VILLANOS
De
niña aprendí que en la antigua Roma existió un emperador loco que ordenó
prender fuego a la ciudad para contemplar el incendio desde su palacio,
mientras tocaba la lira. También supe de otro que nombró cónsul a su caballo y
que —de esto me enteré más tarde— abrió en canal a su hermana embarazada.
Supongo que mis profesores de Historia se esmeraron en inculcarme otros saberes
más fiables y contrastados, que me ayudaran a entender el devenir del ser
humano y con ello el mundo que me rodeaba, pero mi mente fantasiosa se
escabullía de forma irremediable hacia esas anécdotas malsanas que trazaban la
semblanza de villanos monstruosos, hiperbólicos, gratuitos. Crecí con la
convicción de que esos aparatosos malvados eran cosa de la antigüedad, de un
terreno fronterizo entre la realidad y el folklore. En mi mundo moderno y
funcional, de dirigentes en traje de chaqueta y avión presidencial, podían
existir malvados infinitamente más peligrosos, que serían fríos y metódicos en
su capacidad de hacer el mal, pero carecerían de la puesta en escena de aquellos
ogros envueltos en oropeles de guardarropía.
Hoy
he comido fuera de casa y, en un momento dado, me he encontrado haciéndolo
frente al telediario. Entre escenas de discusión política y alharacas
deportivas que he ido siguiendo con el rabillo del ojo, unas extrañas imágenes
han prendido mi atención. Lo que de forma tan repentina me ha sacado de mi
atonía es un vídeo con la apariencia falsa y retocada de la inteligencia
artificial. El vídeo en cuestión comienza con las ruinas de un escenario de
guerra desgraciadamente muy reconocible. Individuos armados, gente caminando entre
escombros, un chiquillo arrodillado en medio de la destrucción. Y, de pronto, ocurre
algo sorprendente: una mujer y dos niños se asoman a una abertura en un muro que,
como en los cuentos de hadas, conduce a una realidad inesperada, a una playa de
arenas blancas y aguas turquesa flanqueada de rascacielos, a unas calles limpias
y transitadas. El hombre más poderoso del planeta y su adlátere, el
multimillonario tecnológico, aparecen pronto en medio de este tópico e intercambiable
paraíso turístico que podría estar lo mismo en Bali que en las Bahamas. Vemos al
adlátere tecnológico dando cuenta con muy buen apetito de varios platos de aspecto
hipercalórico. Por su parte, el hombre más poderoso del planeta aparece
reproducido en globos y estatuillas doradas, en una curiosa exacerbación de su
natural —o no tanto— tono anaranjado. Tenemos además el dudoso honor de verlo,
rosáceo y tripón, tumbado en bañador en una hamaca, junto al siniestro
dirigente responsable directo de las ruinas sobre las cuales se proyecta esta
glorificación de las vacaciones perpetuas. En el culmen del desvarío, creo ver
a unos barbudos bailando danza oriental. Como se trata de un telediario 24
horas y el vídeo se repite varias veces en un breve lapso, tengo ocasión de
confirmar que sí: unos hombres de larga barba negra y turbante, ataviados con
vaporosos velos, ejecutan un elegante movimiento con sus cuerpos esculturales,
obviamente femeninos. A estas alturas, no sé lo que estoy viendo. Menos mal que
el adlátere tecnológico acude para aclarármelo: ha dejado los nachos y las
pizzas y se dedica a lanzar billetes por encima de veraneantes que lo aplauden.
El dinero sobrevuela esta y varias escenas sucesivas en las que niños saltan
para alcanzar los billetes y el cielo se vuelve gloriosamente crepuscular. Es
el triunfo del capitalismo más despiadado y hortera. Temiendo tal vez pasar a
un segundo plano, el hombre más poderoso del planeta aparece junto a una
bailarina medio desnuda (esta no tiene rostro de barbudo) y, finalmente, transformado
en una gigantesca escultura dorada que preside una plaza. Como culminación, leemos
su apellido sobre una puerta luminosa que da acceso a este —de momento—
hipotético resort.
Podría
ser un disparate divertido, una exaltación absurda y chabacana del materialismo
más cerril, pero este proyecto pretende situar semejante desvarío capitalista en
uno de los territorios más dolorosamente torturados de la historia reciente. Es
indiferente a la desgracia, es cruel y banal, es incomprensible. Es un
ensañamiento efectista y prescindible con los muertos, con los heridos, con los
supervivientes de una guerra atroz. He visto el vídeo en bucle, sin salir de mi
asombro. Por mi cabeza rondaban recuerdos de emperadores enloquecidos. La
persona que comía conmigo ha dicho, con delicioso candor: «Sería maravilloso
que, si lo construye, nadie quisiera ir». Cómo me gustaría creerlo posible,
como cuando de niña pensaba que los villanos que hacían un espectáculo del mal
solo existían en las historias antiguas.
Los chicos bailarines de Afganistán, del periodista afgano Najibullah Quraishi, lo del bacha bazi, los maquilan y los visten de mujeres, es de un grado de tortura terrible, ya casi no me asombro de nada.
ResponderEliminarNo conocía esta terrible práctica. He buscado información, he leído un par de artículos y he localizado el documental..., pero de momento no he reunido valor para verlo. En mi caso (no sé si soy una ingenua o una ilusa), el asombro sigue estando ahí.
EliminarTan sólo una puntualización en referencia al título que se le atribuye al "hombre más poderoso de la Tierra". Es ese un título que se concede a través de un viciado sistema electoral carente de verdadera legitimidad celebrado en un país construído sobre las cenizas de un puñado de verdaderos países por la fuerza de las armas. No, no tuvo un buen comienzo el que también es llamado "el país más poderoso del planeta". Otro título que se da a un país cuyo "poder" no es otro que la fuerza y la ausencia de cualquier escrúpulo moral construído sobre el legítimo poder de personas y soberanías. No este señor-naranja ni su país tienen ningún poder sobre cualquier persona de buena voluntad.
ResponderEliminarValiosa puntualización: el señor-naranja y su país no tienen ningún poder sobre cualquier persona de buena voluntad. Así sea.
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