EMBOSCADOS
Me paso la vida jugando con las palabras. Lo hago en mis ratos libres, en el tiempo dedicado a la escritura, en mis clases. Aunque con frecuencia los alumnos no sepan verlo o yo no sepa transmitírselo, ese juego es el que subyace a muchos ejercicios gramaticales: busca antónimos, crea una familia léxica, forma palabras con estos prefijos, ¿de qué palabra se deriva esta otra…? Reconozco que dichas actividades vienen con frecuencia envueltas en una parafernalia disuasoria. Morfema gramatical, morfema derivativo, campo semántico, hiponimia, parasíntesis. Es fácil rendirse o —es otra forma de rendición— tirar de memoria, aplicar la fórmula y salir huyendo: a otra cosa. Pero, de vez en cuando, descubro una chispa de interés en los ojos de algún estudiante que acaba de encontrar la vinculación entre dos términos que creía por completo ajenos entre sí o que ha localizado el elemento básico que late en el fondo de una palabra y le da significado. Las denominaciones que usamos los profesores de lengua para designar a esta partícula esencial que insufla la vida a las palabras son francamente antipáticas: morfema léxico, lexema. Cuánto más simple y clarificador es aquel tradicional «raíz» con el que yo llamaba de niña a la parte que no varía de un vocablo, la que lo ancla al suelo y le da solidez, como si traspasara la superficie de la tierra y se expandiera bajo ella. Si podemos pasear entre las palabras sin que se nos escapen, como si camináramos por un bosque, es gracias a esas raíces. Y de bosques precisamente trata esta entrada.
Ayer mismo, cualquier observador habría podido ver encenderse en los ojos de esta más que veterana estudiante esa chispa de interés de la que hablaba más arriba. Había hecho un descubrimiento que iluminaba el significado de una palabra que creía conocer: emboscado. El diccionario de la RAE le asigna una definición de alcance restringido y resonancias militares, según la cual un emboscado es un «hombre que elude el servicio militar en tiempo de guerra». Para mí, en cambio, es un término de connotaciones oscuras y amenazadoras, no exentas de romanticismo. Emboscados son los proscritos, los míticos bandoleros de las historias de mi adolescencia, los fugitivos, los que aguardan ocultos en las sombras, en noches sin luna, entre las peñas, en recodos de caminos y desfiladeros, el paso de una víctima o un enemigo al que atacar. No se me había ocurrido, creedlo o no, pensar que emboscado viene de bosque. Y eso que nada podría ser más lógico: ¿qué mejor modo de acechar que camuflado en la espesura? Desde que lo descubrí ayer, en circunstancias que me dispongo a relatar, la palabra emboscado me parece más hermosa, porque tiene en su mismo centro un bosque. En este caso, hablar de raíz tiene más sentido que nunca.
Los emboscados modernos no son salteadores de
caminos ni desertores que huyen de la guerra. Son personas que deciden alejarse
de la ciudad para reintegrarse a la forma original y primigenia de vida: la que
brinda el bosque. Esta acepción aún no la recoge el diccionario de la RAE, pero
está claro que lo hará, dado que se refiere a una realidad creciente. Los emboscados
han proliferado desde la toma de conciencia que supusieron la pandemia y su
consiguiente confinamiento, que con tanta angustia vivimos en los entornos
urbanos, pero no son un invento moderno: tienen ilustres precursores, como el
escritor y filósofo Henry David Thoreau y la pintora Georgia O’Keefe. Así nos
lo recuerda un emboscado actual, el naturalista y escritor Joaquín Araujo, en
un precioso vídeo titulado Los lenguajes de la natura, inscrito en el
proyecto Volver a la naturaleza del Museo Thyssen Bornemisza. Su visión
ha supuesto para mí una inyección de sosiego y claridad mental en un momento en
que ambas cosas me eran muy necesarias. Me he sentido emboscada como este tipo
genial, estupendo divulgador, poeta de las palabras y de la naturaleza; de su
mano, me he visto rodeada de vegetación real y pintada: la que puebla la zona
cacereña de Las Villuercas, residencia de Araujo, y la que se exhibe en las
salas del museo Thyssen gracias a artistas que encontraron su inspiración en el
mundo natural. Lo recomiendo encarecidamente a los amantes de los árboles y de
la pintura, así como a los que necesitan un poco de cordura, que creo que somos
todos, en estos tiempos convulsos.
Pues, emboscado en el bosque, escondido tras unos cuantos árboles viejos, se puede lograr apartarse durante unos instantes de una realidad pegajosa
ResponderEliminarFeliz tú que tienes esa vía de escape. A mí esa liberación me la proporciona el mar, que tan lejos me queda.
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