EL VIENTO EN LA VENTANA
Voy sentada en un vagón de metro. Es el último
viaje de un año en el que he utilizado este medio de transporte casi a diario.
El vagón va medio vacío, lo que supone una novedad. Voy tan relajada que puedo
pensar en algo más que en la urgencia de llegar a mi estación, así que me fijo
en un cartel ilustrado que está pegado junto a la puerta. Es uno de esos
carteles que contienen fragmentos de obras literarias, fruto de una campaña de
fomento de la lectura que dura ya más tiempo del que soy capaz de precisar. Intento
leer el texto, que es un poema, pero estoy demasiado lejos: apenas consigo
descifrar el primer verso y el nombre de la autora. Cansada de que la lectura
se convierta en una prueba de oftalmólogo, saco mi móvil —era, quizá, la única
persona del vagón que no lo llevaba en la mano— e introduzco ambos datos en el
buscador. Localizo el poema en un blog literario. Pertenece al libro Hilos de
Chantal Maillard y dice así:
Me pedís palabras que consuelan,
palabras que os confirmen
vuestras ansias profundas
y os libren
de angustias permanentes.
Pero yo ya no tengo
palabras de ese género.
Aceptad mi silencio: lo mejor
de mí. Huid del soplo que pronuncia,
en mi boca,
la amarga condición de lo humano.
Y, entretanto, dejadme contemplar
el vuelo de la ropa
tendida en las ventanas.
La imagen final del poema me trae a la memoria un cuadro del pintor norteamericano Andrew Wyeth que representa un visillo agitado por la brisa. Meto estos datos en el buscador y lo localizo de inmediato. Se titula Viento del mar y, según leo en la página de arte a la que he accedido, se pintó en un ático de una solitaria granja de Maine. Observo la pintura con atención y descubro un detalle que me había pasado inadvertido hasta ahora: las huellas de unas ruedas que se pierden en dirección al mar. La brisa que agita el visillo y el rastro del vehículo que va o vuelve de la orilla me parecen una conjunción excepcional. Sonrío, sentada en el vagón semivacío. Este último viaje del año me parece también un momento de excepción.
Volviendo al poema de Maillard, un visitante del blog literario en el que lo localicé dejó un comentario sobre él hace ya más de dos años. Era un comentario muy breve, apenas una explicación de lo que la poeta intentaba transmitir. Con candorosa sinceridad, el autor terminaba diciendo lo siguiente: «Lo que no comprendo es lo de la ropa tendida». Quiero creer que, en el tiempo que ha trascurrido desde esta afirmación, la vida le habrá dado a este anónimo comentarista la oportunidad de apreciar la belleza de las pequeñas cosas.
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