FUTUROS ESCRITORES (I)

Qué tentador, mirar a los ojos de uno de los grandes de la escritura cuando todavía está en el comienzo de su vida e intentar reconocer en su mirada, en su gesto, en su actitud, los rasgos de su futura personalidad. Buscar al poeta, al novelista, al dramaturgo; al innovador, al perfeccionista, al romántico, al extravagante; al creador de tramas fabulosas, al padre de personajes que nos emocionarán. Al autor que nos estremecerá con sus historias, al que nos mantendrá pegado a sus páginas, aplazando cualquier otra actividad para después de la lectura. ¿Qué hay de él o de ella en esa pequeña criatura que va al colegio, que se aferra a su madre, que tiene las lágrimas fáciles, que mira a la cámara con sonrisa ingenua o con tímido recelo? ¿Qué presagios encontramos en estos rostros infantiles de los futuros escritores?


Este encantador pilluelo que parece extraído de una película de los albores del cine llegó a ser con el paso de las décadas un creador de versos memorables, uno de los grandes que supo comprender que la palabra del poeta no tenía por qué ser inaccesible a la inmensa mayoría. A la izquierda, Ángel González niño; a la derecha, el anciano de estampa venerable que todos recordamos.


Esta angelical criatura a la que sin duda los pintores prerrafaelistas se habrían disputado como modelo se llamaba Agatha Mary Clarissa Miller. Con los años, adoptó el apellido de su marido y fue la autora de más de ochenta novelas, para las que tramó incontables crímenes, coartadas, móviles, armas asesinas, venganzas y falsos testimonios. Ella fue la creadora del pulcro detective belga Hércules Poirot y de la encantadora señorita Marple. Es, por supuesto, Agatha Chistie, unas cuantas décadas antes de convertirse en la anciana de pelo blanco que todos guardamos en la memoria.


"Durante los primeros tiempos de mi vida fui un privilegiado: hijo único, nieto y sobrino casi único”. Así describe su más temprana infancia el escritor Antonio Muñoz Molina en el Autorretrato incluido en su página web. Esta imagen nos brinda la oportunidad de conocer a tan afortunado niño, que nos observa con gesto cachazudo desde su imponente posición de jinete sobre un caballo de feria. Son deliciosos el borde dentado de la fotografía y el detalle del sombrero andaluz. No en vano el pequeño Antonio pasó su niñez y adolescencia en su Úbeda natal, la Mágina que recrearía años más tarde en su obra novelística.


Franz Kafka fue un niño frágil, que creció rodeado de mujeres y bajo la sombra opresiva de su padre, un hombre de orígenes modestos que volcó en su primogénito todas sus ansias de ascenso social. El pequeño Franz era un niño cuidado, primorosamente vestido y que asistía a las mejores escuelas. Aquí lo vemos retratado a muy corta edad, en un estudio de fotógrafo, con su elegante traje y su bastón, sosteniendo un sombrero descomunal y mirando con envaramiento hacia un lado, como buscando una puerta por la que salir huyendo. No se ve cómodo al pequeño Franz en su papel de niño bien, igual que no destilarán precisamente tranquilidad sus escritos de adulto, que nos hacen imaginar a su autor inmerso en un mundo que le es ajeno, ataviado con ropajes y obligaciones que le vienen grandes, encerrado en una habitación de la que busca desesperado la salida.

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