SOBRAN LAS PALABRAS
Lo
que no sale en la imagen es un elemento que se encontraba justo a espaldas del
fotógrafo: una pantalla en la que se proyectó, en la primera parte del acto,
una larga lista de nombres. Los primeros venían acompañados por un dato
sobrecogedor: «cero años de edad». Pasaban uno tras otro, muy deprisa, en una macabra
retahíla que parecía no ir a terminar jamás. Llegado cierto punto, la precisión
junto a los nombres fue variando: un año, dos, tres, cuatro. Eran los niños
muertos. No era posible leer sus nombres, dada la velocidad a la que se
sucedían. Aun así, no dejaban de pasar.
—Van
a ser solo los niños —dijo una voz cerca de mí—. Si proyectamos a todos, tardaríamos
una hora.
Y
así siguieron desfilando sobre el fondo negro de la pantalla: los nombres, los
apellidos, las edades. Palabras y más palabras.
Sobran las mías.
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