SOBRAN LAS PALABRAS

Esta fotografía que muestra a un grupo de personas reunidas a la luz de las velas no recoge un acto navideño (aunque tal vez sí, en cierto sentido). Es un momento de la vigilia que se celebró ayer en la Plaza de Oriente de Madrid para honrar a las víctimas del genocidio de Palestina.

Lo que no sale en la imagen es un elemento que se encontraba justo a espaldas del fotógrafo: una pantalla en la que se proyectó, en la primera parte del acto, una larga lista de nombres. Los primeros venían acompañados por un dato sobrecogedor: «cero años de edad». Pasaban uno tras otro, muy deprisa, en una macabra retahíla que parecía no ir a terminar jamás. Llegado cierto punto, la precisión junto a los nombres fue variando: un año, dos, tres, cuatro. Eran los niños muertos. No era posible leer sus nombres, dada la velocidad a la que se sucedían. Aun así, no dejaban de pasar.

—Van a ser solo los niños —dijo una voz cerca de mí—. Si proyectamos a todos, tardaríamos una hora.

Y así siguieron desfilando sobre el fondo negro de la pantalla: los nombres, los apellidos, las edades. Palabras y más palabras.

Sobran las mías. 

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