EL MISMO CRISTAL
Este verano andaba yo husmeando en nuestro Siglo de Oro (y realmente, hay mucho donde husmear) porque me rondaba una idea para una novela, cuando encontré datos sobre una escena que me resultó deliciosa. En una de las múltiples academias literarias que se celebraban en la Corte por esta época, en las que escritores de mayor y menor talento se reunían a hacer alardes de ingenio, competir, disputar y escribir pullas sobre los ausentes, el gran Lope de Vega se dispone a leer a la concurrencia unos versos que ha compuesto para la ocasión. Pero se encuentra con un problema: le falla la vista y no lleva encima unos lentes que le ayuden a salir del paso. Menos mal que en la sala se encuentra un novelista enjuto con el que no se lleva nada bien, pero que acude en su ayuda prestándole sus anteojos. Este segundo escritor con problemas de vista es don Miguel de Cervantes. El mismo Lope dará cuenta del episodio con mucho humor: “Yo leí unos versos con unos anteojos de Cervantes, que parecían huevos estrellados mal hechos”. Los dos mayores talentos literarios de la época –con permiso de Francisco de Quevedo- mirando el mundo a través del mismo cristal. Aunque, considerándolo bien, Quevedo habría podido unírseles y poner a contribución del grupo sus célebres anteojos.
Siguiendo con gafas ilustres, me vienen a la cabeza unos versos entrañables de Antonio Machado, en los que el poeta profesor se describe a sí mismo meditando en su despacho de Baeza, en medio de un caos de papeles. La tarde declina y le va faltando la luz; llega un momento en que leer se convierte en un problema, y don Antonio lo describe así:
Anochece;
el hilo de la bombilla
se enrojece,
luego brilla,
resplandece
poco más que una cerilla.
el hilo de la bombilla
se enrojece,
luego brilla,
resplandece
poco más que una cerilla.
Dios sabe dónde andarán
mis gafas... entre librotes,
revistas y papelotes,
¿quién las encuentra?... Aquí están.
Y finalmente, por aquello de que la pintura siempre termina por aparecer en este espacio, el encantador “Autorretrato con gafas” del pintor francés Jean Siméon Chardin, que se inmortaliza de esta manera tan alejada del fasto y el envaramiento dieciochescos.
Ahora que lo pienso, en los últimos tiempos he compartido más de una vez gafas con algunos de los que os asomáis habitualmente por este blog. Es decir, que también nosotros hemos experimentado ese curioso hermanamiento de mirar el mundo a través del mismo cristal. Y es que a todos nos ha ido pasando lo mismo con los años. Está claro que leemos mucho.
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