LA FORTUNA DE CERVANTES
En un intento por contrarrestar los nocivos efectos del verano prematuro y de la dispersión propia del final de curso, les pido a mis alumnos que investiguen sobre la vida de ese señor de cara chupada cuyo retrato aparece de forma indefectible en sus libros de texto, creador de un personaje al que pocos de ellos comprenden y que a su vez aparece indefectiblemente en los citados libros. Todo es indefectible, en definitiva: también que los estudiantes se agiten, bostecen y lancen miradas furtivas a sus amigos los móviles mientras intento interesarlos en mi explicación. Hace unos días, un escritor comentaba en un programa de radio que no entendía cómo aún no se había producido una serie de televisión sobre la agitada biografía de Cervantes. Lamento no recordar su nombre, pero creo que tenía razón: una vida como esa tiene que ser motivo de interés, incluso para aquel que desdeña como viejo y pasado de moda lo sucedido antesdeayer. Me encomiendo a dicha creencia y les pido a mis alumnos que investiguen.
En cuanto menciono la palabra mágica ―”investigación”― las tabletas se materializan sobre las mesas y los dedos índice y pulgar comienzan a funcionar a velocidad vertiginosa. Una no termina nunca de asombrarse ante las extraordinarias destreza y movilidad que estos apéndices han adquirido en nuestras nuevas generaciones. Viéndolos con las miradas prendidas en sus pantallas, me cabe la duda de si están concentrados en su tarea o se han perdido en algún recodo del proceloso territorio de Internet. Algunos de ellos son muy expansivos y piensan en voz alta; llegan de este modo a mis oídos diversos comentarios («¿qué es el calendario juliano?», «¿quiénes son los otomanos?», «pero, ¿no era manco?», «¡cuántas veces estuvo preso este tío!») que me llenan de esperanza: están, en efecto, surcando las aguas de la agitada biografía de nuestro excelso escritor.
Llega
el momento de la corrección y me sorprendo gratamente. En efecto, la vida de
este señor de cara chupada y presencia indefectible ha prendido la atención de mis
estudiantes. Levantan el dedo, intervienen, completan entre todos la
información. El aula se puebla con los hechos de la vida de este hombre de
inabarcable fama póstuma pero apretada economía, que estuvo preso de
piratas berberiscos en Argel, que tardó cinco años en ser liberado porque una
carta de recomendación que portaba creó la ilusión de que se trataba de alguien
ilustre, por quien se podía pedir un rescate desorbitado; que volvió a dar con
sus huesos en la Cárcel Real de Sevilla por turbios manejos económicos, que
siempre se enorgulleció de su participación en la gloriosa batalla de Lepanto,
que por discrepancias entre calendarios figuró durante mucho tiempo como
fallecido el mismo día y año que otro monstruo de las letras, William
Shakespeare, en una increíble coincidencia que no fue tal. Para rematar,
pregunto qué acontecimiento de esta existencia tan intensa y variada les ha
llamado más la atención. Recibo variadas respuestas, bastante previsibles;
entonces se levanta un dedo en el fondo de la clase. Quien así solicita permiso
para intervenir es un alumno que se singulariza por su esmerada forma de
hablar, hasta el punto de que nada más conocerlo pensé que se burlaba de mí con
su elegante dicción y sus fórmulas de cortesía. Responde a un sonoro nombre
italiano; llamémoslo Francesco. Le pregunto, pues, a Francesco cuál es para él
el aspecto más llamativo de la biografía que acabamos de comentar.
―Yo creo ―responde, ceremonioso como siempre― que Cervantes tuvo muy buena suerte.
Su afirmación es recibida con un profundo silencio. Supongo que por las mentes de los allí presentes, al menos de los que han atendido durante la clase, desfilan imágenes de celdas insalubres, de batallas navales y heridas de arcabuz que dejan lesiones irreversibles, de dudosas acusaciones de robo, de enemigos literarios solazándose ante la descarada apropiación de los personajes cervantinos en un Quijote apócrifo.
―No te entiendo, Francesco ―confieso.
Entonces Francesco se explica, con su cuidada dicción y su sonora voz:
―Pienso que tuvo mucha suerte porque en Lepanto le hirieron en la mano izquierda. Si le llegan a herir en la derecha, no habría podido escribir.
Guardo
silencio mientras afirmo con la cabeza, meditabunda. A estas alturas de mi
carrera, los estudiantes siguen teniendo el poder de sorprenderme con sus
puntos de vista. Le doy las gracias a Francesco por su intervención. Reflexiono
un rato en alto sobre la casi total certeza de que nuestro insigne escritor
fuera diestro. Me imagino por un momento a Cervantes, privado de su capacidad
de manejar la pluma, dirigiendo hacia otros empeños su fina ironía, su conocimiento del alma humana y su maestría en el arte narrar. Me imagino, en definitiva, al ingenioso
hidalgo y a su compañero Sancho perdidos para siempre en la nebulosa de las
creaciones que no llegan a salir del tintero. Creo que Francesco tiene razón,
pero solo en parte: en realidad, los que hemos tenido mucha suerte con la trayectoria
de ese disparo de arcabuz somos nosotros.
Es verdad. Hace muy pocos años empecé a leer, durante un verano, El Ingenioso Hidalgo. No sabía si lo iba a terminar. Qué verano tan maravilloso. ¡Cómo pude estar tanto tiempo sin disfrutar de esa manera! El episodio fascinante en el que Don Quijote aconseja a Sancho para que sea un buen gobernante lo pondría como lectura obligatoria para todos los que nos quieren gobernar, a ver si aprenden. Qué suerte tuvimos, Bea.
ResponderEliminarEs lógica tu reticencia inicial, Lola: cuestiones de longitud y de distancia con el lenguaje del autor son siempre un escollo a la hora de abordar la lectura de "El Quijote" (y de otros muchos clásicos). Pero cada libro hay que leerlo en el momento adecuado y está claro que ese verano tuyo de hace unos años era el de Cervantes. Eso también es una suerte. A veces, los libros llegan de forma intempestiva a nuestras vidas y los rechazamos porque no estamos en disposición de apreciarlos. ¡Cuántos autores que después me han entusiasmado me disgustaron en una primera aproximación! Lo malo está en que a muchos de ellos no les he dado una segunda oportunidad. Esa es, una vez más, una cuestión de suerte.
EliminarEsto es como el cuento sufí del elefante en la habitación oscura. Cada uno toca una parte del animal y cada uno, por tanto, lo define como aquello que percibe. En lo que respecta a Francesco, yo estoy con él. Si ahora ser manco de la diestra es una faena considerable, imaginemos en aquella. ¡Chico listo este chico!
ResponderEliminarMe gusta mucho el cuento del elefante y me ayuda a entender estos tiempos convulsos en que vivimos, en los que veo a mi alrededor a tanta gente agitando banderas que no comparto, haciendo afirmaciones categóricas que me descolocan y lanzando a los cuatro vientos consignas que me parecen marcianas. No cabe duda de que ellos están tocando la trompa del elefante y yo una pata, o ellos el colmillo y yo la oreja. Qué difícil es comprender la percepción de la realidad de los otros.
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