EL MAR DE LOS SUEÑOS
Estoy cansada. Tengo un par de horas libres. O más bien: tengo un par de horas libres porque estoy cansada y decido no trabajar más. Se me ocurre emplear ese tiempo inesperado en ver una película. No una serie, esa ficción dosificada en cápsulas adaptadas a la prisa, el ajetreo, la falta de concentración, la impaciencia (un episodio me parece la medida de la incapacidad moderna para la reflexión, la perfecta encarnación de la inmediatez y la vehemencia que dominan nuestras vidas). Hoy pretendo sumergirme en una historia larga y conclusa, que no me remita a otro rato perdido días después. Me acomodo pues en el sofá y me conecto a una plataforma que, como un avestruz, despliega frente a mis ojos su repertorio de piezas cinematográficas. Con el mando me voy desplazando sobre ellas. Por turno, el rectángulo que contiene título y créditos se agranda, ocupando el espacio de la pantalla, y una de las escenas de la película cobra vida. Veo policías persiguiendo a malhechores por ciudades oscur