EN EXPOSICIÓN (XXV): LUISA ROLDÁN
Desde
finales de noviembre, se puede ver en el Museo Nacional de
Escultura de Valladolid la exposición dedicada a la artista barroca Luisa
Roldán. Se trata, como han hecho notar numerosos medios de comunicación, de la
primera vez en la historia de dicha institución que se pone en pie una muestra
en torno a una figura femenina. «La Roldana», como solemos conocerla
habitualmente, fue una mujer luchadora que, aparte de estar dotada de
singulares pericia y sensibilidad para la escultura, se enfrentó a dificultades
sin fin para que su talento fuera reconocido y para obtener el título de
«escultora real», que finalmente consiguió, aunque sus correspondientes prebendas
económicas le resultaron esquivas. Es fácil imaginarse la satisfacción que
sentiría esta artista infatigable si se supiera la primera mujer protagonista
de semejante acontecimiento; la historia del arte está plagada de
compensaciones póstumas como esta. La presente entrada va acompañada de
fotografías tomadas por mí durante la visita a la exposición. Pido disculpas
por la falta de definición de algunas imágenes y por los indeseados reflejos de
cristales protectores, pero he preferido emplearlas porque recogen el precioso
ambiente creado en la muestra, con los fondos oscuros sobre los que destacan
rostros y vestimentas y con una iluminación cuidada hasta el último detalle.
Dotada de la capacidad de hacer grande lo pequeño, Luisa Roldán se especializó en la elaboración en barro cocido de figuras de reducido tamaño que servían para secundar la piedad doméstica de su amplia clientela. Creó así grupos que representaban escenas religiosas en las que la referencia a santos y personajes bíblicos se mezclaba con una plasmación de la vida cotidiana. Es el caso de esta preciosa pieza titulada «La educación de la Virgen», que recoge un tema ausente en los evangelios, pero de profundo arraigo en la devoción popular de la época.
Reconozco mi debilidad por esta obra llena de detalles encantadores: la sonrisa maternal de Santa Ana, la expectación de los ángeles y la deliciosa actitud de concentración de la Virgen niña. La presencia de una corona y dos escudos nobiliarios en el trono que ocupa la madre dan cuenta de la vinculación de esta pieza con la familia real, a la que va destinada. Lo grande y lo pequeño, lo elevado y lo sencillo: en ese afán de la gran Roldana por llegar a lo más alto, nos dejó detalles menudos y maravillosos como el dedito que la Virgen apoya en el libro, con ese gesto tan usual en quienes dan sus primeros pasos en la lectura. Es el signo de los grandes artistas, extraer la belleza que pasaría inadvertida a miradas menos sagaces.
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