática de extraordinaria delicadeza. Es el caso de este Café, París fotografiado en 1959. Con
frecuencia, Leiter se deja llevar por su fascinación por los espejos y cristales
para crear ambientes de voluntaria ambigüedad: es un reto localizar en esta
imagen el punto exacto en que se ubica la cristalera que separa el interior del
local de la calle; hay todo un juego de reflejos que despistan al espectador y
proporcionan lecturas diferentes. El brazo masculino que aparece junto a la
mujer que escribe, ¿pertenece a alguien sentado dentro o fuera del café, a este
lado o al otro del cristal? Atención a
la maravilla de la gradación de enfoques, que va desde la nitidez perfecta del
sifón metálico de encima de la mesa hasta el difuminado de las figuras que se
pierden en la distancia. Y qué decir de las cabelleras rojas de los dos
personajes femeninos. Toda la historia de la pintura está contenida en esta
fotografía compleja y sugerente.
El
fotógrafo francés Edouard Boubat (1923-1999) comenzó su actividad tras la
Segunda Guerra Mundial, con imágenes como esta titulada La Petite Fille aux feuilles mortes, realizada en 1946.
Según sus propias manifestaciones, cuando Boubat tomó una cámara entre las
manos por primera vez, lo hizo guiado por su interés por el arte, al dibujo y
la belleza, pero sin ningún conocimiento previo sobre la técnica fotográfica.
Emprendió así su carrera con una mirada limpia, desprovista de prejuicios y modelos,
y llevado por el deseo de plasmar al ser humano en sus distintas situaciones y
actitudes vitales. Esta imagen de la pequeña que se ha fabricado un disfraz con
hojas secas del parque es muy célebre y se ha convertido en un emblema de la
infancia. Es evidente la razón: todo el encanto y el desvalimiento de nuestros
primeros años de existencia están contenidos en esta figurita enternecedora,
cuyo rostro se nos oculta, pero de la cual podemos adivinar sus sueños, sus
aspiraciones, sus deseos frente a su propia vida, que se despliega frente a
ella como esos árboles hacia los cuales dirige su mirada.
Las
fotos antiguas poseen para el que las contempla desde la posteridad un encanto
impreciso y melancólico. Si a eso se une la voluntad del autor de transmitir una
sensación de misterio, surgen imágenes como la titulada Sueño, realizada en 1910 por la fotógrafa estadounidense Imogen
Cunningham (1883-1976), que acababa por estas fechas de iniciar su largo camino
de exploración de la realidad a través del objetivo de una cámara. Una
iluminación irreal difumina los contornos y dota a esta modelo de expresión
ausente de un aura sobrenatural. La ambigüedad del título nos confunde: ¿está
la mujer protagonista presa de una ensoñación, o ella misma se ha escapado de
un sueño? Suponemos que ya en el momento de su creación tenía esta fotografía
un aire enigmático; el tiempo, con su pátina mágica, no ha hecho más que
aumentar su poder de sugestión.
La
obra del fotógrafo británico Don McCullin (nacido en 1935) refleja con mirada
certera y sin concesiones un Reino Unido suburbial, oscuro y violento. Frente a
su cámara desfilan desempleados, manifestantes, tribus urbanas y vagabundos, en
imágenes crudas e impactantes, pero a la vez llenas de fuerza y dignidad. Solo
él podía sacar a la luz la belleza oculta tras la envoltura triste y sucia de
una zona industrial, y así lo hace en esta fotografía titulada Early morning, tomada en West
Hartlepool en 1963. La delicada gama de grises de las siluetas en
el horizonte, la línea del humo que cruza el cielo, el juego de las luces que
permanecen encendidas y la calmada actitud de la figura del caminante que nos
introduce en el paisaje: todos los elementos que se despliegan frente al
objetivo de McCullin colaboran para que esta barriada industrial en la que la
vegetación crece a su antojo y nadie se molesta en levantar las vallas caídas
esté llena de la suave poesía del día que comienza.
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