FRAGMENTOS DE ESPEJO
En uno de los capítulos finales de Espejo roto, de Mercè Rodoreda, un personaje tropieza y cae llevando un espejo en la mano. Cuando lo mira, se encuentra con que solo quedan pedazos, algunos dentro del marco, otros diseminados alrededor. Los va recogiendo pacientemente y los encaja en su sitio. En ese momento dice la autora: “Y de pronto en cada fragmento de espejo vio años de su vida vivida en aquella casa”.
Espejo roto es una novela que lleva su propio armazón, su propia fórmula, escrita en el título. Se me ocurre otro ejemplo: en Rayuela, el gran Cortázar nos propone saltar despreocupadamente de capítulo en capítulo, sin cuidarnos de respetar el orden, con la libertad del niño que brinca de casilla en casilla sobre una rayuela pintada con tiza en el suelo. En Espejo roto, Mercè Rodoreda dinamita ese espejo de la novela realista tradicional, que refleja fielmente la vida que frente a él se desarrolla, y lo reduce a añicos. Para ella, la trayectoria de la familia Valldaura es un conjunto de fragmentos separados, de imágenes poderosas, bellísimas, inquietantes, que a veces parecen cuadros en los que los personajes se inscriben sin que se nos haya contado cómo han llegado hasta allí. Ni una sola de las fórmulas clásicas para expresar el paso del tiempo: “Dos años después”, “la siguiente primavera”, “el año 1909”… Prohibidas. Terminantemente. De pronto, nos encontramos con que a una mujer que era un esplendor de fuerza y juventud ya no la sostienen las piernas. O con que una criada a la que vimos entrar adolescente en el servicio de la casa no se atreve a desnudarse frente a sus compañeras porque su cuerpo ya no es fresco y lozano como el de ellas. O con que el padre de familia, adorado por su hija, ya no está. Su alfiler de corbata, adornado con una perla gris, lo luce ahora el amante de su esposa. El tiempo fluye, los coches de caballos ceden paso a los vehículos de motor, las mujeres se cortan el pelo pero una de las protagonistas se resiste a hacerlo. Desfilan por el fondo de la trama, como de refilón, los grandes acontecimientos de la España del siglo XX: la Semana Trágica, la República, la Guerra Civil. La maleza y las ratas se apoderan del jardín. Operarios a bordo de camiones acuden a desmantelar el caserón. Hasta los fantasmas se evaporan.
Es la tercera vez que leo esta novela de Mercè Rodoreda, y cuando evoco el momento en que se produjo cada lectura, tengo también la curiosa impresión de mi vida como fragmentos inconexos de un gran espejo. La leí con veinte años en la facultad, la releí en la época en que llegué a trabajar a Valmojado, la vuelvo a releer ahora. Tres momentos con luces distintas, con distintas texturas y sensaciones. En el primero me veo en los jardines de la universidad, donde tengo la impresión de que siempre era verano, y en el segundo entrando por primera vez al instituto en el que –quién me lo iba a decir entonces- llevo trabajando más de diez años. Y en el último me veo, en fin, entrando ahora, como lo hago a diario, con la tranquilidad del que ingresa en un ámbito que le resulta muy familiar. Qué título les pondría Mercè Rodoreda a estos tres capítulos, a estos tres pedazos de vida, a estos fragmentos de espejo.
Releída la novela, reparo sin sorpresa en cuánta verdad y tristeza hay en esa atmósfera tan simbólica de Rodoreda. En cuántas veces los silencios, el descubrimiento de lo irreparable, los desencuentros y amores equivocados, componen los fragmentos de espejo de nuestra vida. Y, entre medias, broches con historia y esquejes de un rosal querido que, como Armanda, deseamos conservar… Mañana seguimos compartiendo impresiones, compañera. Choni.
ResponderEliminarAl viajar siempre me han llamado la atención los edificios en ruinas: casa, granjas, pequeñas iglesias. En ocasiones no se entiende cómo a alguien se le ha podido ocurrir construir una casa en un descampado semejante. Pero siempre pienso que cuando lo hicieron pusieron en él toda su ilusión. La imagen que nos da Rodoreda con el palacete en ruinas, es el reflejo de vidas en ruinas, duras, solas. Todavía me ha entristecido más ver a Aloma salir de su jardín, incorporándose a calles oscuras, sin futuro. Espejos rotos que reflejan retazos de vida. ¡Qué peligroso es mirar atrás! ¡Qué esfuerzo mirar siempre hacia adelante! Abrir tu blog nos da esperanza. Lola
ResponderEliminarA mí también me parece, Choni, que esta novela de Rodoreda contiene mucha verdad, y me lo parece más a medida que me hago mayor. Y no solo por la tristeza que hay en ella -es cierto que es una novela muy triste-, sino también por la intensidad con la que refleja la fuerza de la vida y la juventud, la pasión en su apogeo, la belleza de las cosas. Lo terrible es que toda esa hermosura está condenada a desaparecer y después de ella solo queda la tristeza. Ya te iba echando de menos en este espacio, Choni. Gracias por volver.
ResponderEliminarMe pasa lo que a ti, Lola: las ruinas siempre me han atraído mucho. Es verdad que hacen volar nuestra imaginación sobre las personas que las habitaron y nos producen la tristeza de lo perdido, pero yo también les encuentro una belleza especial, como si su carácter incompleto fuera una ventana abierta a nuestra imaginación. Hay edificios en ruinas que me han parecido bellísimos y que, estoy segura, no tendrían para mí tanto encanto cuando estaban enteros y en uso. Tal vez tenga razón Marguerite Yourcenar cuando en "El tiempo, gran escultor” defiende la idea de que en ocasiones las obras de arte que han llegado a nosotros incompletas o deterioradas adquieren un mayor encanto, un poder de sugerencia, que no tenían cuando fueron creadas.
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