EL CAMINO DE LA ROSA

Hace unos días publiqué una entrada sobre los libros que llegan a nuestras manos desde lugares distantes y que traen, además del contenido que se espera de ellos, una historia añadida de manos y vidas por las que han pasado previamente. Uno nunca sabe, cuando da la orden de “publicar entrada”, si sus palabras van a interesar o no a alguien. Pero el caso es que ese artículo en seguida recibió comentarios, y las estadísticas del contador –chivato maravilloso- me señalan que se ha convertido en uno de los más leídos. Quizá por eso le he estado dando vueltas al tema y me he acordado de una historia que oí hace años sobre la singular trayectoria de otro hermoso objeto.

El pintor holandés Frans Hals retrató en torno a 1650 a la pareja formada por Isabella Coymans y su esposo, Stephanus Geraerdts. Lo hizo en dos cuadros distintos, pero pintados para ser dispuestos uno junto al otro y unidos por la intención y la complicidad de sus personajes: desde el retrato de la derecha, la esposa sonríe en dirección a su marido y le ofrece una rosa; el hombre, desde el lienzo vecino, tiende la mano hacia ella para recibir la ofrenda. Uno espera que el milagro se produzca y la flor roja atraviese los marcos y salte de un cuadro a otro. Eso, claro está, si tiene la suerte de ver un retrato junto al otro en un libro o por medios virtuales. Porque en la vida real, esto no es posible desde hace más de un siglo. Y es aquí cuando comienza la trayectoria rocambolesca de uno de los dos retratos, el de la sonriente Isabella.


Posiblemente la imagen de la joven que ofrece la rosa resultó más llamativa que la de su orondo marido; el caso es que en el siglo XIX los dos cuadros fueron separados cuando el de ella inició un periplo que incluye la compra por varios de los Rothschild y la confiscación por las autoridades nazis en la Francia ocupada. Resultado: en la actualidad, el marido tiende su mano desde la pared del Museo de Bellas Artes de Amberes esperando la rosa que su mujer le ofrece desde los muros de una colección privada de París. El camino que tiene que recorrer la rosa se ha vuelto, por azares de la vida, realmente complicado.

¿Por qué conozco esta historia? Porque tiene un epílogo maravilloso: hace unos diez años, se organizó una exposición monográfica sobre Frans Hals que pasó por tres museos: uno en Washington, otro en Londres y finalmente uno en Haarlem, ciudad natal del pintor. Y en esa exposición, por primera vez en más de cien años, se reunieron los retratos de los dos esposos tan largamente separados, y los meses que duró el evento, el camino que debía recorrer la rosa de mano a mano volvió a acortarse. En el Telediario dieron noticia de la exposición y comentaron la anécdota del reencuentro de los esposos; yo la archivé en mi memoria y no me había vuelto a acordar de ella hasta estos últimos días. Y es que los recuerdos, como los libros y los cuadros, recorren sinuosos caminos de ida y vuelta.

Comentarios

  1. Desde que vi los dos cuadros, que me parecen de una delicadeza increible, no he dejado de pensar en lo que significan, teniendo en cuenta su historia. Ella ofrece una rosa, él tiende la mano para cogerla pero ... es imposible. ¡Qué magnífico ejemplo de incomunicación! Cuántas veces tendemos la mano para recoger una rosa que no llega, cuantas veces nos ofrecen una rosa que no somos capaces de ver. Qué nos impide llegar al otro, qué nos impide percibir su ofrenda. Al fin leeremos "Amor perdurable" Lola

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  2. Me parece a mí, Lola, que esto de trabajar juntas tantos años ha terminado por hacernos pensar al unísono: precisamente vengo de la Casa del Libro, de preguntar si es posible conseguir ejemplares de "Amor perdurable" de Ian McEwan para nuestro club de lectores... y me han dicho que no me lo pueden garantizar. Mucho me temo que esa rosa que nos tiende McEwan con su historia no va a llegar a su destino, como la flor de los esposos holandeses. Al menos de momento. Seguiremos esperando, igual que ellos.

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  3. Solo puedo dar las gracias por esta historia que desconocía completamente. No me canso de mirar. La expresión de ambos parece atravesar el tiempo, fresca y actual. No acusa esa especie de "pátina psicológica" que los siglos imprimen a muchas pinturas, mostrando el paso del tiempo en la pose, en la mirada, en toda la actitud del personaje. En cambio, Isabella parece estar sonriendo en este mismo instante a su marido, totalmente cómplice, sin importarle mucho el periplo de su rosa; como si estuviera convencida del poder de su amor para ir y venir a voluntad, esquivando las barreras de tiempo y espacio. Para mí ha sido un regalo ver estos cuadros. Loli

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  4. Me alegra que te gusten estos cuadros tanto como a mí, Loli, y que aprecies la extraordinaria vida que desprende el retrato de la sonriente Isabella. Probablemente, ese encanto fue lo que llamó la atención y causó que empezara su periplo de mano en mano, separada del retrato de su marido, que espera en vano recibir la rosa de su compañera, tan lejana.

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